Capítulo 1.

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(Por favor, ponte cómodo y regula el volumen)


2:00 AM.

—¿Tienes mi encendedor? —preguntó Thomas en la habitación mientras sostenía un cigarro en la mano.

Las dos de la mañana marcaba la aguja del reloj y Aydian bajaba curiosamente por las escaleras, su ensueño se halló interrumpido por el molesto sonido de un vaso roto. El 9 pm - ATB sonaba con brío en el piso de abajo, la música y las carcajadas titubeaban en su sentido, estaban haciendo lo que todos los sábados hacían, pensó.

Lentamente bajaba por los peldaños, desgraciadamente la escalera no era infinita, se le fueron acabando mientras discernía aquellos bruscos sonidos en su mente, se detuvo en al sentir el tapiz en sus pies, volteó la mirada hacia el callejón, el destino que daba a las carcajadas se encontraba fría y oscura (algo que él conocía a la perfección), se volvió al frente y divisó algo extraño, un bulto en mal estado, probablemente un regalo muy grande, especuló, no lo sabía, pero una mesita de vidrio evitaba que eso esté en el suelo. Se aproximó sin chistar, y allí fue cuando descubrió que era su madre, la misma con quien había confundido con un bulto manoseado, aunque después de todo se hallaba groseramente con las prendas liadas. Ignoró a su madre para seguir su instinto, el responsable de que se encuentre allí.

Las borracheras se hicieron habituales desde el momento en que Verónica recibió la noticia más triste de su vida «la que todos no querríamos escuchar muy temprano, sin embargo, eso tristemente no lo decidimos nosotros», su padre fallecía a los sesenta y siete años de edad con una enfermedad crónica (nefrosis) que treintainueve años llevó padeciéndola. Para la funesta madre el alcohol se convirtió en su paño de lágrimas, miserablemente era lo que único que hacía olvidar su vida, lo que no quería recordar (momentos al lado del ya difunto). Alguien allí no sentía lástima por la situación, y ese era Óscar, aunque fabulosamente lo demostraba frente a todos, gracias a eso, sedujo la frágil mente de su esposa y eso bastó para incitarla a experimentar el alcohol, no desperdició la oportunidad para continuar ese viejo mundo que llevaba antes.

—¡Escushaaa hermano! Sabes que yo siempre te voy apoyar. —vociferaba un ebrio en la cocina.

—Sí, sí ya sé compadre. —reconoció su compañero echando una ridícula carcajada.

Era patético todo lo que pasaba allí adentro, comparado con la apaciguada brisa de la noche que cobijaba cada recinto del vecindario, y sin duda alguna, daba a recordar lo hermoso que es la vida, tal cual, los muchos subconscientes que trajinaban en la senda de los ensueños, descubrían en lo pacífico que podría transformarse, soñando levemente con un mundo sin odio, sin ego, sin maldad, sin humanos.

Aydian sabía que a esa hora debería estar durmiendo y no recorriendo el piso de abajo, con la poca edad que llevaba presentía que era malo, pero la curiosidad atraía su diminuto cuerpo a esa antecocina, una fuerza, un imán llamado destino. Sus minúsculas manos iban rozando las sombrías paredes del callejón, lado a lado se tambaleaba adelantando la mirada a la puerta, ya pronto llegará, ya pronto volaría, pronto estaría en el lugar de las risotadas. Los piececitos se detuvieron tras el marco de la puerta. Tres colosales hombres se encontraban alcoholizados en la mesa; la nevera abierta que indicaba lo irracionales que estaban, y las apiladas botellas de licor bajo la mesa. Podía distinguir a su padre, estaba de polo naranja, lo había visto así la noche anterior, el color más llamativo de la habitación, probablemente Aydian se halló atraído por el color y fue tras él como si se tratase de una mariposa escurridiza.

—Papá. —llamó tironeando de su camiseta.

—Aydian, hola muchacho. —respondió una voz volviéndose a él. —¿Buscas a tu padre?

Idilio (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora