Amabas las rosas blancas.
Decías que eran el alma de las personas.
Porque eran tan blancas que te hacían llorar.
Siempre llevabas una contigo.
Hasta que te pinchaste y la manchaste.
Ahí perdiste el juicio.
Ya no veías en color.
Sólo veías las almas.
Apagadas.
Sin color.