Memoria cero: Vida

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Ethan Shallow De'Ath, cuarto hijo de la familia de asesinos más influyente en San Petersburgo, Rusia. Muchas historias se cuentan sobre los De'Ath, ninguna de ellas es agradable.

Ethan nació y se crió siendo el hijo no deseado de la familia por motivos desconocidos, incluso tras el nacimiento del quinto hijo de la familia, Aidan, Ethan siguió siendo el saco de boxeo particular de todos sus familiares. Sus padres y hermanos mayores le agredían física y verbalmente, destrozando por completo su autoestima y estabilidad emocional.

Durante el transcurso de su infancia sólo fue objeto de agresiones y desahogos, la única persona que no le puso una mano encima fue su hermano pequeño, Aidan Shallow De'Ath, este nació un año después de Ethan.

Para la corta edad de tres años, Ethan fue encerrado en el sótano de la casa y jamás volvió a poder salir de allí. El lugar era lúgubre, con un horrible olor a sangre y a óxido prominente de las herramientas de tortura que usaban contra él. Nunca pudo ni supo defenderse, recibía palizas constantes y lo alimentaban cada tres días. Era su pequeño hermano el que le llevaba la comida y le brindaba una cálida conversación, lo cual incentivó a Ethan a no perder por completo la cordura y volverse sólo un trozo de carne consciente.

La familia comenzó a sospechar tras varios años que Aidan tenía conversaciones no permitidas con Ethan, así que un día Mikhail, el padre, decidió bajar al sótano para comprobar si las sospechas eran ciertas. Lo eran. Pudo ver con sus propios ojos cómo Aidan y Ethan hablaban y reían juntos, no le gustó para nada. En un acto de shock emocional Mikhail cogió un bate de béisbol que usaban de forma recurrente y golpeó por sorpresa a Aidan en la nuca, arrebatándole la vida al pobre niño de 7 años.

Hasta esos momentos, Ethan sólo reaccionaba ante la presencia de Aidan, con el resto sólo podía mostrar una faceta inexpresiva para no regalarles el gusto de su sufrimiento. Pero ya no. Ethan pudo ver cómo sus puños ardían como el fuego puro y su cuerpo emanaba una aura poderosa. Había despertado poderes que ningún humano habría podido nunca, él era especial.

Ethan quemó la casa y a su familia, todos los componentes de esta ardían como palomitas en el horno. La piel empezaba a desprenderse de los músculos, pompas por la temperatura surgían de los cuerpos y estallaban dejando un líquido amarillento evaporandose. Todos quedaron chamuscados.

Ethan no recordó nada más después de eso, puesto que una explosión proveniente del suelo lo dejó aturdido. Para cuando pudo abrir los ojos su mundo había colapsado y carbonizado, no había supervivientes, no había nada. Sólo los edificios en ruinas y un cielo gris lleno de ceniza esparcida por el aire.

Un portal apareció delante de Ethan, lo cruzó sin pensar en nada más. Acto seguido su mundo explotó.

Apareció en un mundo de ensueño, todo era verde y precioso, los bosques frondosos eran azotados con un leve viento muy calmante que hacía danzar al pasto y a las flores. El cielo era claro y despejado, dejando ver a un sol para nada ardiente, todo estaba en la temperatura adecuada para una buena siesta.

Un niño de ocho años había llegado a otro mundo con los malos recuerdos de su infancia y los remordimientos consiguientes. El niño sonrió y caminó por el sendero de una nueva vida.

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