VIII

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Me despierto por un extraño ruido. Miro a los lados y me doy cuenta de que Kaled y Abel aún no han vuelto. Dirijo mi mirada hacia donde habían estado hablando unas horas antes, bueno quizá más de lo que creo, y no hay nadie. La noche ha caído, y por primera vez siento un miedo aterrador; cuando tenía la espada de Abel puesta en mi cuello, era mi vida la que peligraba, ahora me doy cuenta de que estoy sola junto a Eder. Este sigue algo mal y salir corriendo hacia la ciudad de nuevo no sería buena idea, además que no deberíamos abandonar a Abel ni a Kaled y en la ciudad nos estarían buscando.

Otra vez, ese ruido extraño. Busco de donde procede, pero no se ve gran cosa. La noche era oscura y espesa. Me levanto cuidadosamente, no me quiero separar de Eder, pero no puede venir, casi no puede moverse así que mucho menos correr. Cosa que tengo claro que antes o después, voy a tener que hacer.

Le cubro con unos matorrales que hay alrededor hasta que queda bien escondido y me guío por el sonido. Ando a ciegas. Sigo escuchando el ruido y me guío por él. En un rato, el ruido se convierte en un susurro de una voz desconocida. Comienzo a ver mejor, no porque esté amaneciendo, sino porque hay un fuego a lo lejos. Miro entre los matorrales y veo a tres encapuchados. No parecen fugitivos, es más parecen hombres de la ley, policías o soldados. 

Cuando mis ojos se acostumbran a la luz me fijo en que uno de aquellos tres hombres misteriosos, lleva una medalla en la capa. No consigo identificarla y me concentro en oír de que hablan. Pero son cautos, hablan en unos susurros. Lo único que descubro es que buscan a alguien o a algo.

Llego a la conclusión de que sea lo que sea lo que buscan o a quien buscan, meterme en sus asuntos solo me traerá problemas. Cuando me dispongo a irme, entre los matorrales aparece un chico muy patoso, gritando mi nombre. Me levanto de sopetón cogiendo unas piedras grandes que hay a mi alrededor. Uno de los encapuchados se tira hacía Eder, antes de que pueda avanzar apenas un metro cae al suelo con la cabeza ensangrentada. Los encapuchados se dirigen hacia mi. ¿Qué he hecho? Le he tirado una piedra a un soldado.

–¡Corre!– Grito a Eder. Ambos salímos corriendo, antes de dejar atrás aquel claro, veo como dos figuras salen de otros matorrales, armadas, se avalanzan contra los encapuchados. Aún así, me concentro en huir. Por suerte, tanto yo como Eder somos rápidos. No se si llegamos a despistarlos, pero en unos minutos volvemos a nuestro claro. 

El miedo invade mis venas. No se que hacer y Eder parece casi tan desconcertado como yo. Oímos unos gritos a lo lejos. Le hago una seña, y con ayuda el uno del otro subimos al árbol. Nunca se nos ha dado bien escalar árboles, y no subimos muy alto. Pero, en mi opinión estamos a salvo.

Nos acurrucamos el uno junto al otro y nos quedamos en silencio. Eder comienza a transpirar, la carrera no le ha hecho bien alguno. 

Amanece a los pocos minutos. Eder se a dormido y decido atarle al árbol, para que no se cáiga y bajar. Una vez en el suelo me dirijo hacia donde aquellos tres hombres habían estado hablando. Por el camino me encuentro al de la insignia, muerto, tirado en el suelo. Meto mi mano en sus bolsillos y saco unos cuchillos que tiene, le quito la insignia y continúo mi camino. Llego hasta los restos de la hoguera. Me encuentro al hombre al que le había tirado la piedra, balbuceando algo. No le hago caso. Él no era mi problema. Recojo una mochila que se habían dejado ahí tirada y me voy. No me atrevo a mirar en los bolsillos del hombre que había sido mi objetivo y vuelvo con Eder.

Cuando llego a nuestro claro me encuentro a Eder y Abel ayudando a Kaled, apenas aguanto unas lágrimas y me tiro a él. Está herido en el brazo y en el costado. Sin conocimiento. Abel le cura las heridas. Pero necesita un desinfectante. Eder me separa de ellos.

Me quedo en los pies del árbol, prácticamente llorando. Eder coge la mochila.

–¿Dónde has estado?

–De verdad, ¿necesitas qué te lo explique? 

–Todavía hay uno suelto. ¡Quieres tener más cuidado!– comienza a gritarme. Me indigno y no le contesto, no es posible que mi hermano pequeño me esté regañando y peor aún que tenga razón. Pone boca abajo la mochila que había recogido. Ambos quedamos algo sorprendidos, en la mochila había una especie de botiquín. No era gran cosa, unas vendas y unos cuantos frascos de medicinas. Eder llama a Abel. Ambos se van con Kaled. 

En ese momento me acuerdo de Margot. ¿Qué habría sido de ella? Otro impulso de ir a mi ciudad me recorre, pero me recuerdo que ahora había agredido a un soldado. Me acuerdo de este. Seguía vivo. Me acerco a Abel.

–¿Qué son estos frascos?

–Dos desinfectantes y unas pastillas para el dolor.

Me vuelvo a mi árbol. No quiero preguntar ni donde habían estado. Lo sabía. No necesitaba afirmación alguna y algo me decía que tampoco la obtendría. Recojo uno de los desinfectantes y dos pastillas. Vuelvo a dirigirme hacía aquel claro. No me saco los cuchillos de los bolsillos y cojo uno. Esta vez, busco respuestas, y sé que haré después.

Ojalá os guste, en este capítulo comienza la ¿aventura? Voy a comenzar a hacer más largos los capítulos, muchas gracias por leer ¿pequeños pajaritos? Un beso^^ 

The flight[La huída]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora