Cierto día con aquella luz de luna, quien tristemente iluminaba, se asomó a mi merced un extraño y taciturno recuerdo sin retorno. Se trataba de las más minimalistas acciones que habré hecho en un pasado sin gozo, casi efímero, diría; con tan solo movimientos de parpadeo, jadeos y bostezos traté de aliviar mi carga y con esto me refiero a deshacerme de mis inconmensurable pecados. No sé si perdonados. Entonces, me arrodillé, ligeramente supliqué perdón ante su presencia máxima, cuyas condenas son justas. Digo esto, ya que, con nuestro conocimiento y vasta experiencia, el cuerpo reconoce cuándo peca y cuándo no. No así la perversidad, quien latente acecha la mínima sensación de ilegalidad divina, placer a corto plazo y consecuencias ácidas a largo plazo para surgir de sus senderos oscuros sin perdón. La misma había provocado en mí el rechazo de mis plegarias, regresión al arrepentimiento inmediato.
Si no fuese por la encausada perversidad con su persuasión intrínseca y mortal, hoy admiraría la luna sin culpa.
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perversidad de un proscrito
Historia CortaHacia una luz de Luna que es negada por el pecado intrínseco.