-02-

1.5K 116 48
                                    











Estaba consciente que mentir estaba mal y que eso no iba con su código de honor. Las mentiras pueden ser el arma más devastadora de la humanidad, como una espada de doble filo que debe usarse con mucho cuidado antes sucumbir a una cortada. Aunque no podía negar que su mentira le salvaba, que hacía que aquella mujer que amaba se quedase más tiempo con él y que el temor de perderla solo le hacía caer ante un abismo del cual no habría retorno.

Suspiró después de ese leve momento de meditación, se agarra el pecho aturdido; como si le hubieran arrancado las ganas de respirar. Su garganta se siente seca, las manos le sudan y aprieta con fuerza el ramo de flores que lleva consigo.

—Hola, Seanzendomo— saluda dejándose caer de rodillas con sus ojos dorados sumergidos en completo dolor —Ha pasado tiempo ¿No?

Cierra los ojos suspirando mientras intenta no perder los estribos, pero la lápida y las palabras de recuerdo no ayudan mucho. Y pensar que ahora tenía más de un familiar a quién extrañar, una persona más que la vida le arrebataba y que ya no volverá para darle consejo.

—Erina está bien— jadea tragando más de la cuenta sintiendo su interior volverse amargo —Sé que piensas que estoy obrando mal, pero ¿Qué más podía hacer?

Las palabras jamás llegaban.
Se sentía solo, pensar que nadie le ayudaba porque simplemente todos se habían rendido ante la idea de traer a la vieja Erina de vuelta. Ser juzgado, criticado y visto con un sentimiento de pesar porque no se podía ver de otra manera, lo necio y paciente que tenía lo iba a matar y esa es la razón por la cual todos se alejaron para no verlo sufrir.

—Desde que ella despertó…— se limpió la nariz con la manga de su camisa intentando no sollozar —Y dijo que no sabía quién era yo…te lo juro…jamás en mi vida sentí que había perdido más que ese día.

Cierra los ojos arrastrando las rodillas por el suelo, se aferra con ambas manos a la gran estructura de granito mientras su frente colapsa contra la inscripción de las fechas que marcaban el inicio y el fin de su gran amigo.

Si Seanzendomo estuviera ahí, si tan solo hubiese resistido, entonces sabría que él podría ayudarle a seguir adelante.

—Abuelo— dijo con un hilo de voz restregando su cabeza contra la lápida y sintiendo las lágrimas obstruyendo su vista —Quisiera que estuvieras aquí, tú fuiste quien sufrió más que nadie, pero no te perdono que hayas dejado a Erina…n-no…no te perdono que me hayas dejado…

El día que Erina tuvo su accidente…

Es mismo día la noticia mató a Seanzendomo.

Mareado, Soma toma una bocanada de aire para oxigenarse de tantas emociones —Yo también sentía que moriría ese día…— aceptó limpiándose la sal de sus ojos, tomó el ramo de flores y los dejó al pie de la lápida —Y es por esa misma razón que tuve que mentirle, decirle que yo no era nada más que su asistente ¿Sabes por qué lo hice?— intentó forzar una sonrisa mientras la última lágrima que podían dar sus ojos caía por su mejilla —Porque ver su rostro completamente horrorizado de mí terminó quebrándome, ella tenía miedo y aún lo tiene, pero no encontré mejor consuelo que ser alguien ajeno a ella.

Todo se movía despacio, sentía que sus energías se acababan. Sabía que estaba infinitamente agradecido porque Erina estaba bien, con vida, que su corazón late y que sus ojos brillan, pero todo eso era una minúscula parte de lo que él tuvo, de lo que aquello significaba. Podía verla, pero no tocarla. Y solo el vago recuerdo no era nada en comparación a su espejismo de felicidad que una vez tuvo.

—Soy un cobarde…— la impotencia saltaba consumiendo su mente —Ella ha perdido su talento, no tiene las ganas de cocinar y…no te lo imaginas…he renunciado a nuestros sueños porque Erina lo vale ¿Sabes qué es lo que más me duele?— su voz sonaba cada vez más ronca, como un reclamo saliendo de su interior —Quiero dárselo…— sacó de su chaqueta una pequeña caja forrada de terciopelo —Quiero poder volver a depositar su anillo en su dedo, que me vea y me diga que me ama…p-pero…¡No le soporto más!— gritó cuál si estuviera poseído por la furia y el dolor —¡Odio que alabe mi comida, odio cuando se dirige a mi por mi apellido! ¡Odio no poder darle un beso!

MelancolíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora