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Sus dientes rechinaban hasta el punto de doler, de seguro tendría un dolor de cabeza más tarde, lo sabía porque ese mal hábito lo había adquirido desde que llegaron al nuevo mundo, desde que se subieron a pilotar los "Santo Macchina" y adquirieron su nueva misión de colonización.

Las primeras muertes no tardaron en llegar, como en una cruzada evangelizando y reclamando esa tierra bajo la bendición de un nuevo dios a los que los nativos no tenían cómo responder, a la que su tecnología no les permitió formar un ataque que pudiese subyugar el poder que pisaba los cadáveres de su gente.

La respuesta de su rendición absoluta vino desde las lágrimas de sus ojos de colores negros y fuego y la sumisión de su piel pedragosa, oscura y áspera contra el suelo de las mismas tierras que les pertenecían y les concedió la vida. Los ojos del último de los Montesco se enfocaban día a día en el martirio que se había convertido para su alma la tan anhelada salvación.

— ¿Crees que está bien lo que hacemos? — Su pregunta fue soltada al aire sin querer oír una respuesta ni suya ni la de su acompañante.

— Romeo, ya debes tener claro lo que pienso de todo esto. — respondió con simpleza.

Sólo le bastó observar sus ojos oscuros para traerlo las memorias de la armonización, sentir en su cabeza los pensamientos y deseos ajenos revoloteando buscando cabida para fundirse con los propios.

— Quiero volver a ahí — murmuró en medio de una exhalación.

— ¿La tierra? — preguntó Teobaldo.

— Tú también deberías saber que no me refiero a eso. Todo era mejor cuando estábamos dentro del enlace. — respondió sin despegar su azulada mirada de su objetivo.

— Nos volvimos la debilidad del otro. — Un sonrisa curvó los labios de Teobaldo a la que romeo respondió al mismo tiempo.

— Necesitamos tomar a uno de sus líderes para nosotros, necesitamos hacernos de un esclavo personal, que nos enseñe su lenguaje, que nos enseñe su sabiduría y que comprenda el nuestro. — Romeo, dudó por unos segundos de las intenciones de su compañero de armas.

— ¿Para qué? — Teobaldo observó aquel brillo de apoderarse una vez más de los ojos de Romeo confirmando aún más la decisión que estaba punto de tomar.

— Para iniciar una rebelión contra Paris. —

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