CAPITULO 2

79 3 0
                                    

ESTOY PLANTADO EN EL CAMINO DE ENTRADA, observando la casa por ultima vez. Es de color rosa claro, perecido al glaseado de un pastel, con unas columnas de madera que la sostienen tres metros por encima del suelo. Una palmera se balancea en la parte frontal. Detrás de la casa, un muelle se adentra veinte metros en el golfo de México. Si la casa estuviera un kilómetros mas al sur, el muelle se encontraría ya en el océano Atlántico.
Henri sale de la casa cargando con la última de las cajas, algunas de las cuales se habían quedado sin abrir despues de nuestra ultima mudanza. Cierra la puerta y cuela las llaves por la ranura para el correo. Son las dos de la madrugada. Lleva unos pantalones cortos de color caqui y un polo negro. Es de tez muy morena, y su cara sin afeitar le da un aire alicaído. Marcharse también le entristece. Deja caer las últimas cajas en la parte trasera de la camioneta con el resto de nuestras cosas y dice:

--Se acabó.

Yo asiento con la cabeza. De pie contemplamos la casa y escuchamos el viento que atraviesa las ojas de la palmera. En la mano llevo una bolsa de apios.

-Echaré de menos esta casa-digo-Más que las demas, incluso.

-Yo también.

-¿Hay que hacer la quema ahora?
--Si. ¿Quieres hacerla tú, o prefieres que la haga yo?
--Ya la hago yo.

Henri saca la cartera del bolsillo y la tira al suelo. Yo saco la mía y hago lo mismo. Él se acerca a la camioneta y vuelve con pasaportes, certificados de nacimiento, tarjetas de la seguridad social, talonarios de cheques y tarjetas bancarias, y lo arroja todo al suelo. Todos lo documentos y materiales vinculados con nuestra identidad, todos ellos falcificados, en un solo sitio. Cojo de la camioneta un pequeño bidón de gasolina que guardamos para emergancias y la vierto sobre el montoncito. Mi nombre actual es Daniel Jones. Mi historia es que crecí en California y me mude aquí debido al trabajo de programador informático de mi padre. Pero Daniel Jones esta a punto de desaparecer. Enciendo una cerilla y la dejo caer sobre el montoncito, que prende fuego Otra de mis vidas, eliminada. Henri y yo observamos el fuego, como hacemos siempre. << Adios, Daniel-pienso-. Ha sido un placer conocerte>>. Cuando el fuego se extingue, Henri me mira.

--Tenemos que irnos.
--lo sé.
--Estas islas no eran un lugar seguro. Es demaciado difícil escapar de ellas. Ha sido una imprudencia venir aquí.
  
  Asiento otra vez. Tiene razón, lo sé. Pero aun así me cuesta irme. Vinimos por decisión mía: Henri me había dejado elegir nuestro destino por primera vez. Llevábamos aquí nueve meses, el mayor tiempo que habíamos estado en un lugar desde la huida de lorien. Echaré de menos el sol y el tiempo cálido. Y la salamanquesa que me observaba desde la pared todas las mañanas mientras desayunaba. Anque hay millones de salamanquesas en el sur de Florida, juraria que esta me seguía al instituto y a todas partes donde iba. Echaré de menos las tormentas que llegaban sin avisar, y la quietud y el silencio que renacian a primera hora de la mañana antes de la llegada de las golondrinas del mar. Echaré de menos los delfines que a veces salian a comer cuando se ponia el sol. Y echaré de menos incluso el olor a azufre de las algas que se pudrian en la orilla del mar, y la forma en que llenaba la casa e impregnaba nuestros sueños cuando dormiamos.
   -Encárgate de los apios, y yo te esperaré en la camioneta-dice Henri-Tenemos que irnos ya.

Me adentro en una arboleada que queda a la derecha de la camioneta. Unos ciervos de cola blanca estaban ya esperándome. Dejo la bolsa de apios a sus pies y me agacho para acariciarlos uno por uno. Me dejan tocarlos, pues hace tiempo que no se asustan de mí. Sus ojos oscuros e inexpresivos me devuelven la mirada, y casi parece que este transmitiendome algo. Un escalofrio me sube por la columna. Después, baja la mirada y sigue comiendo.

-Buena suerte, amigos-les digo, y entonces vuelvo al asiento del acompañante.

Vemos empequeñecerse la casa por los retrovisores, hasta que Henri entra en la carretera principal y la casa desaparece. Es sábado. Me pregunto que estara ocurriendo en la fiesta sin mi. Que estarán diciendo de la forma en la que me he ido y que dirán el lunes cuando no vaya a clase. Ojalá hubiera podido despedirme. Ya no volveré a hablar nunca con ellos. Y ellos nunca sabrán lo que soy ni por que me he ido. Pasados unos meses, o talvez unas semanas, seguramente ya nadie volvería a pensar en mí.

Antes de llegar a la autopista, Henri para la camioneta para poner gasolina. Mientras aprieta la pistola del surtidor, decido echar un vistaso a la guía de carreteras que guarda junto al asiento. Tenemos esta guía desde que llegamos a la tierra. Tiene unas líneas que unen todos los lugares donde hemos vivido. A estas alturas, las lineas se entrecruzan por todo en mapa de los Estados Unidos. Sabemos que deberíamos deshacernos de ella, pero la verdad es que es el único pedazo que tenemos de nuestra vida en común. La gente normal tiene fotos, vídeos y diarios; nosotros tenemos la guía. Cuando la cojo y la miro, me doy cuenta de que Henri ha trazado una nueva línea desde Florida hasta Ohio. Este estado me trae a la mente vacas, maizales y gente amable. Y se que en las matriculas dice<<EL CORAZON DE TODO>>. Lo que significa ese <todo>,ya no lo sé, pero supongo que ya lo descubriremos.

Henri vuelve a la camioneta. Ha comprado un par de refrescos y una bolsa de patatas. Arranca el motor y se dirige a la autopista US 1, que nos llevara al norte. Después, recoge la guía.

-¿Tú crees que habrá gente en Ohio?-bromeó.
-Alguien habrá supongo-ríe el entre dientes-y puede que tengamos  suerte y haya incluso coches y televisores.
Yo asiento. Quizá no vaya tan mal como esperaba.
-¿Que te parece el nombre de John Smith?-pregunto.
-¿Te vas a quedar con ese?
-Creo que si-contestó-. Nunca me he llamado John, ni Smith.
-Mas común que ese nombre, no lo vas a encontrar. Debo decir que es un placer conocerle, señor Smith.
-Sí, creo que John Smith me gusta- digo y sonrió.
-Fabricaré tus documentos cuando paremos.

Un par de kilómetros después, hemos salido de la isla. Estamos cruzando el puente, con las aguas moviéndose bajo nosotros. Están tranquilas, y la luz de la luna centella sobre las pequeñas olas, creando motas blancas en las crestas. A la derecha queda el Atlántico, y a la izquierda, el golfo, en esencia, se trata del mismo mar, pero con dos nombres distintos. Siento el impulso de llorar, pero no lo hago. No es solo por que este triste por irme de Florida, sino por que estoy cansado de huir. Cansado de inventarme un nuevo nombre cada seis meses. Cansado de cambiar de casa, de instituto. Me pregunto si alguna vez podremos parar.

Soy el número cuatroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora