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𝐋𝐚 𝐩𝐫𝐢𝐦𝐞𝐫𝐚 𝐟𝐥𝐨𝐫 

Aunque la escultura de la fuente estuviese intacta, con la misma expresión de tristeza sosteniendo aquel jarrón por donde caía el agua; sabía que, al igual que yo, estaba triste al ver las pequeñas florecillas azules que, el día anterior rodeaban a toda la fuente junto a los tulipanes. Ahora se encuentran regadas por doquier, como los cuerpos de los soldados después de una guerra.

La señora Han había pedido que la fuente esté rodeada de narcisos. El señor Taeyang tuvo que quitar todas las florecillas, pero como él era igual o más viejo que mi abuela, su cuerpo no tardó en cansarse.

Mi abuela, como buena amiga suya le ofreció ayuda; mandándome a mí para ayudarlo con lo que restaba de su tarea. No me molestaba en lo absoluto. El jardinero siempre fue atento conmigo, hubo una ocasión en que me dejó plantar algunas camelias en el jardín principal.

Sin embargo, me entristecía el saber que ya no tendría nada con qué recordar a mamá. Estas pequeñas florecillas me ayudaban a pensar en ella aquellas madrugadas en las que no podía dormir.

Dejé escapar un suspiro y comencé a recogerlas una por una ignorando que con cada flor que recolectaba, esta ensuciaba mi overol con tierra; no importaba. Mi abuela me había dicho que usara este viejo overol que comenzaba a desteñirse.

― Lo siento, ―les dije a las pequeñas flores que tenía en mi mano, como si entendiera el dolor que tuvieron que pasar cuando las despojaron de la tierra.

Traje una cesta de mimbre conmigo para que me sea más fácil llevarlas con el señor Taeyang y pudiera deshacerse de ellas, como él lo había dicho.

No recogí los pétalos que estaban flotando, ya que siempre había pétalos de rosa nadando en el agua. Nadie lo notaría y tampoco les molestaría.

Limpié la gota de sudor que resbaló por mi frente a causa del calor. La temperatura aumentaba con cada minuto que pasaba. Tomé la cesta una vez que terminé de recoger todas las flores; dirigí mi vista hacia la fuente nuevamente, el sonido del agua cayendo fue lo único que se podía escuchar.

Me asomé a la fuente y me senté en ella. Ver mi reflejo en el agua siempre era divertido porque podía ver como se distorsionaba mientras sumergía mi mano en ella; alcé la mirada una vez más para admirar el paisaje que me rodeaba, ver tanta diversidad de flores e incluso piedras, que eran de diferentes tamaños y colores, el olor del pasto mojado era algo que le daba el toque especial a este jardín. Sonreí inconscientemente, realmente disfrutaba estos pequeños momentos con la naturaleza.

Noté que detrás de la estatua yacía un tulipán amarillo, la parte inferior de su tallo tocaba el agua. Suspiré y me puse de pie para rodear la fuente y recogerlo. Pero antes de que lo sostuviera alguien más lo había recogido.

Di un paso atrás por el susto que me había llevado, parpadeé un par de veces hasta encontrar a un niño frente mío, que, por las prendas que llevaba, me di cuenta que se trataba del hijo del dueño de casa.

Pasaron pocos segundos para que volteara a verme, y mi cuerpo dejó de responder en cuanto cruzamos miradas.

Mi abuela decía que los ojos son la ventanas del alma, pero, ¿cómo es que aquellos ojos grises que me miraban fijamente podían serlo?, si son tan profundos y fríos.

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