Amanda y Tom

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Amo la sencillez de este lugar. Es calmado, tan tranquilo y desprende un peculiar aroma, ese que tanto me gusta...

Respiro profundamente dejando que el aire de alrededor inunde mis fosas nasales.Tierra mojada. Raro ¿no?, pocos lo aman. Es tan... ¿Cómo describirlo? ¿Relajante?

La brisa que acaricia mi rostro, el cantar de los pájaros, el sonido de las hojas... Todo es tan maravilloso, encantador, increíble.

—Sigues siendo tan sexy, Tom—. Aquella voz, tan dulce, tan serena. Me doy la vuelta y la miro. Joder, sigue siendo tan hermosa desde la última vez que la vi o incluso aún más.

Tanta belleza debería ser ilegal y ella seguramente tendría cadena perpetua.

—Amanda, Amanda, Amanda...—. Digo en un susurro soltando una leve sonrisa. Ella se acerca despacio a mi con esa dulce sonrisa en su rostro y posa sus brazos alrededor de mi cabeza dejando a una corta distancia nuestros rostros.

Gracias por torturarme de esta manera. Me lo merezco y lo sabes.

—Aún sin estar haciendo nada eres realmente sexy—. Dijo cambiando su carita de ángel a una pícara.

No me provoques que el tiempo que he estado sin verte fue muy difícil.

—No has cambiado mucho, eh—. Dije mientras llevé una de mis manos a su rostro para acariciar su suave mejilla. Esos ojos color avellana siempre han sido mi perdición.

—Pues, ¿qué esperabas? ¿Verme con arrugas?— Bromeó un poco.

Aquello me recordó al día que tuvimos nuestra discusión. Luego de que ella empacara todo y se fuera, mis pensamientos hacia volver a verla eran nulas. Demasiado nulas.

Días y noches sin ella, sin mi querida Amanda. Una tortura.

—Creí que ya no regresarías—. Susurré desviando mi mirada a un lado.

La única mujer que puede hacerme sentir verdaderamente débil es ella.

Amanda Roswell.

Con esos ojos dulces como la miel, un cabello rojo como las cerezas y su cuerpo bañado en nieve pura. Sí, desde que la conocí sentí que me daban la bienvenida al mismísimo infierno y con todo el gusto yo seguía adelante. Con cada paso que daba me cegaba por el amor y cariño de aquella mujer. Y no todo es superficial porque joder, ¡ella tenía una inteligencia increíble!

—No es cortés de mi parte echarte toda la culpa de lo ocurrido—, buscó mi mirada y sonrió —por eso me dí un tiempo para reflexionar y regresar por ti—. Esas palabras me alegraron. —Pero estuvimos cerca de ser atrapados.

Es verdad, tuvimos suerte esta vez.

Annie Hendricks es algo tonta, pero una tonta que sabe lo que hace. Por poco se sale con la suya y si no fuera por mi querida Amanda que supo actuar rápido habríamos tenido un final interesante.

—Lo lamento.

—No es solo tu culpa, fue de ambos—. Agarró mis manos y las meció un poco haciéndome reír. —Acuérdate que somos un equipo.

—Esta bien—. Me acerqué para besarla pero desvió su mirada a un lado dejándome a mitad del camino. —Eres tan malvada.

—Y tú tan intenso—. Me miró riéndose.

—¿Esta es tu manera de vengarte?

—Mmh, posiblemente—. Acercó su rostro al mío poniéndose de puntitas, aquello me hizo creer que me besaría asi que cerré mi ojos esperando sentir sus labios pero los abrí al sentir que solo rosó su nariz con la mía y luego se alejó. Soltó una carcajada al ver mi rostro lleno de confusión y quizás un poco de enojo.

—Estás jugando conmigo.

—Hasta que te das cuenta—. Llevó uno de sus dedos a mi rostro y picó mi mejilla. —Eres tan tierno con esa carita de perrito triste.

—¿Qué?

Volvió a reír. Extrañaba esa risa, su voz, su aroma. Todo.

—¿Seguiremos con esto, verdad?— Le pregunté. No podría hacerlo solo, en este trabajo necesito una segunda mente astuta y no había ninguna como la de ella.

—Mmh, ¿me necesitas?

—¿Qué clase de pregunta es esa?— Fruncí mi ceño. —Sabes cuál es la respuesta.

—Capaz que no.

—Oh vamos, Amanda, no me hagas decirlo—. Desvié mi mirada. —Sé lo que haces y no voy a seguir tus órdenes.

—Vamos, dilo—. Con su mano me obligó a mirarla. En su rostro tenía una expresión divertida.

—No lo diré.

—Dilo.

—Amanda...

—Cariño.

—No uses la palabra mágica conmigo.

—¿No vas a responder mi pregunta, cariño?

Rayos.

La miré y esos ojos fueron mi rendición total.

—Sí, te necesito—. Suspiré y ella sonrió felizmente.

—¿Dónde quedó tu "no sigo órdenes"? Sabes que te encanta obedecerme.

—Blah, blah. Estas jugando con mi amor y eso me duele—. Fingí ofenderme. Ella se acercó y besó mi mejilla.

—Lo siento.

—Perdonada—. Rió. ¿Es que acaso tan así me tenía a sus pies? —Entonces... ¿Aún somos un equipo?

—¡Claro! Además me gusta el dinero—. El tono de alegría en su voz me sacó una sonrisa.

—Bien, mi pequeña codiciosa, justamente ya tengo a nuestra próxima víctima—. Toqué la punta de su nariz sacándole una sonrisa tierna. Finalmente tomé su rostro con ambas manos y me acerqué para acortar el espacio entre nosotros. No se negó y eso me hizo disfrutarla. —Sabes que no puedes torturarme de esta manera.

Sonrió sobre mis labios. —Y tú sabes que yo no puedo resistirme a ti.

Lazos PelirrojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora