¡Volkov, Ivanov!

No pude hacer nada

  —Encontré mi teléfono y les llamé. Se plantaron aquí lo antes posible, pero esos capullos les fusilaron en cuanto tuvieron oportunidad. No pude hacer nada... —Conway comenzó a hablar entre sollozos mientras sacaba su teléfono de uno de los bolsillos. Lo enseñó y se lo volvió a guardar—. No pude hacer nada...

  Gustabo llamó a emergencias mientras se cercioraba de que no hubiera más asaltantes. Se mordía las uñas y le temblaba ligeramente el pulso. Pensó en Horacio, y en cómo se habría sentido si le hubiesen disparado frente a él, como se habría sentido si se encontrase muerto a sus pies.

  —Conway, vamos al coche, no deberíamos seguir aquí. —dijo Gustabo, acercándose a él. Le tendió la mano. Conway le miró. Sus ojos estaban hinchados y acristalados, y se mordía el labio inferior con furia.

  Las sirenas rompieron el silencio que se había formado. Conway se estaba levantando con ayuda de los chicos. Dejó caer sus gafas a la arena, Horacio las había recogido y guardado en uno de sus bolsillos. Un par de agentes se acercaron a la escena con pistola en mano. Al ver al superintendente enfundaron sus armas.

  —¿Se encuentra bien superintendente? —preguntó uno de los agentes. Conway señaló al suelo, donde se encontraban los cuerpos de sus dos compañeros—. Hostia puta. ¿Son Volkov e Ivanov?

  Los agentes se arrodillaron frente a los dos cuerpos con el corazón en un puño. Solo tenían la información de un tiroteo en el que Conway se encontraba implicado. Nadie les habló de víctimas, y menos de dos de sus compañeros.

  —Dos oficiales abatidos en el norte. Acudan a mi 10-20. Repito, dos oficiales abatidos.

  Gustabo y Horacio llevaron a Conway a su coche. Le subieron a la parte trasera, y Gustabo se sentó junto a él. Horacio fue a hablar con los oficiales.

  —Llevadlo a la comisaría. Y no le dejéis solo, acepta esto como un favor personal. —Horacio asintió. Dejó la escena entre suspiros, y cuando se estaba montando en el coche vio llegar un par de ambulancias.