Concede mi deseo

3.5K 206 220
                                    

Primera parte, antes.

1. Concede mi deseo, (1994)

La primera vez que Harry lo vió no le dió más importancia de la necesaria. Nada más allá que una ojeada antes de prestar atención a la verdadera razón de la nota en las grullas de papel que siempre llegaban a él. Porque, después de todo, sólo se había tratado de un garabato perdido en la hoja de pergamino que Malfoy debió reciclar.

Harry está seguro que de haber una enorme mancha ocupando una de las perfectas hojas con el nombre de Draco L. Malfoy en dorado sobre las esquinas, el chico la usaría sin dudarlo como una oportunidad extra para insultar con excusa a su peor rival.

Pero entonces lo vió por segunda vez, en otra grulla. Mucho más grande y mucho más visible. En el pergamino lleno de insultos y dibujos de Harry recibiendo una paliza o cayendo de su escoba, ya nada quedaba del garabato tambaleante de la primera vez. Ahora era más que nada un trazo seguro, un garabato hecho a conciencia. Incluso así, Harry puso los ojos en blanco por el dibujo de un pequeño morocho chimuelo y gordo bastante divertido, con gafas rotas y raspones en la cara. Bufó brevemente y continuó prestando atención a las instrucciones que el profesor Snape daba al resto de la clase.

La tercera vez, en otra nota, el garabato firme e imponente se dibujaba en la playera de un pequeño rubio que le mostraba obscenamente el dedo medio una y otra vez. Así que no fue exactamente el centro de su atención: Harry envolvió la hoja en una bola de papel rugosa e ignoró cualquier atisbo de burla que alcanzara a oír de Malfoy o su grupo de séquitos al otro lado del salón.

Cuando dió la cuarta ocasión, Harry empezaba a estar seguro de que el garabato era una firma. Pues ya no sólo lo encontraba en sus grullas de papel, sino que esta también apareció escrita en las bromas mutuas que solían hacer desde el incidente del segundo año. Malfoy se había asegurado de colocarla en la botella de su shampoo de desenredado rápido después de reemplazar el contenido con zumo de calabaza y miel, que dejó su cabeza pegajosa y sucia hasta terminar con su tercer baño.

El incidente del segundo se reducía más que nada a un día entre octubre y noviembre en el que Malfoy ganó una buena reputación en Gryffindor. Durante todo el año anterior, había estado recibiendo miradas de recelo y comentarios de mal gusto. No había alma en Hogwarts que no lo conociera, y que no creyera que Malfoy no debía estar en la casa en la que estaba.

Todo inició cuando durante la ceremonia de iniciación el sombrero seleccionador gritó y cada persona en Hogwarts calló. Gryffindor. No Slytherin. Ni siquiera Ravenclaw. Nadie podía creerlo o entenderlo, como si ser un Malfoy se relacionara directamente con Slytherins y mortífagos de poca monta: hubo quienes se miraron entre sí en busca de respuestas y, otros, quienes miraron hacia el pequeño rubio de once años como si las tuviera con él.

Malfoy no era el único niño rico que tenía un padre en Azkaban, claro está. Pero sí el único que parecía ignorar ese gran hecho. Después de todo, el hombre que debía ser su padre apenas le era reconocible por las fotos y pinturas que aún habían de él en la mansión. Más allá de eso no iba. Pese que aún seguía siendo su padre biológico, él había puesto su figura paterna en alguien más y así siempre había sido. Nadie podía comprender que su padre ausente no podría haberle enseñado sus malos valores o los ideales dignos de un Slytherin, su madre había hecho lo que pudo y estaba demasiado cansada para preocuparse por ello. Ahora, que lo colocaran en otra casa, mucho no le importaba.

El incidente entonces, fue el día en que Draco Malfoy hizo demostrar su valía. A la hora de la cena, unos Slytherins de su edad le habían estado echando bronca a una niña de Gryffindor en pleno pasillo. La pequeña temblaba ligeramente cuando Blaise Zabini había alzado bruscamente se barbilla una vez Pansy Parkinson la había arrinconado contra un muro, y Malfoy apenas había resistido el impulso de detener lo que sea que fuera eso. Hasta que Parkinson tiró del pelo de la niña y Millicent Bulstrode hizo amago de sacar su varita.

SIGIL, drarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora