— ¿Y el sueño terminó? — pregunta interesado el doctor Lemmons, golpeando su lapicera contra su anotador, parece que mi relato lo divierte. Me gustaría saber qué escribe en ese cuaderno, tal vez mis sueños, quizás piense escribir una novela con ellos, una de terror; así tal vez alguien resulte favorecido por mi desgracia.
— Si —respondo secamente. El doctor se queda esperando por más pero, ante mi falta de palabras, baja la lapicera en señal de que la sesión ha terminado.
Se descruza las piernas y deja la libreta en el escritorio. Me siento más cerca del borde del sillón, estirando mi cabeza para captar alguna de las palabras escritas en la libreta. Entonces, el doctor Lemmons apoya ambos pies sobre las hojas, acomodándose anti-profesionalmente en su sillón. Como él me dijo en nuestra primera sección: “Una vez que hemos terminado, no soy más tu psiquiatra y puedo hacer lo que se me venga en gana; incluso comer torta… De hecho tengo guardado un pedazo aquí, pero no te ofreceré porque soy muy glotón”.
Me tiro sobre el respaldo de mi asiento enojada y el doctor Lemmons mira con expresión satisfecha sus pies.
— ¡Estamos teniendo buenos resultados!—exclama exaltado.
— Sigo teniendo los sueños—comento reacia. — Y cada vez parecen volverse más reales.
El doctor Lemmons respondió con una mueca de desinterés, como si no le importara lo que le estaba diciendo…
Lo rebajé con la mirada y aparté mi vista hacia la puerta de salida, me quedé esperando por si tenía algo más que decir y luego me fui lo más rápido posible.
El hombre me sacaba de quicio.
Para simplificarlo, si tuviera que tomar todas las cosas que me molestaban de las personas, juntarlas y ponerlas todas en un mismo cuerpo, eso daría como resultado la viva imagen del doctor Lemmons: Despreocupado, incomprensivo, relajado, desorganizado, mujeriego, irónico, etc… En resumen, un completo estúpido y, para colmo, la persona de la que depende decidir si soy mentalmente estable o una completa esquizofrénica.
El joven que me esperaba a la salida, me ató las manos sin mirarme a los ojos y me llevó lento hacia mi habitación, blanca, con solo una cama y un par de hojas pegadas en las paredes.
Me llevó a mi habitación aburrida, donde las pesadillas me seguían invadiendo, cada vez, con más frecuencia.
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Pesadillas
HorrorAila ha tenido una vida difícil, lo que le ha dejado más de un problema. Pesadillas y constantes alucinaciones amenazan su integridad mental. Por años, varios doctores y psiquiatras han intentado ayudarla, sin embargo, los avances son escasos y el t...