1-Secuelas del pasado

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Por las 6:30 AM habría comenzado mi día como de costumbre. Una vaga rutina se apoderó con el tiempo de mi vida, aquí, en este pueblo.
Si bien la idea de un doctor que salva a las personas puede resultar emocionante, la verdad es que de eso tiene poco.

Cuento con un consultorio en mi propia casa. Una simple habitación particular, bastante humilde si se refiere a los instrumentos médicos que posee. Realmente no me es mucho problema ya que mis pacientes suelen ser señores de edad avanzada con gripe o simplemente niños que fueron demasiado brutos jugando.

-lo de siempre.- exclamo con decepción.

Resulta que, como hace ya semanas viene pasando, mi taza de café de la mañana no tiene ningún sabor.

Un desayuno aburrido y solitario dentro de una aburrida y solitaria casa, algo que poco a poco se me hace costumbre. No creo tener derecho a quejarme de ello, ya que pese a estar en la flor de la vida con mis 25 años esto es en parte lo que elegí por cuenta propia.

-Debería ser un poco más positivo- opino para mí mismo mientras miro por la ventana.

El encierro de estas últimas semanas resulta algo agobiante, ver hacía afuera donde está aquel frondoso bosque me hace sentir algo más motivado.

Es entonces que un repentino pensamiento cruza por mi cabeza: "Un paseo por el bosque." Hasta ahora la mejor idea que tuve en mucho tiempo.

Un simple y divertido recorrido hasta la hora de abrir el consultorio. Bueno... "abrir el consultorio". El horario es una mera formalidad realmente, ya que si algún día llegase alguien herido de gravedad lo atendería inmediatamente, es mi deber. Además ¿Dónde irían sino? Soy el único doctor de este pequeño lugar y por esta razón es que debo estar preparado para recibir a quien necesite ayuda médica en cualquier momento.

Pero dejando a un lado eso, decidido por mi impulso, me dispongo a levantarme. Apoyo mi, ya vacía, taza de café sobre la mesa y me encamino a buscar un abrigo para salir a recorrer el bosque. O almenos esa era la idea.

Al dejar la silla tres golpes secos se escuchan en la puerta, interrumpiendo mi recorrido.

-No creo que sea un paciente.- me digo a mí mismo. Tengo una pequeña campana con un cordel al lado de la puerta que cumple con la finalidad de identificar cuando viene alguien en busca de atención médica. Es por ello que descarté dicha opción.

Mientras me dirigía a la puerta siento una gran duda, normalmente nadie me visita. No tengo familiares que vivan cerca y tampoco mucha suerte haciendo amistades. Además ¿quién vendría un Lunes a las 6:30 AM?

Finalmente abro la puerta.

-Buen día Doctor, lamento las molestias-. Un extraño hombre de edad avanzada se encuentra del otro lado de la puerta, su mano esta suspendida en el aire, como si hubiese estado preparada para golpear nuevamente. 

El señor lleva puesto un sombrero gris que hace juego con su larga chaqueta y más que nada con su rostro lúgubre. En una de sus manos se encuentra un gran maletín marrón. Puede ser mi impresión, pero lo sostiene de tal manera que pareciera que su vida entera estuviese allí dentro.

-Buen día, no es molestia. ¿Puedo ayudarlo en algo? – Contesto con normalidad. Si bien no me genera confianza, tampoco habría por qué tenerle miedo. No ignoro el hecho de que él es alguien mayor y yo un joven de físico decente.

-Claro que puede ayudarme doctor, igual solo planeaba robar un poco de su tiempo.- dice con un tono un tanto ocioso.

Había conseguido llamar mi atención y por alguna razón creo que es consciente de ello. ¿Quizás debería invitarlo a pasar?

Teaching Feeling Manual para sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora