Capítulo I

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21 de octubre de 1943

Me encontraba corriendo por las calles de San Petersburgo con la policía militar siguiéndome el paso, los caminos se abrían en grandes avenidas y se cerraban en callejones sin salida, como si se tratase de un laberinto en una flor, y cada movimiento me llevara a un nuevo pétalo.



Llegué a un callejón con un gran muro que impedía que siguiera mi camino.




—¡Deténgase, hágalo ahora mismo! —Desgañitó uno de los policías.
Me encontraba en una situación de vida o muerte, debía hallar una salida, sentía que la policía estaba cada vez más cerca, el tono de su voz era cada vez más vívido.




—¡Central autorizó el uso de fuerza letal, no se contengan! —Gritó otro de los policías a sus compañeros.




Mi mente se llenaba de ideas imposibles y mi vista comenzaba a nublarse, pensé en sacar mi arma y hacer frente, pero no tendría oportunidad alguna contra el comisionado y sus hombres.




En ese momento, desesperado, di un vistazo alrededor y me percaté de una escalera que colgaba a pocos metros del suelo, pertenecía a uno de los edificios que con sus muros daba lugar al callejón.





—Es mi única salida. —Me dije a mismo, debía buscar una manera de llegar a ella.





Por debajo de la escalera, y unos metros más a la izquierda, había una gran caja de basura que podría servirme como pie para subir. Con toda mi fuerza la moví y salté sobre ella para rápidamente comenzar a trepar la escalera, la policía ya me tenía en vista, habían llegado a mi posición.





—¡Deténgase, inostrannyye, o abriremos fuego! —Gritó el comisionado Sergei Konstantínovich Zinov.




Llegué a un pequeño corredor que había por sobre la escalera, todavía me encontraba en el callejón pero había ganado terreno, la altura era una ventaja para hacer frente al gran número de oficiales que tenía debajo. La escalera continuaba hacia la azotea del edificio, pero cualquiera con un poco de sentido común sabría que al subir ya no habría forma de bajar, quedaría atrapado en el techo, por lo que no era una buena alternativa.





Los oficiales comenzaron a disparar luego de dar varias veces la voz de alto, los disparos rebotaban en el acero de la escalera y en el suelo del corredor, debía responder, saqué mi arma y disparé a quemarropas hacia abajo, no podía darme el lujo de asomarme para apuntar.





Mi munición era escasa, debía salir de allí. Disparé a la cerradura de la puerta que estaba a mi izquierda, los disparos de la policía seguían dando en todos lados, cuando me levanté para entrar al edificio, un disparo rozó mi mano e hizo que mi arma cayera, el dolor, sumado al crudo y frío invierno era agobiante, aunque la adrenalina de la situación era de ayuda.




Una vez dentro del edificio los disparos por parte de los efectivos cesaron, no podía suponer que se habían rendido, estarían trepando la escalera o incluso buscando alguna otra entrada para tomarme por sorpresa




El ambiente del edificio era algo penumbroso, y a juzgar por el contenido de la habitación se trataba de un departamento de clase baja, típico en la ciudad, las paredes eran delgadas y ocupaban casi la totalidad del lugar, dentro del mismo, no había más que una vieja cama con un colchón de paja, algunas mantas, y apoyada en un rincón una silla con varias de sus patas rotas. No había tiempo para seguir contemplando el interior.





Tomé una ganzúa del bolsillo de mi abrigo de invierno y procedí a forzar la puerta, despacio y en silencio, delicadamente, como si de una dama se tratara. Al salir, me encontré con un largo pasillo repleto de puertas y con una luz roja muy tenue, el mismo acababa en una escalera que daba lugar a la planta baja, brindando una salida por el frente del edificio, pero ésta no era una opción, a pesar de que la policía no conocía mi rostro, no podía salir por el lobby como si nada, de seguro estarían tomando precauciones, y un tipo con una mano ensangrentada sería un buen blanco para interrogar, eso sumado a que conocían mi nombre, en mi identificación podía apreciarse:


Imya: Conrad Schütte,
Rozhdeniye: 17/1/1914, Frankfurt an der Oder.


La historia se cuenta sola, debía buscar otra salida.





Se me acababa de ocurrir salir por otro de los laterales del edificio, por lo que comencé a correr por el pasillo en dirección contraria a la escalera, hasta llegado un momento en el que el mismo llegó a su fin. Al final del pasillo se encontraba una puerta, no era distinta a todas las demás, en el camino hasta la misma no me había encontrado con nadie, y a pesar del leve grosor de los muros tampoco había creído oír nada, supuse que la causa sería que la policía estaba en el edificio, muchos de los que allí se alojaban evadían impuestos y tenían grandes deudas a causa de su mala situación económica, lo menos que debían hacer era llamar la atención.





Sin más, y con temor a que la policía comenzara a inspeccionar el segundo piso del edificio, di una fuerte patada que fue suficiente para acabar con la puerta que tenía delante, al mismo tiempo, y a causa de mi entrada repentina, los gritos de una mujer y el llanto de tres niños alertaron al edificio, sabía que no había tiempo de explicaciones.




—Shhhh, cállese, solo estoy de paso. —Susurré, pero fue inútil, no había forma de convencer a una mujer que acababa de ver a un tipo entrar en su departamento a la fuerza, además de que mi ruso era pésimo cuando estaba nervioso.




Los gritos y el llanto no cesaban, necesitaba una solución inmediata.

Tomé a uno de los niños del cuello.


—Si no cierra la boca y calla a sus hijos, le quebraré el cuello, luego seguiré con otro niño, y otro, hasta llegar a usted.—Dije a la mujer, nuevamente susurrando.




Todo sonido en el edificio se detuvo, fue como si una de las fuertes ventizcas invernales, provenientes del exterior y que se filtraban entre las grietas de las ventanas, se hubiera llevado consigo todo el barullo que se oía unos momentos atrás.




La joven mujer había quedado atónita y a la vez aterrada, su rostro se tiñó de blanco y no fue capaz de decir una sola palabra, sus lágrimas se deslizaban por el contorno de sus ojos como copos en la nevada.





Sin soltar al niño, asomé la cabeza por la puerta que daba al pasillo, los vecinos estaban parados en la entrada de sus respectivas habitaciones, mirando en toda dirección sin poder comprender que acababa de suceder, al momento, un grito incomprensible se llevó la atención de todo el edificio, la policía avanzaba por las escaleras y se habría camino entre los huéspedes.



—¡Abajo, todos, vuelvan a sus habitaciones! —Gritó un oficial.

—¡Hay un prófugo de la justicia en este edificio, todo el que se interponga  se someterá a las consecuencias! —Continuó su compañero.




No tuve tiempo de oír el resto, la mujer había comenzado a llorar nuevamente, era momento de abandonar el lugar.
Pateé la puerta que daba lugar a la escalera y el corredor externos, salí fuera y noté que esa parte del edificio daba lugar a un terreno abierto, curioso, en mitad de la ciudad. Volví a sentir el viento frío de la noche, y sin pensarlo, salté.

Asesinato y CalumniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora