Los disparos se hicieron presentes cuando un coche corría por las vacías carreteras del norte. Los dos amigos se miraron, Gustabo, que llevaba el volante, aceleró. Horacio desenfundó su arma y la pegó contra su pecho. Localizaron el origen de los disparos en una playa que se encontraba totalmente vacía. Gustabo aparcó, sacó su arma y bajaron del coche. Se ocultaron tras unos matorrales y observaron la escena. Tres asaltantes apuntaban a un individuo directamente a la sien. En el suelo yacían los cuerpos de otros dos sujetos.
—Horacio, tenemos que disparar, lo van a matar. —Gustabo miró a Horacio, los dos asintieron y comenzaron a apuntar.
Abrieron fuego contra los asaltantes. No les dio tiempo a reaccionar, y unos segundos más tarde estaban en el suelo. Guardaron sus armas y salieron de su escondite. El sujeto que aún se mantenía en pie cayó al suelo de rodillas. Cuando se acercaron pudieron ver bien sus ropas: vestía una camisa blanca y unos pantalones negros. Llevaba unas gafas en su mano izquierda, y con la derecha se tapaba el rostro.
—Joder Gustabo, ¡es el superintendente! —exclamó Horacio, que se apresuró a llegar junto a él.
Horacio se arrodilló a su lado. Había cinco cuerpos en el suelo, y dos de ellos eran los de Volkov e Ivanov. Gustabo palideció. Se tomó unos segundos en tomar el pulso de los dos agentes, pero no encontró señal de vida. Miró a Conway; Horacio acariciaba su espalda, y aunque el superintendente se esforzaba por no derramar una sola lágrima, acabaron cayendo por sus mejillas como si de cascadas se tratasen.
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¡Volkov, Ivanov!
Short StoryDos amigos corrían por las vacías calles del norte cuando escuchan varios tiros en una de las playas más alejadas del lugar.