Empieza el espectáculo

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El bar de Aster está lleno hasta los topes cuando entro. Se escuchaba un gran ambiente al irrumpir en la calle, pero jamás imaginé que proviniera de aquí. Estoy muy orgullosa de mi amigo. Su sueño siempre ha sido continuar con el negocio que a su abuelo se le negó en su día. Y ahora... ahora lo tiene. Lo ha conseguido.

Me siento en uno de los altos taburetes de la barra de color beige, bajo las líneas de color violeta de las plantas enredaderas, que iluminan esta zona mientras se unen unas con otra, trepando por el techo. Observo el bar desde aquí, ya que todavía no he localizado a mi amigo. Las mesas son redondas, con asientos acolchados del mismo color que esta barra. Todas, o en su mayoría, ocupadas por clientes que beben, degustan algo de comida y ríen. Conversaciones que se entremezclan en varios dialectos e idiomas de toda la galaxia.

Unos cuantos comerciantes, por sus ropajes, conversan amistosamente a mano, garra o tentáculo, de donde yo estoy sentada. Degustan, sin temor a equivocarme, unas jarras de jugo de draco. Sus risas, sonoras y potentes, se elevan hasta perderse por las enredaderas. Uno de ellos saca sus tres lenguas para saborear la espuma del jugo que se ha quedado adherida en su peludo bigote. Parte del contenido ha caído sobre la mesa. Hmm, algo que luego tendrá que limpiar Aster.

Menudo negocio ha montado en apenas seis meses. En el mejor de los sitios, además. Ha elegido una ruta comercial, de las más transitadas, y ha levantado un local provechoso. ¿Un planeta cuyo principal negocio es el comercio? Aster lo tenía claro desde el principio.

Como si de una invocación se tratase, veo aparecer a mi amigo cargando con una pesada caja, por una puerta que se ha abierto en la pared. Atraviesa otra, para desaparecer y volver a reaparecer un minuto después, ya sin portar la caja. Se entretiene, trapo en mano, en limpiar un par de mesas vacías. Las únicas en todo el local.

- ¡No me lo puedo creer! – exclama al verme.

No ha cambiado demasiado. Ahora lleva el largo pelo blanquecino recogido en una coleta. Sus cuernos de color púrpura, sobresalen como siempre y muestra los largos colmillos cuando sonríe.

- Hola, Aster – saludo.

Da igual el tiempo que pasemos sin vernos, siempre va a ser como si lo hiciéramos todos los días. Los abrazos de Aster son como llevan siéndolo toda la vida: cálidos y acogedores. Lo he echado de menos estos meses. Desde que me gradué en la Academy y él se cruzó la mitad de la galaxia para ir a verme.

- Mírate, toda una piloto.

Tira de las solapas de mi chaqueta de cuero de color negro con la misma sonrisa de orgullo que tenía el día de mi graduación. Supongo que parecida a la que he esbozado yo al ver el negocio que ha montado de cero.

- Ni siquiera voy con el uniforme o con la insignia de piloto, no seas zalamero – me quejo, tratando de no sonreír.

- No hace falta que lleves uniforme o una insignia, solo hay que verte para saberlo, vieja amiga – pongo los ojos en blanco –. ¿Qué te trae por aquí?

Soltó el trapo sobre la barra, y este adquirió la tonalidad violácea del techo.

- Visitar a un viejo amigo.

- ¿No has venido a beber? – alcé las cejas –. Asumo que no estás de servicio.

Se coló tras la barra, sacó una jarra y no tardó en servírmela con jugo de draco en su interior. No he tenido que pedírsela. Sabía justo lo que quería.

Reparé, que, entre un par de repisas repletas de botellas, tenía colocado un viejo reloj. El de su abuelo. El viejo Riod, si pudiera recordar quién es, estaría muy orgulloso de su nieto. No hay nada que pueda asegurar con más seguridad ahora.

LevitatingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora