La fiesta de Kensey

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Se encontraban frente al espejo las tres, maquillándose y peinándose para la gran noche.
Estamos hablando de una fiesta, su primera fiesta estando en último año de secundaria.

Era una noche especial para ellas, simplemente diversión, unos tragos, y sus compañeros de toda la vida.

Habían llegado en el auto de la rubia hasta la dirección de la fiesta, la casa de una vieja amiga, quien había aprovechado el viaje de sus padres para montarse un fiestón.

Al entrar, la rubia y la pelinegra se dirigieron al bar, dejando a su amiga sola.

Comenzaron a beber y beber, tanto que se encontraban totalmente borrachas y con el primer chico que vieron entrar al salón.

Mientras, la pelirroja se encontraba encerrada en el baño, sentada al lado de la puerta, llorando.

¿Por qué no podía divertirse como el resto, sociabilizar y embriagarse de más?

¿Por qué debía ser tan estúpidamente aburrida? Tal y como la había llamado una de sus amigas más de una vez.

"Siempre arruinas todo, deja de ser tan aburrida" Una frase ocurrente que no había podido borrar de su cabeza desde su tercer año.

Se levantó y se dirigió al espejo. Su maquillaje estaba arruinado, su blusa nueva color crema completamente arrugada y mojada por las lágrimas

Rompió en llanto en ese instante. Otra vez.

Se sentía horrible, despreciable.

Se limpió la cara lo suficiente para simular que nada había pasado y comenzó a bajar las escaleras hasta llegar a la planta baja, donde se encontraban todos

Nadie notaba su presencia en lo absoluto. Se sentía invisible para todos.

Corrió hacia el garaje a pensar tranquilamente, ya que este estaba cerrado con llave y una muy tenue luz era lo único que alumbraba esa habitación.

Sin darse cuenta y completamente por si sola, tenía un tenedor en la mano, que al parecer, había tomado cuando pasó por la cocina.

No. ¿En que estás pensando? ¡Saca esos pensamientos de tu cabeza ya mismo!

Cerró los ojos tratando de concentrarse hasta que escuchó la puerta abrirse.

Era Kensey, venía a hacer lo mismo de siempre, en cada fiesta.

Pero no iba a hacerlo otra vez.

No iba a drogarla nuevamente en un intento de asesinato, no otra vez. Debía ser la última.

Su mente actuó sin pensarlo, y finalmente se detuvo cuando ya le había dado como unas diez apuñaladas en el centro del pecho con el tenedor.

La sangre corría por todos lados y ella seguía en shock por lo ocurrido hace unos segundos.

La sangre llenaba el suelo de cerámica rápidamente, ya era tarde.

Soltó el cuerpo que parecía sin vida y se apresuró a esconderlo entre los arbustos.

¿Que acababa de hacer? Era una locura.

Ella no era así.

Pero la adrenalina y la furia corría por sus venas y por más que se sentía culpable, no tenía razón para detenerse.

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