Día

5 1 0
                                    

Nos encaminábamos en un viaje de un día, era una mañana poco soleada al salir de nuestra casa y me encontraba cansada, por lo que al inicio intenté dormirme; cerré mis ojos pero no lo conseguí, así que continué con mis ojos cerrados por un tiempo para descansarlos.

Tiempo después, cuando los abrí, el color verde invadió mi visión, íbamos dejando la ciudad y sus casas extremadamente juntas, el humo y los autos abundantes para dar paso a un delicioso aroma a pino, ciprés y frescor.

Los hermosos árboles y las plantas se alzaban ante nosotros y se posaban para degustar la vista, cada uno hermoso de distintas maneras. Se abría paso hacia nosotros el bello verde; toda la escala de verdes: musgo, pino, enebro, aguacate, limón... desde los tonos verde azulados más fríos a los más cálidos en la parte del color verde lima, dándole color a cada hoja de distinta forma; alargada, circular u ovalada, cada hoja le daba forma a cada planta y a cada árbol, éstos poseían flores, frutos o semillas, adornando el paisaje de manera singular.

Todo era una armonía perfecta de colores, formas, tamaños y olores. El olor a naturaleza, a montaña llenaba mi nariz y la vista se enternecía con tanta majestuosidad.

La distancia entre las casas aumentaba cada vez más conforme nos escondemos entre la montaña y llega a un punto en donde no se ve ninguna por mucho tiempo. Probablemente la razón sea porque hace unos años la tierra se reveló y decidió ocultar y engullir las existencias de su superficie, por lo que ya nadie vive allí. Sin embargo, todo se ve calmo en la actualidad.

Sigo observando por mi ventana y de momento todo se torna a un verde más oscuro y azulado, el aire más frío, la montaña se percibe más impenetrable, como ocultando algo, y, como mencioné, en realidad sí oculta algo. Mucho. Pero el auto continúa avanzando, ignorante a lo antes ocurrido, buscando llegar a nuestro lugar de destino.

En medio de la montaña y sin aviso, nos sorprende una majestuosa cascada que se ve puramente blanca como una paloma, que cae sobre una cama de rocas y que difumina su color conforme se aleja de la caída, mostrando un agua cristalina y fría que da paso a un río que seguirá su cauce hacia el valle.

Me he encontrado en este lugar decenas de veces y cada vez me sorprende con una obra distinta. Curiosamente se encontraban pocos espectadores en el lugar, probablemente por la hora en que debimos comenzar el viaje.

Kilómetros después miro hacia atrás y observo a su alteza blanca despedirse de mí y de todos sus admiradores a su lejanía. Seguimos el camino lleno de curvas, buscando un destino en un ambiente totalmente diferente a la preciosa y verde montaña.

VerdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora