Ana.

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Hace un tiempo atrás había comenzado a sentir que mi vida estaba imersa en una especie de bucle interminable. Anhelaba con fervor salir de la trampa de ratón en la que yacia. Todo parecía no tener sentido. Los amigos, las fiestas, la reputación, los estudios de una educación decadente y aparentemente inservible en el mundo real. Quería huir de todo. Rebelarme ante aquel sistema impuesto, pero tenía que mantener mi reputación ante la sociedad. ¿Por qué? La verdad es que no lo sé. Quizá por el simple temor al rechazo.

Los problemas en mi hogar iban de mal en peor. Mi mamá cambiaba más de novios que yo de ropa interior (literal, no teníamos mucho dinero la verdad). Por suerte habíamos llegado a un acuerdo de que ninguno de ellos podía ir a casa. No después del incidente con Carlos. Uno de los novios de mamá que intentó propasarse conmigo y se llevó una gran golpiza por parte de la familia Soto. Mi padre había muerto. Bueno, en realidad no, pero era casi lo mismo. Era como Santa. Aparecía una vez en diciembre con un regalo para mí y mis hermanos. Siempre eran cosas que obviamente no pedíamos y en ocasiones ni necesitábamos. Cómo la vez que nos regaló una vieja cama de madera llena de termitas y ausente de un colchón. Grande mi padre. En fin. Mi madre era una nómada laboral. Nunca tenía un trabajo estable; según ella, por culpa del maldito sistema capitalista dominado por el patriarcado blanco y heterosexual. Sí, seguramente ya lo descubrieron. Mi mamá tenía facebook y creía en todas las teorías conpiranoicas que encontraba por ahí. En ocasiones quería convencernos de abandonar la escuela e ir en búsqueda de la salida de la matrix. Como si eso fuese a mejorar nuestra realidad.

Tenía dos hermanos, ambos varones. Angel, dos años mayor que yo. Trabajaba desde la mañana hasta la tarde en un taller arreglando motos y gran parte del dinero y comida que teníamos era gracias a él. Aunque últimamente desaparecía un día entero porque tenía una novia. Una señora de la edad de mi mamá con el doble de hijos que mi mamá. Mi madre la odiaba pues decía que esa bestia inmunda se robaría la juventud de su pequeño bebé. Y el dinero también.

Mi otro hermano se llamaba José, aunque no le gustaba que lo llamaran así pues decía que era un nombre muy común que lo limitaría en el cumplimiento de sus metas. Afirmaba que cuando fuera multitrillonario se lo cambiaría. José tenía doce años. Cinco menos que los que yo tenía. Ese año entraría a la misma escuela pública en la que yo, y cada uno de los antepasados de la familia Soto habían conseguido su título de bachilleres.

Nuestra casa era majestuosa, pero solo en terreno y ubicación. Era una de las casas más antiguas de nuestro barrio y no tenía un toqué de remodelación más que las pinturas que le echabamos una vez al año. Literalmente se estaba cayendo a pedazos. Muchas veces habían querido comprar nuestra casa a pesar de no estar en venta, pero era prácticamente imposible venderla. La casa era la herencia que los padres de mi madre habían dejado al morir. Y mi madre tenía catorce hermanos que solo se pusieron de acuerdo una vez en sus vidas para dejarnos vivir allí. Que suerte para nosotros.

Por las noches, después de la escuela, hacía turnos en el puesto de comida chatarra de la esquina. No era un restaurante. Solo un carrito de perros y una mesa a la intemperie. Era mesera como hasta las once de la noche y los fines de semana como hasta la una. Por lo que siempre llegaba tarde a las fiestas. O como otros dirían. Llegaba en el mejor momento. El trabajo era una porquería denigrante. El pago era una mierda. Tenía que tratar con niños odiosos, jóvenes egocéntricos y viejos misóginos que querían tocarme el culo cada noche.

El trabajo en si era una mierda, pero por lo menos había conseguido algo excelentemente bueno de todo eso. La clave de un Wi-fi. Uno que podía alcanzar desde mi casa. Bueno, desde el baño para ser exactos. En la casa solo había un teléfono que compramos entre todos, por lo que había que compartirlo por horas. Mi hora era en las madrugadas. Este se había convertido en mi única ruta de escape gracias a una aplicación llamada Wattpad. En ella podía leer miles de historias gratis y viajar a mundos infinitos que no me serían permitidos en mi realidad. Mi autora favorita era una misteriosa chica llamada Vicky G. Escribía de una manera fenomenal. Sus historias de amor y sus personajes siempre me cautivaban. Y lo mejor es que habíamos entablado una muy bonita amistad. Gracias a ella podía sentirme un poco más viva. No sé que haría si llegase a quedarme sin esa ruta de escape. Seguro me volvería loca. No lo sé. Aunque una vez estuve a punto de saberlo. Fue un día en el que se me ocurrió la brillante idea de llevarme el celular a una fiesta y en medio de una borrachera lo perdí. Ese día experimente el temor más grande de mi vida. Por lo menos hasta ese momento. Por suerte un chico que iba en el mismo salón de clases que yo lo encontró. Al escuchar de su voz que me lo entregaría fue como si un angel del cielo hubiese bajado a entregarme su bendición. Su nombre era Daniel y era el chico más raro que había conocido en mi vida. Era delgado, de facciones simpáticas. Bastante tímido y callado. En realidad me sorprendió mucho que estuviera en aquella fiesta. Daniel era el tipo de chicos que parecieran querer ser feos a propósito. En fin. La cosa es que estaba muy agradecida con él, pues después de aquella fiesta fue que conocí a Vicky G, y su maravillosa historia llamada: “Los Demonios De Dann."

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Los Demonios De Dann.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora