Capítulo 2

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Antes de que el baboso conductor volviera a tocarla nuevamente, salió pitando directo  a la reja que bordeaba el imponente edificio.
Se dedicó a observarlo por unos momentos, primero por curiosidad, y luego buscando inconscientemente una forma de escape.
«Hay muchas ventanas. Deben estar bloqueadas»—bufó, insegura—«¿Y si no logro huir?»
—No, no, no. Espera ahí. No vas a huir. No hay razón. Es...temporal. Sabes que...—Cerró la boca automáticamente al ver que una mujer—por el uniforme, seguro una enfermera— la observaba apretando los labios.
Dirigió la vista de vuelta a la edificación, fingiendo toser.
Un par de oficiales de pinta ruda e intimidante se colocaron a sus lados.
— «Claro, como dejarían a Samantha ir sola...»
Uno de ellos abrió las puertas de la verja y la obligó a dirigirse directo al inmueble, afianzando su agarre en la mochila.
De tonos pálidos, y bajo la bruma y la flaqueante luz solar, la edificación parecía frágil, a pesar de su aspecto severo. Cinco pisos. Muchas ventanas, la mayoría con las cortinas bajas. Dos o tres rostros asomaban de estas para observar su entrada, sonriendo de una forma un tanto macabra.
«Son sólo sonrisas de bienvenida. Sonríe de vuelta»
Pero la sonrisa no salió, apenas una mueca extraña surcó sus labios.

Ya frente a las enormes puertas de la entrada, tomó aire y empujó. Los guardias la seguían a todas partes, pero ella sabía que se debía acostumbrar, no le quedaba otro remedio.

Un extraño recibidor esperaba del otro lado, apenas un par de sofás, mesas y un par de revistas. Dos puertas a cada lado. Al fondo, un buró. En él, una mujer leía con ayuda de una lupa. La empujaron hacia allá, haciéndola sentir débil e indefensa.
—Buenas tardes... señora...
Al ver que la mujer de edad algo avanzada aún absorta en la lectura, hizo una suave exclamación
—¡Señora!
Dejó la revista, y la lupa a un lado. Dirigió la vista a Sophie y sonrió escasamente.
—¿Dónde registro mi ingreso?
La pequeña sonrisa descendió hasta volverse una fina línea. Escrutó cada detalle del rostro de Sophie buscando... algo que al parecer no encontró.
—S... Samantha Jenkins—Respondió cuando preguntaron su nombre.
La mujer buscó en una gaveta y de ella sacó una carpeta. La abrió, tomó la lupa y buscó el nombre.
—Primera a tu derecha, lleva esto.—Terminó entregándole una pequeña tarjeta de color purpúreo.

Se dirigió por ahí a una habitación pequeña, de color azul muy claro. Unos monitores, unos cubículos. Por supuesto, con la vigilancia de los guardias cerca de su hombro.

—¿Jenkins, no?—Preguntó una joven, un poco mayor que ella. Tenía el pelo corto y moreno y ojos de un azul muy claro, justo como el de las paredes. “Clarice” resaltaba en su bata.
Sophie asintió. A pedido de la doctora entregó su mochila a un enfermero que apareció por una puerta al fondo.
Se sentó en la camilla.
—¿Tienes alergias, Jenkins? ¿Alguna enfermedad cardíaca, respiratoria?
Negué sutilmente. Ella asintió
—Desvístete, Jenkins, allí. Mantén la ropa interior.
Se dirigió tras unas cortinas oscuras.
Apareció nuevamente con un ligero sonrojo en su piel pálida.
Momentos después fue pesada y medida, y su registro finalizó. Clarice, la doctora, retuvo la pulsera y puso una manilla con su nombre impreso en su lugar.
El enfermero regresó sin la mochila, cargando sólo un libro.
—¿Y mis cosas?¿Lo demás dónde está?
—Es para protegerte a ti, y a los demás.—Sonríe—Además, cuando termines aquí, podrás tener tu mochila y lo demás de vuelta.
Sophie asintió, resignada. Fue guiada por el enfermero de vuelta al recibidor, y está vez atravesando la segunda puerta. Se liberó de los guardias, ya que estaba siendo escoltada por el médico.

Había un  pasillo muy iluminado, y subieron al tercer piso por el elevador al fondo.
A la salida vio como el enfermero, al ver correr una mujer hacia él, comenzó a caminar a pasos agigantados.
Era alto, y por esa razón tuvo que correr tras él, hasta que la cabellera rubia quedó más o menos a su lado.
—Perdona, dulzura. Habitación 3-5-0 adentro está todo lo que necesitas. Tu compañera de cuarto se llama Layla está un poco cu-cú. Nada grave. Como todos aquí —Comunicó, entre jadeos, hasta que llegaron frente al número correcto. Sus ojos azules, no claros, si no muy oscuros, hicieron contacto con los suyos.—Te veré luego. Estoy en la habitación 2-0-2, segundo piso, lado izquierdo. Ya sabes... por si quieres pasarte a...en fin, aunque probablemente me cambien al quinto piso por...—Sacó un manojo de llaves e insertó una diestramente. Miró por el pasillo y abrió los ojos como platos, abrió la puerta y echó a correr.
—¡ Mi nombre es Liam, dulzura!

«Menudo loco»—Suspiró, entrando al cuarto y cerrando tras de sí.
Era una habitación de colores pastel. Habían dos camas, y sobre ellas unas ventanas. Al lado de cada una, había un armario.
Adivinó que su cama sería la que no tenía ningún cojín de corazones ni colcha Rosa, y en ella dejó su libro. Abrió el armario y en él encontró una bolsa de tela con productos personales y a su lado, dos camisas y pantalones azules, y cinco cambios de ropa interior blanca.
Nada más.
Se dejó caer sobre el colchón y cerró los ojos.

—¿Oye... estás muerta?—Preguntó una potente voz femenina
—Te sugiero que quedes viva hasta la cena. Luego de probar la gelatina que nos dan de postre querrás matarte, y ahí sí te dejaré hacerlo.

Abrió los ojos rápidamente y se incorporó. Frente a ella, sentada en la otra cama y recargando la espalda contra la pared, le sonreía una chica de su edad, con un par de ojos aceitunados, las greñas rosadas atadas en trenzas y enfundada en el uniforme del lugar.
—Soy Layla Alois. Llámame por mi segundo nombre. En todo momento. Y tú debes ser Samantha. Gusto en conocerte.
—Un placer, Alois.

Después de unos minutos de silencio se decidió a preguntarle sus dudas.

—Alois... ¿Sabes dónde me puedo cambiar?

—Ja , ja, ja. Bueno, puedes llamar por asistencia para ir al baño, puedes aprovechar que nos han separado por género o puedes hacerlo detrás de un árbol dentro de...—mira el reloj de la pared, entrecierra los ojos y vuelve a mirar a sophie.—dos horas.

—Vale...—se paró y abrió la puerta del armario, de una manera en la que la rara compañera no tuviera vista a su cambio de ropa.

Pero como no, la querida Alois se paró, y caminó hacia la puerta, justo cuando Sophie se había quitado la blusa, destrozando su estrategia. Se paro en un lado y presionó un botón. Esperó a que le contestaran mirando como Sophie se apuraba en colocarse el uniforme, hasta que contestaron en el raro telefonillo

—¿Si que desea?—dice la rara mujer detrás de el comunicador.

—Baño—responde bordemente Alois

La señora asiente y minutos después se aparece otro enfermero, abre la puerta y se dirige a Sophie

—deja tu ropa a un lado de la puerta—luego le hizo un gesto a su compañera para que lo siguiera.

Una vez se había quedado sola se acercó a la ventana y empezó a observar a través de ella. La vista era....

La puerta resonó en un portazo.

—¡Hola amor!—dijo el muchacho de enorme sonrisa

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⏰ Última actualización: May 12, 2020 ⏰

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