Parte Única

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Stuart Pot contemplo su estado frente al espejo de manera arbitraria, ya que sabía a la perfección que es lo que se encontraría. Era habitual que, además de los hematomas repartidos a lo largo y ancho de su cuerpo, también hubiese rastros de mordeduras y arañazos; todas con una estela de agudo dolor ocultándose bajo su piel.

Era lo habitual. No esperaba nada más. Sin embargo, en el fondo sabía era exactamente lo que quería. Se había conformado con esas marcas como consuelo, ya que sabía que jamás sería amado. No por él, no a su manera.

Stuart a estas alturas, se contentaba con ser amado de la única manera que Murdoc conocía. Con violencia y crueldad. Dolorosamente. ¿Y qué mejor que esas heridas para introducir algo de amor a esa minúscula alma solitaria suya? De esa manera su huella jamás desaparecería.

Y aunque no le quedasen fuerzas para poder sonreír, se esforzaba en hacerlo frente a su reflejo, acariciando casi con adoración esas marcas. Estaba demasiado perdido y extasiado en aquel mundo torcido y pútrido, acabando por enamorarse del dolor en sí mismo. Así sabría que estaba vivo, aunque no supiese donde estaba su alma o qué hacía. ¿Acaso eso importaba? Su alma entera gemía y sangraba por él. Sus heridas olían a él. No quería nada más.

El dolor y la decadencia tenían buen sabor si de esa manera conseguía que el otro pudiese consumirlo por completo.

Oh, Señor, perdona en lo que me he convertido. 



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𝐀𝐦𝐚𝐫𝐢𝐥𝐥𝐨 [𝟐𝐃𝐨𝐜]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora