Parte de una gran decisión I

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Natasha se encontraba durmiendo cuando un sonido fuerte la despertó. Sus ojos se abrieron solo un poco, ya que tenían que acostumbrarse a la luz que se filtraba a través de las cortinas azules. Se levantó disgustada a cerrar la ventana que alguien -tal vez ella- había dejado abierta. La áspera tela que se movía por la fuerza del viento le golpeaba la cara, apartó las cortinas con sus manos, tomó la manija y con un poco de esfuerzo cerró la ventana. Sin embargo, no se movió de donde estaba, las cortinas la cubrieron y ella se quedó viendo el exterior.

Fuera las hojas de los árboles caían, y cubrían el suelo con colores de otoño. Miró el reloj, aún era temprano. Fue hacia su armario y saco un suéter de rayas, pantalón negro y unas botas. Se vistió y se arregló sin prisa. Cuando terminó tendió su cama y limpió el resto de su habitación, que siempre lucía impecable.

Se dirigió a la cocina y vio a su mamá preparando el desayuno. La señora Anneth era una mujer muy hermosa, con cabello rubio largo que siempre lucia amarrado elegantemente, tenía ojos azules que a Natasha le gustaba admirar, era alta y esbelta. La mayor parte los días usaba vestidos, que se le pegaban al cuerpo y la hacían parecer mas joven.

- ¡Buenos días, cariño!

-¿Qué tal má? - saludo sin mucho entusiasmo.

Ese día se levantó si ánimo, como si su vida hubiera dejado de tener un propósito, claro ella quería ser escritora, sin embargo su madre quería que se convirtiera en diseñadora de moda, para que trabajara con ella en el taller. Natasha era buena diseñando y cuando su lápiz se movía el resultado siempre era maravilloso, además era hábil confeccionando los vestidos, sin duda había heredado el talento de su madre, pero solo había un problema... No era lo que ella queria.

Terminó su desayuno, y decidió que el huevo siempre lo comería con catsup. Tomó un poco de leche y un vaso de jugo de naranja y estuvo lista para el día. Era sábado, pero hacía tiempo que había dejado de llamarlo así, ahora era El Día de las Entregas. Ese día en la mañana toda la gente que había hecho encargos iba por sus prendas, y había ciertas personas que pedía que se lo llevaran a su casa, Natasha era la que se hacia cargo de eso.

Ella y su mamá bajaron las escaleras y llegaron al taller, que era un ordenado desastre, en un lado había demasiadas telas, si era tu primer día en entrar ahí seguro lanzarías al aire una pequeña exclamación, sin embargo Natasha estaba bastante familiarizada con aquel lugar y sabía muy bien que estaba dividido por tipo de tela, no por color y eso le daba un tono de desorganización. En el otro lado estaban perfectamente alineadas las maquinas, sin embargo había pedazos de hilo y tela a su alrededor, la limpieza se hacia cada tercer día en la tarde, y por lo visto esa tarde tocaba limpieza.

Al final de todo el taller se hallaba una puerta de madera que conducía a la oficina, que era totalmente diferente al taller, ahí se hacia la limpieza todos los dias por la mañana. Era un lugar organizadamente pulcro, había tres escritorios, y en cada uno había una computadora, un archivero, un asiento giratorio y un catálogo. En un extremo había 4 probadores llenos de espejos. y claro en la parte posterior no puede faltar un exhibidor con grandes ventanas, lleno de mujeres estáticas y con excelentes cuerpos que todo mundo desea tener, llamadas maniquíes.

Descubren que las secretarias ya han llegado, después de todo ellas tenían que llegar más temprano que en un día normal porque se encargaban de organizar las entregas.

-¡Buenos días!- saludó la madre de Natasha

-¡Buen día señora Anneth!- saludaron todas al unísono , lo que a Natasha le resulto bástate gracioso

-Hola Nat - saludo Carley una de las secretarias de la que se había hecho amiga, Carley era muy agradable, era joven tan solo 5 años más grande que Nat que tenia 18, era de estatura media y delgada, tenía el cabello rojo oscuro y una amplia sonrisa - aquí tengo la ropa que tienes que entregar, y las direcciones, esta vez son solo son 4 vestidos y todos están pagados - dijo mientras le entregaba una hoja y los vestidos. Los tomó y salió del establecimiento.

Subió a su pequeño auto color amarillo, lo encendió y seleccionó la canción, El primer día del resto de mi vida de La oreja de Van Gogh. Fue entonces cuando arrancó.

Llegó a la primera dirección, la entrega era para la esposa del dueño de una zapatería que se caracterizaba porque la mayor parte de los zapatos que vendían eran hechos por el señor James, el dueño, y eran muy originales. Cuando Natasha entró había mucha gente; como de costumbre; entonces localizó al señor en la caja y fue directo a él.

-Buenos días, disculpe ¿se encuentra su esposa? Traje un pedido.

-Carlota no está pero me lo puedes dejar, me comentó que ya lo había pagado - Dijo James amablemente, por su tono de hablar, le agradó inmediatamente a Natasha.

-Mire aquí lo tiene, solo firme aquí de recibido.

James firmó y le regresó el bolígrafo con una sonrisa de agradecimiento mientras recibía el vestido. Cuando Nat se retiraba no pudo evitar observar los tenis, uno en particular captó su atención, era color negro con detalles en color rojo, dirigió la mirada a sus pies y trató de imaginárselos. Se prometió que hablaría con su madre sobre una nueva adquisición de calzado. Y se marchó, sin sospechar que estaba siendo observada por los ojos curiosos de James el zapatero que estaba debatiéndose en una difícil decisión.

La chica de los tenis rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora