Fénix

SECUESTRADA

Los recuerdos son los mejores sueños que he tenido durante este tiempo de obscuridad absoluta. No tengo nada que pensar. No tengo nada que decir. Pero ahora a todo le tengo que temer. Se podría decir que estas paredes blancas son mi protección, aunque no me van a servir mucho cuando por esa puerta entren los lacayos de Cattaneo o algún otro extraño que vendrá a torturarme.

Recuerdos.

Recuerdo a mi hermano, sí, lo amo y es mi recuerdo más preciado; como el mejor tesoro del mundo que ahora está hecho cenizas.

Recuerdo a Cristerna, la que creí era mi amiga y me traicionó, diciendo donde me encontraba y ahora estoy aquí, muriendo lentamente.

Recuerdo las facciones gentiles de la cara de mi madre, sus ojos angelicales llenos de paz y serenidad hasta que fueron eclipsados por dos perlas negras llenas de enfermedad y locura, que a consecuencia estoy en este lugar.

Recuerdo la sonrisa ancha de mi padre, sus ojos llenos de misterio color chocolate, su postura lejos de ser encorvada. Era muy apuesto lo que hizo que mi madre lo amará y se embarazará a temprana edad.

Recuerdo la hipocresía de Cattaneo, al ofrecernos un lugar en donde vivir a mi hermano y a mí. Vi el brillo de sus ojos de pura maldad, contemplé sus sonrisas heladas a tal recibimiento, u mi hermano y yo caímos en su trampa.

Recuerdo el centro de la ciudad, llenó de personas que van en diferentes direcciones pero con una misma meta, querer agradar a las demás personas; los prados que eran las fronteras del sitio, lleno de árboles grotescos y de flores que iluminaban el camino. Todo convertido en cenizas al instante.

Recuerdos….recuerdos llenos de anhelos, llenos de querer vivir una mejor vida: con una madre llena de cordura y razón, un padre menos triste sin pensamientos suicidas y un hermano que no se convierta en cenizas como el planeta.

Este sitio está lleno de pesadumbre, lleno de pestilencia y lleno de muerte. Aunque el color de toda la construcción es blanca, comparada con el medio que la rodea que es de un color negro cenizo, también lleno de muerte. Y no pienso mucho.

A veces medito sobre la vida, pero ahora ya no queda mucha vida. Me gustaba pensar en cómo se crearon cada uno de los encantos de la naturaleza: un río, un árbol, las estaciones del año, el cielo, la tierra, el fuego. Preguntas que mi hermano quería contestar cuando cabía la posibilidad y preguntas que irritaban a todas las familias con las que nos acomodaron hasta que decidimos que teníamos que escapar.

Si ves desde otro respectivo punto, la persona que está en posición fetal, con una bata blanca mugrosa y rota, con la cabeza calva y negra por la ceniza, con las plantas de los pies rojas con quemaduras de tercer grado, con los brazos magullados. Esa persona soy yo.

Antes solía ser bonita, heredé los ojos y el cuerpo de mi madre, la presencia y el encanto de mi padre. Tenía el cabello café chocolate y cuando los rayos del sol los tocaban adquiría un color rojizo y brilloso. Ahora soy un saco de suciedad y de contaminación, quizás con una extraña enfermedad que hace que me sienta débil en cada momento de esté encierro.

La puerta que es la única entrada y salida de este infierno chirrió con un ruido metálico tan espeluznante que retumbó en mi sistema ocasionan escalofríos por todo mi cuerpo. Procurando mantenerme alerta, abro los ojos y la tristeza me consume combinada con un miedo profundo, miedo a la persona que vaya a entrar, miedo al miedo que siento.

Los pasos son pesados y sé que la persona es segura de sí, ágil y rápida con solo escuchar cada acercamiento. Sin previo aviso, soy levantada por unos brazos fuertes y de mi boca escapa un grito lamentable.

-Cattaneo te quiere ver. – la voz es sólida y dura al igual que sus pasos.

Tan frágil estoy que no pongo ninguna resistencia, medir su fuerza y compararla con la mía es ridículo en estos casos y presiento que si me trato de zafar de su agarre tendré muchas probabilidades de acabar golpeada por las botas de este tipo.