Siempre llevabas botas.
Un cuaderno.
Y tú alma.
Tus botas para que no te dolieran los pies mientras andabas.
Tu cuaderno para firmar una promesa.
Y tú alma para dársela a quien decidiera firmar la promesa.
La promesa con la que siempre engañas.
Y usurpas el alma.
Para sentirte lleno.
Pobre de ti estúpido.