I. Marianne

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El fuego lo consumía todo. Cualquier cosa que se cruzaba en su camino ardía y se convertía poco después en cenizas, en restos de lo que una vez fue. Su luz y calor pueden hacerlo parecer bello, pero para ella el crepitante sonido de las llamas le estallaba en la cabeza como una bomba. Se mezclaba con sonidos de gritos desgarradores y el olor de carne y pelo quemado. Al oír eso el miedo la recorrió y fue corriendo a donde solía vivir con su familia, un pueblo pequeño pero pintoresco al pie de una colina. Cuando llegó estaba sola y todo estaba en calma, ya no había gritos humanos, tan solo los lamentos de los animales que aún no habían muerto. Se encontró de pie frente a un escenario que nadie debería ver nunca.

Las casas, las cosechas y el ganado ardían, todo estaba envuelto en aquel fuego que alguna vez le había parecido reconfortante. Podía oír los mugidos de dolor y desesperación de las vacas que solía cuidar su amigo Pip, a quien tenía gran aprecio. Recordaba cómo solían ir juntos de pequeños al río a nadar desnudos, aunque con el tiempo les dio vergüenza y empezaron a usar bañador. Pero ahora su amigo estaba colgado de una rama del árbol donde solían reunirse, que había sido chamuscado y apenas se mantenía en pie. Y no era solo su amigo quien estaba allí colgado. Todas las ramas estaban abarrotadas con sus vecinos, amigos y familia, todos colgados y chamuscados, como un árbol de navidad grotesco.

Su hermana mayor era la única que no estaba allí, y con la esperanza de encontrarla viva soltó el cubo de agua que había ido a llenar y corrió a la que fue una vez su hogar, para encontrarse con una escena todavía más brutal. La habían hecho pedazos y estaba chamuscada en la chimenea. Sintió como la bilis le subía por el esófago y acabó vomitando en el suelo, justo al lado de la entrada. Toda su aldea había muerto y ella no estuvo con su familia para reconfortarlos antes de morir. No pudo ayudarles a escapar de ningún modo y no pudo ni enterrarlos, ya que estaban tan chamuscados que se desharían si se atrevía a tocarlos.

Todo el lugar estaba impregnado con magia, y no magia de tierra, como la que dominaban ella y los de la aldea, sino magia del fuego. Los magos del fuego llevaban años queriendo poseer la tierra y las minas de la región de la tierra, y como los magos de la tierra siempre se negaban decidieron tomarlo a la fuerza. Esos bastardos pagarían por sus crímenes, estaba segura. No sabía cuando ni como, pero los haría pagar por haberle arrebatado su única familia.

—¡Eh, tú! ¡Vagabunda!—una voz de hombre la sacó de sus pensamientos, se había quedado embobada mirando la antorcha que iluminaba la entrada de una tienda—¡Lárgate, me espantas a la clientela!—dijo el dueño del negocio con los brazos cruzados sobre el pecho y voz severa—¿Es que estás sorda? ¡Llamaré a la policía!

No quería más problemas con la policía por lo que se espabiló y salió corriendo de allí. Ya la habían detenido varias veces por molestar a los transeúntes de la ciudad central, donde vivía después de haber tenido que abandonar su aldea. La mayoría de personas la despreciaban al ver que el símbolo que llevaba en la frente era el de la tierra, una especie de ye curvada. Tan solo los sin magia se apiadaban de ella y de vez en cuando le daban algún trozo de pan a escondidas de sus dueños, pero aceptar la caridad de los esclavos era mucho peor que ser uno.

Siguió vagando por los callejones buscando comida en los cubos de basura, pero todo lo que encontraba ya lo habían roído las ratas. Llevaba días sin comer y hasta había pensado en gravarse a fuego el símbolo de los sin magia sobre el símbolo de la tierra para así poder venderse a sí misma y conseguir algo de comida. La prostitución estaba prohibida para los magos y solo los esclavos podían ejercerla. Siempre le pareció un destino de lo más horrible, pero definitivamente lo prefería a morir de hambre en las sucias calles y que la devorasen las ratas.

Llegó a la calle principal y entonces se fijó en que todos estaban a los lados de la calzada, lo que quería decir que había un desfile. ¿Acaso era un día especial? Había perdido la noción del tiempo por lo que no sabía si era una fecha importante. Se hizo un hueco entre la gente y sus esclavos como pudo y se dedicó a ver el paisaje. Parecía que quienes desfilaban eran los consejeros. Bueno, tres de ellos, ya que el consejero de la tierra fue brutalmente asesinado.

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