Prólogo

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Las puertas estaban bloqueadas y las luces apagadas. El aire cada vez se cargaba más , lo que solo hacía más creciente la preocupación de Henry por la seguridad de su pequeña hija.

- Princesa, ven aquí.

Henry se sentó en el sofá de la sala de estar, abriendo sus brazos para recibir a su hija en ellos. El verla caminar hacia él, sonrisa en cara, solo hizo que su angustia creciera aún más. Había perdido a su esposa hace cinco años y ahora tendría que separarse de su hija por culpa de lo mismo. Lágrimas amenazaban con caer.

- Papi, luces triste.

- No, cariño, papi está bien.

Forzando una sonrisa, Henry tomó a su hija en brazos, apoyándola en su rodilla derecha.

- Es solo que... papá tiene que irse por un tiempo, tía Jess cuidará de ti.

- ¿Por qué, papi?

- Papi tiene que arreglar unos asuntos princesa, pero todo estará bien. 

Henry hablaba despacio, sintiendo lágrimas deslizarse por su garganta.

- ¿Tía Jess me contará cuentos antes de dormir como lo haces tú, papi? 

Henry no pudo contenerse más, estaba a punto de alejarse de la persona más importante en su vida, sin hallar otra opción. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Tomó a su hija en brazos, sujetándola contra su pecho para que no las viera. De pronto, un golpe  se escuchó en la puerta de entrada. Dejó a su hija en el sofá.

- Quédate aquí cariño, no hagas ruido.

Se paró en silencio, caminando lentamente hacia la puerta para luego mirar por el ojo de ésta. Su hermana menor se encontraba del otro lado. 

- Ya era hora. - dijo mientras abría la puerta, abrazando a su hermana mientras cerraba la puerta tras ella.

- ¡Hola, tía Jess! - corriendo, la niña se lanzó a los brazos de su tía.

- Con cuidado, no hagas ruido, linda. ¿Lista para hacer un viaje y pasar tiempo con tu tía?

- ¡Por Supuesto! 

La pequeña respondió sonriente, sin tener idea alguna de que todo aquello era para mantener a salvo su vida.

- Jess -  Henry posó una mano sobre el hombro de su hermana. - Sólo... cuídala. - Suspiró.

- La cuidaré con mi vida.

La niña clavó la mirada en la puerta de la casa.

- Papi, tengo miedo, otra vez siento ese ruido extraño en mis oídos.

La alarma brotó en los ojos de su padre.

- Es hora, Jessica. Llévatela. Ella puede sentir, están cerca. 

Henry se acercó a su hija, se arrodilló frente a ella y besó su frente. 

No podía llorar ahora frente a ella, ella tenía que saber que todo iba a estar bien. O al menos de eso intentaba convencerse. Tomó aire, respiro profundo y pasó ambas manos a cada lado de los brazos de su hija, moviéndolas de arriba hacia abajo.

- Te amo. Te amo, cariño. Por favor, te quiero siempre atenta. Escucha cada instinto dentro tuyo, si crees que algo es peligroso, quiero que corras y huyas de allí lo más rápido que puedas, ¿Está bien? ¿Puedes hacer eso por papá?

¿Qué estaba diciendo? Ella no tendría como saber él por qué su padre le decía todo eso, tampoco lo entendería, al menos no por ahora. 

- Sólo... no seas tan curiosa, ¿Bueno, cariño? 

No. Las palabras correctas simplemente no salían. La pequeña solo lo miraba y sonreía, un tanto confundida. Lleno de frustración, comenzó a llorar. Ya no quedaba tiempo, su hija tenía que salir de allí.

-  No puedo Jess, sólo llévatela. Estarán bien.

Jessica tomó la mano de la pequeña, abrazando con su mano libre a su hermano.

- Lo olvidaba, tén. - Henry le entregó una caja forrada azul que se encontraba sobre una mesa a su lado. También había una carpeta negra sobre la caja. - Sé que sabrás cuando entregarle todo esto. 

Ambos hermanos se miraron, sabiendo lo que vendría ahora. Henry abrazó fuertemente a ambas, susurrando una despedida. Jessica llevó a la niña por la puerta trasera, subiéndola rápidamente a una camioneta estacionada fuera de la casa.

- Tía Jess, mis oídos.

La pequeña se quejó, colocando una mano en cada oído para intentar detener el ruido.

- Lo sé, lo sé. Tranquila, ya pasará.

Jessica se apresuró en abrochar el cinturón de la niña, tenían que irse rápido. La desesperación por la reacción de su sobrina la hizo apresurarse más aún. Se subió al asiento del piloto, introdujo las llaves y aceleró.  Al llegar al final de la calle, una fuerte explosión se escuchó.

- ¿Qué fue eso tía Jess?

La pequeña intentó girarse en su asiento, pero su tía tomó su mejilla y volvió a dirigir su mirada hacía el frente, pero la pequeña se resistió. Sabía que algo ocurría. - ¡Tía Jess, la casa se quema!

- No mires.

Jessica volvió a tomar la mejilla de la niña. Luego miró por el retrovisor, la casa entera se encontraba en llamas.

Presionó a fondo el acelerador, esta vez dejando que las lágrimas salieran. 

Rogó que todo funcionara, sólo así su sobrina estaría a salvo.

 

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