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    Tsunade llevaba días teniendo el mismo sueño una y otra vez, en el que estaban en guerra y todos los  ninjas morían a manos de Akatsuki

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Tsunade llevaba días teniendo el mismo sueño una y otra vez, en el que estaban en guerra y todos los ninjas morían a manos de Akatsuki.

Al principio, pensaba que era solo una pesadilla sin importancia, pero de tantas veces que lo soñaba, decidió tomar cartas en el asunto.

Busco entre todos sus pergaminos algo que la pudiera ayudar pero no obtenía ningún resultado.

Cansada, dejó reposar su espalda en la estantería mientras soltaba un pesado suspiro. Cerró los ojos intentando relajarse pero algo le golpeó la cabeza de manera sutil. Abrió los ojos y se llevó una mano a la cabeza mientras su vista se posaba en un enorme pergamino de color negro. Lo cogió y lo llevó a la mesa donde tenía más pergaminos esparcidos, pasando su brazo por la mesa, los tiro todos al suelo.

Con sumo cuidado abrió el pergamino y comenzó a leerlo.

Hablaba sobre un poderoso Dios del océano que con un solo puñetazo en el suelo podía arrasar ciudades enteras.

Sin perder más tiempo comenzó a realizar los sellos que estaban indicados en aquel antiguo papel.

Al terminar los sellos posó con delicadeza su palma encima del papel hundiéndose en una masa de agua. Se introdujo en el papel sin saber muy bien donde estaba pues estaba todo oscuro.

Algo la atrapó y comenzó a moverse con una velocidad de vértigo sin darle tiempo a Tsunade para defenderse. Como pudo realizó sellos para crear una burbuja de aire pues comenzaba a ahogarse y de momento no le apetecía morir.

Segundos después fue escupida por aquel extraño bicho a los pies de un trono. Levantó la vista con lentitud y se encontró con un hermoso hombre de cabellos azules que la miraba desde arriba con severidad, aunque el azul de sus ojos solo transmitía calma.

-Tsunade Senju, una de los tres grandes sannins, si has llegado hasta aquí tiene que ser por una buena causa. Habla.-la voz del dios era gruesa y potente, bastante atractiva a su criterio.

-Le ofrezco mis respetos, adorado dios del océano.-hizo una reverencia.- como usted mismo ha dicho, estoy aquí por una buena causa. La cuarta guerra ninja se acerca y a pesar de que las fuerzas aliadas shinobi tienen los mejores ninjas no son suficientes para ganar contra la inminente amenaza que se acerca. Por eso estoy aquí, para pedirle su ayuda.

-¿Y como podría yo ayudar a una humana?-Tsunade clavo sus orbes chocolates en los azules que de vez en cuanto se daban un paseo por su escote y se sonrojó.

-Podría enviar a su soldado más fuerte.-el hombre frente a ella se llevó una mano a su filoso mentón considerando la idea pero se le ocurrió otra mejor.

-Te voy a dar algo mucho mejor. Engendrarás a mis sucesores. Su fuerza se igualará a la de mil ninjas de élite, serán tan veloces que ni el mejor de los sharingans será capaz de seguirlos.

>>Serán ágiles y sigilosos, su vista le permitirá ver más allá. Poseerán una belleza digna de los dioses y un corazón puro. Sus chakras serán igual de inmensos que el poder de destrucción de un tsunami. Tendrán una única debilidad, solo podrán morir a manos de su amado. Ningún tipo de arma podrá herirlos de gravedad o mataralos a no ser que sea empuñada por la persona de la que esté enamorada.-Tsunade asintió.

Ciertamente no se sentía preparada para ser madre pero todo fuera por salvar el futuro.

-Iré a visitaros de vez en cuando y los entrenaré personalmente. Ellos serán poderosos.-Tsunade volvió a asentir, hizo una reverencia y cuando volvió a levantar la cabeza ya no se encontraba en la misma habitación que antes y tampoco tenía ropa.

-¿Eh?-cuando vio al dios observándola se tapó como pudo causándole gracia a aquel ser divino. Le extendió una mano y en el momento en el que sus pieles entraron en contacto dejó de sentir vergüenza o pudor alguno dejándose llevar por las caricias del dios del mar.


De ese amor divino nacieron dos bebes que algún día se convertirían en leyendas en la historia de Konoha.

𝑶𝒄é𝒂𝒏𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora