Capítulo 2: León

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LEÓN

La fiesta había sido un exitazo. Todos se habían entregado al perreo y Candela y yo no habíamos sido la excepción. Me volvía loco. Era un absoluto misterio. No le había mandado ningún mensaje durante el fin de semana, pero sin duda estaba deseando volver a verla. Lana llevaba hablándome unos cinco minutos, tenía mucha conversación, también era nueva, pero no podía concentrarme. Solo quería verla.

-Sí, pienso lo mismo -dije intentando mantener el hilo.

Entonces la vi por el pasillo. Se había saltado la primera clase, pero ahí estaba.

-Voy al baño, vuelvo en un momento -dije siendo lo más amable que me permitía el momento.

Caminé con cierta prisa, no quería perderla de vista, pero no había motivo. Estaba de pie, apoyada en la barandilla de las escaleras. Respiraba con fuerza, como si estuviera a punto de echarse a llorar.

-¿Qué pasa? -pregunté acercándome por detrás.

Ella negó con la cabeza, pero tenía los ojos ardiendo. Rojizos y aguados.

-¿Hay algún lugar en el que pueda estar sola un rato? -preguntó.

No supe muy bien cómo reaccionar. ¿La había molestado? ¿Quería que me fuera? No entendía la situación, pero terminé haciéndolo igual.

-En esta planta, en los baños de profesores no entra nadie. Llevan rotos desde el año pasado.

Agarré su brazo y tiré de ella hasta el final del pasillo. Sentí la mirada de Martina sobre nosotros, pero intenté no prestarle atención. Los baños estaban abiertos, como de costumbre. Cerré la puerta detrás de mí y me senté con ella en el suelo.

-¿Te dejo sola?

La molestia en mi voz se notó por más que intenté esconderla. No entendía nada, pero tampoco quería molestarla. No sabía que era lo correcto en aquella situación, quizá debía irme sin más, sin esperar una respuesta.

-Quédate -susurró.

Acaricié su mejilla. Me miró en silencio durante un par de segundos. Se arrimó a mí y apoyó su cabeza sobre mi hombro. No dije nada, tampoco me aparté.

-¿Te gusto? -preguntó.

La saliva se volvió espesa en mi boca. Estaba claro que sí, ¿era necesario que lo dijera? Mi cuerpo vibró. Lo último que me esperaba de ella era esa pregunta.

-Pues...

Soltó una risa. Levantó su cabeza. Estaba cerca, demasiado cerca.

-Si solo intentas ser amable puedes decírmelo -dijo-, quizá he malinterpretado tu caballerosidad -al ver que no tenía intención de decir nada se acercó más a mí-, pero... si te gusto -nos miramos en silencio- podrías besarme.

Estaba tan cerca que con un leve movimiento mis labios podían rozar su boca. Me sentía peor que un niño. Una sensación que nadie me había hecho sentir nunca.

-No hace falta que digas nada -susurró sin apartar la mirada de mí-, pero tienes que hacer algo.

Las manos me temblaban. Siempre daba el primer paso, estaba acostumbrado, pero me había quedado en blanco. Todo me resultaba extraño, pero no estaba dispuesto a perder. Agarré su cara y sin besarla pegué mis labios a los suyos. No sabía que pretendía, tampoco por qué lloraba, pero una vez más, ahí estaba. Si quería jugar, había encontrado al rival perfecto.

-Si tanto te gusto -dije con mi boca pegada a la suya-, puedes besarme.

Sus ojos brillaron y al contrario que yo, ella no dudó. El ardor empezó a propagarse por mis piernas. Sus labios eran todavía más suaves que su piel. Estaba extasiado, y aunque me costase admitirlo, también nervioso. No quería pensar en nada, solo dejarme llevar. Después de un largo y caluroso momento, la magia comenzó a disiparse.

-No quiero quedarme con ganas de nada -dijo-. Nunca.

Sus ojos negros me miraron absortos. Sentía como se clavaban en lo más profundo de mí. ¿Esto era el amor a primera vista? Físicamente me encantaba, pero sabía que era mucha más que eso. Me sentía... bien.

-Me gustas, me gustas mucho -susurré.

La voz me temblaba de la emoción. No quería parecer ansioso, pero era imposible. Con ella el cuerpo me pedía más.

-Lo sé -dijo mirándome con una sonrisa triste-. Soy un pivonazo.

Esta vez fui yo quien la besó No quería separar mi lengua de la suya. Era la primera vez que sentía algo por otra persona que no era Martina.

-Eres preciosa -dije entre besos. Vaya que si lo era.

Sus manos se perdieron en mi cuello. No parecía real. Hacía una semana Candela ni siquiera existía en mi vida. Su boca se detuvo. Estuvimos minutos en completo silencio, mirándonos absortos.

-No sé si voy a quedarme en la universidad -dijo.

Asentí.

-¿Quieres que te lleve a casa? No te perderás gran cosa.

Su cara se tensó antes de apartar la vista de mí. El nerviosismo se apoderó de mi cuerpo. Se pasó las manos por el pelo.

-No sé si quiero seguir estudiando en la universidad -remarcó.

Su voz no era más que un susurro. Agarré su mano. No entendía nada, si acababa de llegar este año. El momento se había esfumado por completo.

-Sea lo que sea, cuenta conmigo.

Me sonrió como pudo.

-Hoy es un día especial para mí, he pensado en muchas cosas.

Volvíamos a estar frente a frente. Quise besarla, pero me limité a posar mis labios sobre su mejilla izquierda.

-Pues celebrémoslo -dije-. Salgamos esta noche -murmuré-. Tú y yo. Si te hace, llámame.

Le di otro beso antes de salir del baño. El pasillo estaba vacío. La de economía seguramente ya habría llegado. Regresé a clase, pero para mi sorpresa enfrente de la puerta estaba Martina hablando por teléfono. Al verme, colgó.

-En el baño de profesores, ¿no? -inquirió.

Su voz me abofeteó. No quería hablar con ella, no después de todo lo ocurrido con Candela. Sus ojos azules me sonreían, pero podía ver el enfado que los hacía destellar. La conocía demasiado bien. Forcé una sonrisa, estaba harto de aquello, no sabía cuanto tiempo más podía soportar esa situación.

-Creo que Arnau te está buscando -dije casi gritando.

Me negaba a seguirle el juego. Otra vez no. Intentaba con todas mis fuerzas restarle importancia, pero no podía. Cada vez que me hablaba algo revoloteaba dentro de mí y estaba cansado de esos sentimientos. Enfados, celos, desconfianza, siempre era lo mismo con ella.

-Somos amigos, ¿no? -susurró.

No quería reírme, pero no pude evitarlo. La situación me superaba.

-La diferencia está en que tú a mí si me importas, no te manipulo ni pretendo hacerte sentir culpable. A pesar de todo, te respeto, Martina. Cosa que tú a mí, no.

Me agarró del brazo, tiré de él para librarme de su agarre. No quería nada suyo. Ni su preocupación ni mucho menos su lástima.

-Te respeto lo suficiente para no partirte la cara cada vez que te veo -dijo.

Suspiré, la situación era surrealista.

Descontrol: ¿Cómo perder la cabeza?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora