3 - "Cálido placer invisible" - Final

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Una vez que esas palabras me penetraron los oídos, mis ojos quedaron por un segundo en blanco: sus suaves manos comenzaron otra vez a recorrer mi pecho, mientras esas uñas que ya me habían marcado volvían a dejar un nuevo "tatuaje de amor". Mi cuerpo comenzaba a sentir un calor que quemaba, mejor dicho era ese incendio que inundaba la habitación y me contagiaba como la más fascinante de las enfermedades: la lujuria.

Luego, ella me empujo con furia y caí de espaldas al suelo como si fuera de revancha por lo que le hice antes, comenzó a besarme con desesperación: mordía suave mis labios, pero apretándolos con sus dientes. Segundos después su lengua se enredaba con la mía, mientras que sentía que perdía la respiración, ya no sabía si tenía fiebre porque ardía por dentro, estaba completamente empapado, hasta podría decirse que con mareos, así que me deje llevar ya no podía oponer resistencia a lo que ella hiciera conmigo.

La imagen que tenía delante de mí no podía ser mejor: una mujer exuberante, cuyo cuerpo estaba completamente desnudo sobre mí, era tan irreal que tenía que comprobar que era cierto. A la vez que ella seguía jugando con mis labios, yo tomaba esos enormes pechos con mis manos como si logrará con ello conquistar las montañas más altas, grandes y perfectas que la naturaleza haya traído a este mundo.
¡Dama de rojo, que ahora solo vistes tu piel tersa, deja de hacerme sentir vulnerable!
Un potente calor me recorría por completo, de repente este se concentró en un punto exacto, mi miembro. Al sentirlo, ella se subió sobre él de manera que nuestros sexos quedaron amalgamados, ahí fue cuando llegamos al paraíso. Una sinfonía de gritos (ya los gemidos eran cosa del pasado) salían de nuestras bocas mientras eran acompañados al compás de nuestros movimientos pélvicos. Ella era mía y yo era suyo, uno dentro del otro, era como morir y renacer segundo a segundo. Era una danza de sexos que se deseaban desde el mismo momento que nos vimos en ese maldito ascensor. Ella saltaba sobre mi miembro que se endurecía con cada golpe, podía sentir su ser candente que me apretaba y me acariciaba con movimientos que iban cambiando de direcciones, todo a su antojo, ella me dominaba. Era una experta bailando sobre mí con sus caderas, el solo ver su armonía me hacía enloquecer y querer llenarla por completo de mi cálido licor blanco. Pero de repente, sus gritos sensuales aumentaron de forma exponencial y sus movimientos eran cada vez más rápidos, todo mientras gritaba diciéndome «¡me vengo!». Su sexo comenzó a contraerse y apretar mi miembro ya en su punto máximo; ella vibraba mientras expedía un calor intenso, todo su cuerpo se sonrojo y su cabeza tumbada hacia atrás estaba colmada, satisfecha por completo, podría morir de la paz que llenaba su ser. Pero yo no estaba satisfecho, quería más de ella, la tome de su pelo y acerque su rostro contra el mío, le mordí el cuello y delicadamente subí con mi lengua a su oído y le susurre, «aún no hemos acabado».

Tomé su tierna cadera y la levante, cargándola hasta la cocina del apartamento. No era muy grande pero tenía un lugar lo suficiente espacioso como para acorralarla entre el mesón y mi cuerpo. Ella no paraba de besarme hasta llevarla a ese lugar, tome su rostro con mis manos ásperas y la aparte bruscamente e inmediatamente dirigí mis dedos a su trasero, donde clave mis garras con fuerza y la gire rápidamente poniéndola de espaldas contra mi miembro; ella súbitamente me miro con deseo, prediciendo quizás lo que haría a continuación. Tome su cabello tan suave y perfecto y lo hale hasta tocar mis labios contra los suyos. Ella parecía disfrutar de ese leve dolor, ahora era placer y éxtasis para ella. Yo amaba dominarla. Acto seguido con una ligera fuerza presione su espalda con mi palma hasta inclinar por completo su cuerpo y su rostro tocar el mesón frió, que pronto comenzó a calentarse con su cuerpo. Ella levanto su cadera formando esa deliciosa curva que solo el cuerpo femenino puede crear, que se dibujaba por toda su columna. Era la señal que esperaba, ella deseaba que continuara la acción, quería sentir mi sexo dentro; su respiración acelerada no podía contener su deseo carnal.
Entonces tome nuevamente su trasero y lo apreté con fuerza, simplemente era imposible no hacerlo, su cuerpo lujurioso ante mí (solo para mí) me pedía hacerlo y yo no dudaba en dejarme llevar por mis instintos. No aguantaba más, así que sin advertirle siquiera, introduje todo mi sexo de golpe con fuerza. Sus piernas respondieron temblando a la par de su voz, que no paraba de gemir y sin piedad alguna comencé a embestirla una y otra, y otra vez…
No paraba de gritarme, por una extraña razón eso me excitaba como nada en el mundo. Sentir su piel tan blanca, tan tibia, me hacía perder en sus caderas; entonces comencé a darle nalgadas y con cada una ella temblaba, sus rodillas cedían ante mis palmas que enrojecían cada vez más sus prodigiosos glúteos. Su rugir inspiro a mi mano, para halar su pelo mientras seguía entrando profundo en ella y mi otra extremidad inquiera, continuaba con sus palmadas. Ahora no era ella la que me exigía que aumentara el ritmo, era yo mismo el que me perdí en su cuerpo sudoroso, que continuaba destilando ese olor maldito. Continúe y continúe perdido en su cuerpo, hasta que ella dejo escapar en medio de gemidos una suave voz que decía «si continuas así, me harás venir muy fuerte», eso fue el derribar la última puerta del infierno de mi lujuria. Desato mis deseos más profundos que se encontraban dormidos por años, algunos que ni yo conocía. Le di todo, mis movimientos eran tan rápidos que ni ella podía respirar con cada embestida, hasta que no pudo más y dejo escapar su cálido placer invisible, su placentero orgasmo. Fue uno tan fuerte como ninguno que haya visto en mujer alguna en mi vida, mi apartamento se llenó de su voz y culmino el clímax en una tonada tan deliciosa, de una melodía tan jodidamente sensual que bailaba entre lo celestial e infernal.

Sus piernas parecían derretirse, no pudo seguir de pie. Casi cae de rodillas, pero la tome en mis brazos, como un caballero que carga a su princesa. Ella me sonríe con un rostro que desprendía luz propia. Era la personificación del nirvana. Era tan hermosa, tan candente; si los colores fueran personas ella sin duda era el rojo en persona, la pasión, el deseo encarnado.
Pero la noche aun no acababa, así que la lleve cargada hasta la sala, hasta dejarla en mi mueble más grande, allí donde pasaba horas y horas perdiendo mi tiempo, imaginando el día en que al fin tuviera a una encantadora mujer que pudiera amarla sin importar el tiempo, sin importar el lugar. Ella aun extasiada no mostraba queda alguna a mis caprichos y decisiones, entonces la gire y recosté, ella quedando boca arriba y yo subiendo sus piernas mientras las abría con mis manos, acariciaba esas terciopeladas y blancas piernas con mis labios, hasta llegar a su vulva; mi lengua no demoro en introducirse en lo más profundo hasta comenzar a moverse sin parar. Ella que había cesado sus gemidos, surgieron de nuevo de una garganta que ya mostraba que no podía gritar más de placer. Yo amaba el sexo oral y no escatime en gastos para darle mi mejor lamida en su hermosa vulva. Me sentía un dios que podía lograr cualquier cosa, y lo que más deseaba era colmar de placer a mi diosa roja.

«Estoy muy sensible, si sigues así me harás acabar otra vez» me decía, mientras yo rosaba su clítoris con la punta de mi lengua, que la acicalaba formando círculos y dejaba venir algunos mordiscos suaves que la excitaban aún más, movía mis labios besando los suyos, en medio de su húmedo sexo fusionado la humedad de mi lengua. Termine dándole otro fuerte orgasmo, que pude sentir con mi lengua como se contraían sus músculos internos y en mi espalda, quedo el registro del acontecimiento por sus uñas que nuevamente me tatuaron su pasión. Sus piernas no podían más, ya no podían ni temblar, y aunque su cuerpo ya colmado de placer, su rostro no borraba su hermosa sonrisa, pero mi miembro aún seguía duro y quería darle más placer a mi diosa… así que tome mi sexo y lo introduje de nuevo. Ella, asombrada me miro y exclamo «para, no puedo maaaasss… si… ¡dame más, eres tan delicioso, sigue así, no pares!». Definitivamente, música para mis oídos, pero ella tumbada en esa posición, hacía que su vulva se sintiera más estrecha, apretaba con más fuerza. Sentía más que nunca cada rose producto de mis movimientos y mientras mi sexo vibraba, salía hasta la última gota de mi fluido tan deseado por ella, que también hizo lo suyo, ambos terminamos al tiempo, nuestros cuerpos se fundieron en uno solo. Parecían haber llegado al deseado final. Fue inevitable, caí en sueño profundo, caí dormido en su pecho.

Lo que vino después jamás lo supe: desperté en el suelo de mi casa, completamente empapado de sudor, asfixiado por ese olor que me era tan familiar. La busque con la mirada en toda la habitación pero no logré encontrarla, la luz del día me había despertado, lo extraño es que estaba vestido con la ropa del día anterior. ¿Acaso fuiste una mentira? ¿Todo fue producto de mi mente enferma? ...

Me incorporé del suelo y pensé en que tenía que salir al trabajo, sin embargo no dejaba de pensar ¿Cómo algo tan fantástico pudo ser mentira? ¿Cómo pudiste ser mía esa noche y ahora saber que solo fuiste el más placentero de mis sueños?

Salí de mi casa apurado, con pasos acelerados salí hasta la puerta del edificio. En ese momento, cegado por el sol vi una silueta familiar y ese aroma me llego haciéndome suyo una vez más: eras tú, que me mirabas desde la esquina mientras parecías escapar pero ese cabello, ese cuerpo lo conocía a la perfección.

Antes de desaparecer por completo de mi vida, me miraste y me devolviste una cómplice sonrisa. Tú, mi dama de rojo.

Obsesión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora