Capítulo I

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ROGER TAYLOR Y EL RESTO DE Queen decidían qué hacer en la mañana de domingo. No podían ir a tomar porque los bares de los alrededores abrían a partir de las siete de la noche y, por supuesto, Freddie quiso cumplir uno de sus caprichos para probar esos bizcochos que te llevaban al cielo, según él. Así que obedecieron al vocalista y fueron a esa cafetería vintage. El sol ilumaba las calles londinenses y el cielo estaba despejado. A pesar de ser primavera, el clima de esa mañana era frío; perfecto para un espresso. Los cuatro chicos que recién iniciaban su carrera musical abrieron la puerta de madera blanca haciendo sonar la campana que los recibía.

—Es muy temprano para estas cursilerías —dijo un Roger malhumorado.

—Ay, querido. Lo que tienes de bonito, lo tienes de amargado —respondió Freddie entrando primero que los demás, seguido por Roger, Brian y, por último, John.


—No tomar alcohol en el desayuno te hará bien, Rog —le animó Brian.

—Dale un respiro a tu hígado —finalizó John.

El guitarrista tomó asiento en una de las cuatro sillas y el resto así lo hizo mientras Roger observaba con detenimiento y curiosidad la decoración de la cafetería.

Era tan pequeña y cálida al igual que ella, pensó el rubio al posar su mirada en una chica de cabellos castaños claros que se encontraba sentada al otro lado del pequeño local. Sus ojos azules se paseaban de una pared llena de cuadros pequeños con flores pintadas al óleo hacia los estantes de vidrio que mostraban los pequeños bocadillos con diferentes decoraciones y probablemente sabores. El aroma a café y té recién hechos acariciaban sus fosas nasales abriéndoles el apetito.

—Todo luce delicioso —John habló de manera animada desde los estantes de vidrio. Segundos después, volvió a su lugar seguido por una mujer de unos cuarenta años vestida de mesera que entregó los menús a cada uno, despidiéndose de nuevo con un «Volveré en unos minutos para tomar su orden» y así regresó a lo que suponía ser la cocina.

—El lugar está divino, ¿No creen? —dijo Freddie cruzando las piernas en su silla.

Todos respondieron positivamente excepto Roger, que se encontraba repasando los rasgos de la chica que vio momentos antes. Sus ojos paseaban con rapidez en el libro que sostenía entre su mano y con la otra, tomaba de una pequeña taza de vidrio llena de té. Sus ojos se achinaron y sus labios dibujaron una sonrisa haciéndolo sonreír también hasta que se percató de que la estaba mirando y, tímidamente, escondió su rostro en el libro acomodando su vestido blanco con un estampado de flores rosas y amarillas. El corazón de Roger se encogió por la ternura que sintió y soltó una leve risa al ver la reacción de la castaña.

—¡Roger! —gritó su amigo azabache y al no ver ninguna reacción, volvió a llamar su nombre—. ¿Rog?

—¿Qué? ¿Qué dicen? —Roger volvió a la realidad y se sintió tan incómodo consigo mismo al perder la pose de chico cool ante sus amigos. John, Brian y Freddie rieron.

Entre risas y expresiones de enfado del rubio, la mesera tomó el pedido de cada uno y regresó a la barra para pedir las diferentes bebidas calientes y postres que tomarían como desayuno. Freddie pidió un té Earl Grey como era de costumbre, Brian un espresso, John un chocolate caliente y Roger un café con licor dulce y en el centro de la mesa redonda con mantel blanco de olanes con encaje se encontraba un plato de porcelana lleno de galletas de mantequilla y macarons: la nueva tendencia francesa en Londres. Cada uno comía y bebía lo que pidió mientras algunas canciones de Louis Armstrong y Ella Fitzgerald sonaban de fondo. Casi no hablaban pues las galletas estaban deliciosas y se limitaban a hacer sonidos de disfrute. De nuevo, Roger miró a la chica y la mesera que los atendió estaba con ella.

—¿Quieres algo más, linda? —preguntó la amable señora. La chica simplemente se limitó a sonreír y asentir levemente con la cabeza—. ¿Te gustarían las galletas de siempre? —la chica volvió a asentir con una sonrisa. No dijo ni una palabra y regresó a su libro.

—Deja de mirarla si no quieres asustarla —susurró John frunciendo el ceño y acercando su taza de porcelana olfateando el chocolate caliente con canela y Brian rió. Mientras sus amigos se reían de él, Roger se preguntaba porqué la chica no decía ni una palabra y sí había algo malo con ella. Quería acercarse y preguntarle su nombre, quizás si sucedía un milagro le respondería. Se preguntaba si tendría novio o cuáles eran sus gustos.

—¿Por qué no vas y hablas con ella, rubia? —cuestionó Freddie al notar su obvio interés en la chica de la cafetería.

—No sé de qué hablas —tomó su taza de café y la acercó a sus suaves labios para saborearlo, tomó un trago y permaneció en silencio considerando la idea de Freddie. ¿Qué sería lo peor que podría pasar? Mas bien, ¿Qué podría pasar?

Después de un rato y discutir asuntos de la banda, pidieron la cuenta y cada uno pagó lo que comió. Antes de salir de la pequeña cafetería, la chica seguía ahí. Parecía no tener nada más qué hacer o sin un lugar a dónde ir. La vida pasaba y ella simplemente se sumergía en el libro o veía a las personas pasar a través de la ventana que iluminaba su melena y rostro mostrando que nada podría perturbar su pequeña atmósfera de paz.

Roger se hartó de pensar en la decisión qué tomaría. Dejó a sus amigos, quiénes salieron, y se acercó a ella. Cuando se acercó pudo admirar su rostro y darse cuenta de que era pequeño y definido con un par de ojos avellanas que eran cubiertos por largas pestañas del mismo color que su cabello y sus labios rosados estaban entre abiertos.

—Hola nena. ¿Qué tal? —sonrió mostrando las blancas perlas que llevaba como dentadura—. Me preguntaba sí querrías salir a tomar algo —Roger sonrió coquetamente y la miraba fijamente. La chica hizo lo mismo atentamente con el rostro sonrojado. El rubio esperaba una respuesta pero sólo recibió un silencio que se acomodaba entre los dos—. ¿Me dirías tu nombre al menos? —de nuevo le preguntó a la chica y no hubo respuesta—. Entonces... Me voy —Roger se limitó a sonreír forzadamente y se alejó caminando hacia sus amigos que lo esperaban bajo el sol de Londres. Al salir, lo miraron y después a la chica que hacía señas a la mesera que rió. Miró hacia la ventana y saludó de lejos a alguien que parecía estar fuera. Cuando volteó y vio a Brian saludándola, bufó—. ¿Qué carajos le pasa? ¿Y por qué saludó a Brian en lugar de mi?

Por supuesto que Roger estaba molesto. Se sentía ignorado y odiaba la sensación de sentir que las personas se burlaban de él. Miraba a través de la ventana fijamente a la chica con el enfado irradiando de él.

—Se llama lenguaje de señas —dijo Brian a sus espaldas y rió ante la expresión de su amigo—. Lo hablan las personas sordas y mudas. Ella y yo nos conocemos desde la universidad, ¿No la recuerdas?

En ese momento Roger se sintió estúpido por no haberlo adivinado desde el principio y se abofeteó mentalmente aunque también odió a su amigo guitarrista. Sin embargo, no lograba recordar a la chica que robó su atención—. Sea como sea tienes que enseñármelo —juntó sus manos en modo de súplica provocando que sus amigos y compañeros de banda volvieran a reír.

—Está bien, te enseñaré pero no será gratis —dijo Brian riendo al ver la expresión de Roger.

Roger, Brian, John y Freddie caminaron a casa del último para los ensayos de las letras de canciones que hubieran escrito y algunas que quedaron pendientes para terminar entre todos, aunque en realidad Brian impartiría sus clases de lenguaje en señas a Roger.

𝐋𝐀𝐒 𝐏𝐀𝐋𝐀𝐁𝐑𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐀𝐌𝐎𝐑 » Roger TaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora