La guerra del Amanecer

Introducción

Muy perturbador.

No había un mejor adjetivo para definir la situación de aquel poblado. Cuerpos sin vida se amontonaban a los lados del camino, algunos calcinados y otros completamente destrozados. La tierra estaba cubierta por una densa y oscura capa de ceniza en la que ya no había rastro de las flores y arbustos que, hasta hacía apenas unas horas, decoraban aquellos preciosos caminos. El fuego había terminado por consumir también la mayoría de las casas, pero aún había un par de ellas que luchaban por mantenerse en pie. Éstas estaban construidas con materiales más resistentes que las demás y habían logrado sobrevivir a aquella temperatura tan elevada. Y para colmo, el cielo no ayudaba. Aunque no se pudiese apreciar el sol, el humo era aún más perjudicial, pues impedía que el calor saliese de aquel microclima que se había formado. No obstante, aquel pueblo no estaba totalmente desierto. Un par de siluetas, que ocultaban sus rostros tras unas capuchas oscuras, habían llegado hasta aquel desolado paraje hacía apenas unos minutos. Tras caminar por el poblado, la silueta más pequeña se había detenido de repente, haciendo que su acompañante dejara también de andar. La figura bajita comenzó a olfatear el aire mientras que, con su mano derecha, se quitaba el guante de la izquierda.

- No está aquí. – Dijo con un susurro, y al juzgar por su voz parecía ser una chica.

- No. – Negó el más alto con una voz masculina, mientras movía su cabeza hacia los lados buscando algo.

La chica se arrodilló junto a uno de los edificios de piedra y acercó la mano que ahora estaba descubierta a la pared. Sus dedos eran grisáceos y delgados, con un reflejo extraño. Tenía uñas largas y brillantes que terminaban en punta. Aquellos dedos acariciaron las marcas de las quemaduras que ahora decoraban la fachada de aquel edificio, mientras su compañero se mantenía en silencio tras ella.

- ¿Crees que ha escapado con vida? – Preguntó el chico tratando de disimular la preocupación en su tono, sin éxito.

- Es posible. – Contestó ella totalmente inexpresiva, mientras seguía acariciando las marcas del muro.