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CAPÍTULO UNO
El Día Que Visité La Casa Mori


  Era bien sabido en toda la casa que yo padecía insomnio, por lo que, esa noche, fue una sorpresa para mi madre el que yo sea la primer persona en la casa en concebir el sueño.

  Se oían en mi cabeza, los gritos incesantes de mis pequeños hermanos que eran revoltosos a la hora de dormir y luego, el rechistar y castigo de la adulta de la casa.

  No eran buenos ni malos estos días, muchos podrían decir que soy una mal agradecida por ser tan indiferente o apática hacia mi madre o familiares, pero ellos no entendían, no entendían muchas cosas sobre mí. Para ellos, el “verme feliz” era darme cosas y el “darme espacio” era ignorarme.

  Cerré los ojos, intentando olvidar mi vida tan insulsa y adentrarme en el mundo de los sueños, mas, cuando de un instante a otro fui transportada a un pueblo instalado sobre gélidas montañas y frondosos bosques, pensé que de verdad estuviera allí, junto a unas ropas que nunca había visto sobre mi cuerpo, bastante ajustada y corta para el frío lugar.

  Era innecesario recalcar que me sentía muy fuera de lugar, la gente pasaba y yo no acababa de comprender dónde me encontraba y cómo llegué ahí.

Caminé por las calles aglomeradas, las personas con vestimenta antigua como trajes de gala con sombreros de copa o vestidos de seda pomposos y abultados pasaban por mis lados, nadie parecía notarme.

  Para ese momento, mi mente decía cosas como “ya nos morimos” y otras tonterías, estaba muy aturdida ante todo ya que lo último que recordaba era haberme ido a la cama; entonces traté auto convencerme, “No es real, es un sueño” me decía a mí misma una y otra vez mientras miraba hacia abajo con ambos índices masajeando mis cienes.

  Pero era algo totalmente imposible mientras sentía el viento helado calarme los huesos, la apenas imperceptible llovizna rozando mis mejillas y mojando mis pestañas y cabello, el suave tacto de la seda de los vestidos que traían las mujeres sobre mis brazos, el dolor que me causaban aquellas botas al pisar el resbaladizo piso de piedra labrado a la antigua y la estruendosa campana de iglesia que resonaba en mis tímpanos.

Me comenzaba a sentir enferma entre tanto gentío, podía sentir el humo con olor a hollín que lanzaba el tren impulsado a carbón, junto con su inconfundible sonido contra las vías; las pisadas de la gente, sus risas y charlas, el galopar de los caballos, el traqueteo de las ruedas, los truenos que amenazaban con tormenta, el enceguecedor cielo teñido de un gris tornándose cada vez mas oscuro y el mareo que veía venir por la gente pasando y casi golpeando a mis lados.

  Tuve que parar, de alguna manera me escabullí a un callejón desolado y me deslice hacia abajo hasta quedar de cuclillas en el suelo frío y húmedo.

  Cerré los ojos con pesadez un momento y pasé las manos por mi rostro, escondiéndolo de la lluvia que se hacía cada vez más fuerte, para entonces, pude notar que vestía bastante “fuera de época” por así decirlo porque, seamos honestos, unos jeans no era algo que encajara luego de ver aquellos vestidos, menos esas botas altas o la camisa blanca.

  Tenía miedo, estaba perdida en un lugar desconocido, estaba lloviendo y... Bueno, digamos que no parecía ni el país en el que vivía; me levanté divagando entre mis pensamientos, abrumada y distante a lo que pasaba a mi alrededor hasta que de repente me encontraba corriendo.

  Levanté la vista ante la presión en mi mano y vi un muchacho que tiraba de ella y me hacia correr hasta vaya a saber quién.

— ¡Menos mal que te encontré! ¡Tenemos que irnos a casa rápido! ¿¡Es que no sabes que día es!? — Gritó sin voltear mientras avanzábamos por los callejones y doblábamos en calles deshabitadas.

  Intenté zafarme de su firme agarre, en ese momento me fue conveniente que la lluvia aumente su furia para resbalar mi palma de la suya; jadeante y cansada de correr, lo observé con confusión y algo de titubeo, pues no había visto a ese hombre en mi vida. — ¿Cuál es el problema? — cuestionó con respiración pesada, la lluvia empapando su cabello azabache y camisa azul con tirantes negros, resaltando sus cuencas con destellos de rabia y a la vez cansancio. — ¿Izy? ¿Qué ocurre, amor? — Cuestionó jadeante y acercandose para acariciar mi rostro; su mano era fría y suave pero yo sólo veía sus ojos, aquel centelleante azul era tan llamativo para mi, expresando tanto cariño y preocupación.

— ¿Quién... Eres? — igualmente pregunté, con un toque de pánico haciendo eco en mi voz.

  Y todo eso, todo su cariño, amor, preocupación y dulzura, se esfumaron en un segundo al decir esas palabras... — Vamos a la casa Mori — Murmuró con frialdad.

~~°°~~

— ¡IZAAAAAAAROOOOOOOOOO! — Y ¡Pum! Caí de la cama — ¡Ya era hora! ¡A DESAYUNAR! — era mi madre desde la cocina; genial, despertar con un grito y con la cara en el suelo no era lo que esperaba para poder empezar un “buen día”.

  Me levanté con pesadez a higienizarme y al salir, bajar las escaleras y sentarme en la mesa, fue cuando escuché aquel “hija...” y no me quedó más que captar e ir hacia el “cuarto de juntas” como decía mamá a “charlar”.

  Doble genial.

— ¿Qué pasa? — pregunté más cansada que otra cosa.

— Ya sé que hace poco fue tu cumpleaños y-

— Y lo olvidaron — corté rodando los ojos, odiaba el tema de mi cumpleaños — ¿Qué sucede con eso? — cuestioné sin ganas de esta conversación.

— Bueno, como modo de disculpa, estuve ahorrando para comprarte esto — relató para después extenderme una caja bastante grande de un cartón suave y blanco.

— Con “ahorré” te refieres a “convencí a tu padre de comprártelo y tardé porque el no quería” ¿Verdad? — no me iba a engañar esta mujer, sus intenciones siempre son tan predecibles que ya no me sorprenden — ¿Podrías al menos no mentirme? — Supliqué con expresión cansina hacia su semblante de doble cara.

— Bien, tienes razón, ya eres lo bastante mayor para notar todo esto — y fue lo último que dijo antes de levantarse y marcharse por donde entró.

  No le tomé importancia a su humor, así era entre nosotras, indiferente; tomé la caja y desate el lazo de tela brillante semitransparente en rosa “se nota que siguen sin entender que no me gusta el rosa” pensé con una mueca cargada de ironía mientras tiraba esa cosa y abría mi dichoso regalo.

  Lo que menos me imaginé, fue encontrarme con unas botas altas, una camisa blanca y unos jeans ajustados con una nota.

“Espero que nos veamos pronto”

— M. M.

Los Sueños De La Casa MoriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora