𝐋 𝐋 𝐔 𝐕 𝐈 𝐀

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Tenía las manos en el volante y la vista fija al frente, concentrada en el camino. Trataba de bloquear cualquier pensamiento profundo que intentara colarse en mi mente. La lluvia golpeaba el parabrisas con un ritmo hipnótico, pero yo me negaba a dejar que me distrajera.

Suspiré cuando el sonido del Bluetooth interrumpió mis pensamientos. Una llamada entrante.

—¿Qué tal va el conducir bajo la lluvia, cariño? —preguntó Melanie, mi tía, con un tono cálido.

Ella sería quien me acogería en su hogar en Forks, el lugar donde nací y que apenas recordaba. Solo viví allí hasta los tres años, antes de ser arrastrada por mi madre, siempre detrás de mi "padre" —o como prefiero llamarlo, el donador de esperma.

Mi madre no sabía querer a nadie más que a él, ni siquiera a sí misma. Mucho menos a mí.

—Supongo que debo ser precavida si quiero conservar la licencia —respondí con sarcasmo.

Mel rió al otro lado de la línea.

—Aún no entiendo cómo me convenciste de que condujeras desde Port Ángeles hasta aquí.

—Soy una excelente conductora —afirmé, casi divertida.

—Bueno, cariño, no quiero distraerte más. Llámame cuando llegues al centro. Pasaré por ti y te llevaré a casa.

—Claro, hasta luego —me despedí, colgando antes de que pudiera insistir más.

La música de mi lista de reproducción volvió a llenar el silencio del auto. Subí el volumen y moví la cabeza al ritmo de la canción mientras la lluvia comenzaba a amainar.

El paisaje verde y sombrío de Forks apareció más pronto de lo que esperaba, como si hubiera surgido de la niebla. Conduje hasta el centro, donde una pequeña cafetería parecía ser el único lugar que ofrecía algo de vida. Aparqué el auto, apagué el motor y tomé mi teléfono para llamar a Mel.

—Ya estoy aquí. Estoy en la cafetería —anuncié mientras me recostaba en el asiento.

—Perfecto, cariño. Estoy cerca del hospital, acabo de terminar mi turno. Llego en unos minutos —respondió con prisa.

—Te espero en el auto.

Colgué y me quedé revisando las redes sociales sin encontrar nada más que los mismos chismes sobre famosos de siempre. Suspiré y conecté mis audífonos, dejando que mi canción favorita me envolviera mientras bajaba del auto. La lluvia había cesado por completo, dejando un aire fresco que me animó a esperar afuera.

Unos minutos después, un auto aparcó junto al mío. Vi a Mel salir apresurada del asiento del copiloto, su rostro iluminado por una sonrisa.

—¡Kassy! —exclamó, abrazándome con fuerza antes de sujetar mis mejillas entre sus manos—. ¡Te extrañé!

—Nos vimos hace una semana —le recordé, aunque sonreí para reconfortarla.

—Yo también te extrañé —murmuró, ignorando mi intento de mantener la compostura.

—Cariño, te presento al doctor Cullen.

Fue entonces cuando noté al hombre que había bajado del auto. Alto, de rasgos impecables y una belleza que no parecía real. Me tendió una mano enguantada.

—Un placer, señorita —dijo con voz cálida.

—Soy Kassy —respondí, estrechando su mano.

—Espero que disfrutes tu estancia en Forks —continuó él antes de dirigirse a Mel—. Nos vemos mañana, doctora Melanie.

—Gracias por traerme —respondió Mel con gratitud.

El doctor se despidió con un gesto y subió nuevamente a su auto.

—Vamos, apuesto a que extrañas las hamburguesas de este lugar —bromeó Mel, revolviendo mi cabello antes de entrar a la cafetería.

Pedimos rápidamente. Mi hambre me llevó a pedir una hamburguesa doble con jugo de uva. Mel, más moderada, optó por una ensalada y agua.

—Entonces... —rompí el silencio con picardía—, ¿estás saliendo con el doctor?

—¡Por supuesto que no! —exclamó, riendo—. Está felizmente casado. Su esposa es preciosa, y además son nuestros vecinos... aunque están al otro lado del bosque.

—Se ve muy joven —murmuré, recordando su rostro angelical.

—Joven para mí y viejo para ti —dijo, alzando una ceja.

—No lo decía por eso —me apresuré a aclarar—. Es guapo, pero no estoy interesada ni en hombres mayores ni en relaciones en general.

—Solo bromeaba. Tiene hijos de tu edad, de hecho.

Fruncí el ceño. —¿Hijos? ¿Tan joven?

—Son adoptados. Él y su esposa son personas muy bondadosas —explicó con una sonrisa que parecía admirarlo.

La charla fue interrumpida por la mesera, quien reconoció a Mel de inmediato.

—¿Ella es Kassy? —preguntó sorprendida, señalándome—. Estás enorme. Yo estudié con tu madre, y recuerdo cuando naciste.

—¿Dónde está Melissa? —añadió con curiosidad.

Sentí cómo el aire se tensaba.

—Está muy ocupada con viajes de trabajo —mentí rápidamente, interrumpiendo a Mel antes de que pudiera responder.

Cuando la mesera se retiró, mi tía me miró con seriedad.

—No debiste mentir.

—Si le decía la verdad, habría hecho más preguntas, y estoy harta de hablar de ella —respondí, agotada.

Mel apretó mi mano. —Te entiendo, linda.

No quise seguir ahondando en ese tema. Cuando terminamos de comer, Mel me llevó a su casa: una cabaña moderna y espaciosa en las afueras del pueblo, rodeada de bosques espesos que parecían absorber la luz.

—Bienvenida —dijo mientras aparcaba frente al garaje.

—Es preciosa —comenté con sinceridad.

—Lo sé, todo se parece a su dueña —respondió con una sonrisa teatral.

Me reí y rodé los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, sentí una pequeña chispa de tranquilidad. Aunque sabía que Forks guardaba más secretos de los que estaba lista para enfrentar.

𝑪𝑶𝑳𝑫 𝑯𝑨𝑵𝑫𝑺 ✓ | 𝑬𝒅𝒘𝒂𝒓𝒅 𝑪𝒖𝒍𝒍𝒆𝒏 REEDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora