DIEZ MIL QUINIENTOS

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When my time comes to leave
I really do truly believe
The goodbyes may be hard, but then
We only part to meet again

Trina Graves


Historias de tiempos antiguos encontraban nuevos oídos todos los días. La Segunda Restauración de la Paz, acontecida quinientos años atrás, se había convertido en uno de los relatos más apreciados entre pequeños yashous y dixingianos por igual. Así lo dejaban ver sus caritas resplandecientes cuando se llegaba a la parte épica en la que el gran Hei Pao Shi había dado fin a la amenaza del temible Ye Zun desde el interior del estómago de éste, y ni qué decir de sus alientos contenidos ante la narración de aquella en la que el valeroso Lord Guardian Zhao Yunlan había encendido la flama de la Lámpara del Guardián, convirtiéndose así en el salvador del mundo. Ahora todo se sentía tan lejano y distante, como si de meros cuentos y leyendas se estuviese hablando, pero quienes de sus bocas dejaban volar las palabras sabían que no contenían más que verdad e Historia, aunque cierto era que no siempre resultaba tan sencillo distinguir entre lo uno y lo otro.

A sus seis años, Zhu Yáng llegó a ser uno de esos nuevos oídos. Recordaba a su abuela contándole aquellos sucesos por primera vez y, aún con más claridad, la emoción que sintió con cada oración. Pero sin duda lo que más colmó de destellos a sus ojos fue saber que una de sus ancestros había tomado parte directa en ellos. Era bien sabido que Zhu Hong, quien fuera una de las jefas más respetadas en la historia de la Tribu Yashou, había formado parte del SID, donde terminó forjando una estrecha amistad con el mismísimo Zhao Yunlan. A la pequeña e impresionable Zhu Yáng le fascinó conocer este hecho, y en ese entonces se preguntaba si su vida llegaría a ser tan increíble como la de la honorable Zhu Hong. Incluso ahora, con sus diecisiete primaveras recién cumplidas, no dejaba de preguntárselo, si bien hacía tiempo que había perdido el interés por la grandeza heroica a la que su espíritu infantil alguna vez anhelara, y actualmente lo único que preocupaba a su joven mente era lograr salir viva del colegio.

O así había sido hasta hace exactamente cinco días, cuando Ya Li le dio la noticia.

Ya Li, su compañera de juegos en la infancia. Ya Li, su gran confidente y cómplice de cuestionables hazañas. Ya Li, cuya mano fue incapaz de soltar durante la noche en la que se lo contó.

Ya Li, cuya ausencia se negaba a concebir siquiera en el pensamiento.

Debía haber una forma. Sabía que la líder de la Tribu Cuervo deseaba salvar a su hija tanto como ella, pero en su rostro visiblemente atacado por el desvelo se leía que las alternativas se le habían agotado, y el tiempo corría.

Zhu Yáng se rehusaba a aceptarlo. Tenía que haber una forma y ella la encontraría.

Por esa razón era que aquel día lluvioso se hallaba frente a las puertas del SID. Se trataba de un comprimido común y corriente. La gente transitaba por la calle sin siquiera mirarlo. A Zhu Yáng le costaba creer que realmente existió un tiempo en el que los humanos tuvieron conocimiento de la existencia de los Dixing, las Tribus Yashou y los sucesos sobrenaturales en general. Pero eso era también parte de las historias.

Tras muchos años seguía sin haber una explicación concreta. Tan solo se sabe que, poco después del Cierre con Dixing, un fenómeno misterioso ocasionó que de la superficie de Haixing y de la memoria de los humanos que en ella habitan toda noción de las dos razas con las que coexisten fuera borrada, quedando apenas un rastro vago que con el tiempo daría vida a una serie de mitos y relatos fantasiosos. Tras mucho discutirlo, los tres líderes de las Tribus Yashou acordaron que así era mejor, y desde entonces sus descendientes se muestran excesivamente cuidadosos de no revelar su naturaleza a los humanos, dejándoles creer que el planeta sólo les pertenece a ellos.

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