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Bueno amiga, no hay nada que no te haya dicho ya, pero mi creatividad puede llegar a lugares inimaginables. 

Así que te quiero regalar esto: tu propia historia.

Había una vez un reino. Uno como cualquier otro, lleno de banquetes, bailes, coronas, lujos, príncipes, caballos, dragones y reyes. Todo era como en cualquier otro cuento, la diferencia es que los reyes no habían podido concebir un heredero, lo cual era su más grande deseo. 

Los años fueron pasando, el reino se estaba viendo sumido por la incertidumbre ya que no sabían quién sería su próximo líder. Y así, los días se fueron volviendo oscuros hasta que el reino perdió su magia. El rey y la reina ya no sonreían, ya no servían banquetes, ya no se hacían fiestas, ya no se invitaban a los líderes de los reinos vecinos pues se sentían devastados por la infertilidad. 

Los pueblerinos tenían miedo de perder a sus reyes, quienes, a su vez, estaban dejando descuidar su reino. Y con todo esto, llegó una enfermedad.

Muchos dirían que el pobre reino estaba siendo consumido por la propia tristeza y apatía, detalle innegable, la verdad. Pero en realidad, estaban perdiendo la fe. 

En un pueblo ubicado en las afueras de dicho reino, habitaba una humilde vendedora con su esposo, sus tres hijos y su hermana menor. Esta familia tenía un pequeño puesto de chucherías en la cual se podía encontrar desde medicinas a  comida, y esta familia era caracterizada por su increíble bondad. Todos eran realmente humildes y desinteresados, les gustaba ayudar. Pero la hija mayor, Rosalind, era la que más destacaba de la familia. 

Ella fue aprendiendo sobre el arte de la medicina hasta que se convirtió en la doctora del pueblo. Ella ayudaba a los pobres que se encontraban en situaciones precarias, y defendía a la justicia a cada y espada. Ella era risueña, logrando que cualquiera que la viera se sintiera animado, y su mente no paraba de generar sueños. Además, ella se dedicada a impartir pequeñas clases a los niños del pueblo y siempre que llegaba alguien que buscase atacar a su comunidad, ella era la primera en decirles que se fueran. 

Con sus ideales, se convirtió en la más amada del pueblo. Pero, ¿cómo no hacerlo? Si ella era amable, afectuosa, respetuosa, inteligente, humilde, bondadosa, sincera, solidaria... y un montón de adjetivos calificativos más. Rosalind era maravillosa.

Un día, la reina enfermó. Cayó bajo un profundo sueño del que le era imposible despertar. Su esposo llamó a los mejores doctores de los reinos vecinos y ninguno pudo ayudarlos. 

Poco a poco ese hombre fue perdiendo la esperanza, ya no sabía que hacer. 

Una tarde, Rosalind escuchó sobre la trágica enfermedad de la reina y, decidida, tomó el caballo de su padre y se aventuró a un viaje hacia el reino. Si algo había aprendido es que no podían perderse las esperanzas tan rápido, y ella no descansaría hasta dar lo mejor de sí para salvar a su reina. 

Inicialmente su entrada fue denegada por los guardias, pero un día, mientras trataba a un simple mercader del pueblo, la cocinera del castillo se le acercó y le pidió que la acompañara al castillo pues no podían permitir que sus reyes se apagaran de ese modo. Rosalind, accedió, y esa misma tarde estaba infiltrada en el salón del rey. 

Cuando el rey se enteró que ahí se encontraba una infiltrada, se fue irascible a la cocina, pero tras conversar con nuestra protagonista, cedió pues ¿qué podía perder si permitía que una humilde chica pueblerina tratase a su esposa?

Y, en efecto, su esposa estaba mal. La fe en ella se había perdido. Sus buenos ánimos, el optimismo y la esperanza se habían perdido, y había sido consumida por a negatividad. Lo cual la dejaría dormida hasta su muerte. 

El rey, angustiado, le preguntó qué podían hacer, a lo que ella respondió "crea. Ame a su esposa y crea que podrán tener descendientes. El optimismo y el amor son fuerzas poderosas". El hombre soltó una carcajada, antes de pedirle el verdadero medicamento. Rosalind, resignada, sacó de su maletín un frasco con agua tintada y se lo entregó diciendo que era el remedio y que debería administrárselo a su esposa esa misma noche.

Antes de marcharse, le repitió que creyera y fuese optimista porque de no ser así su esposa no regresaría.

Y aunque al rey eso le sonara absurdo, esa misma noche cerró sus ojos y enfocó todos sus pensamientos en una cosa: al día siguiente su esposa despertaría y que la amaba profundamente.

Al día siguiente, Rosalind regresó a su pueblo y la reina despertó. El rey, eufórico, pidió la búsqueda de esa misteriosa doctora que había curado a su esposa. No obstante, ya Rosalind había llegado a su pueblo, y al enterarse que la reina había despertado supo que había elegido el camino adecuado: salvar a las personas.

Fin.

Atte. Tu mitad morena.

Cartas a una RubiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora