Epílogo 2/2

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-¿Nos dirás con cuántos rusos te acostaste?

-¡Tyra! -reprocha Ciro, a lo que ella se encoge de hombros.

-¿Qué? No es ilegal preguntar.

Niego con la cabeza. No esperaba menos de ella.

-Preguntarme eso es como si yo preguntara cuántas veces se acostaron ustedes dos. No es algo que necesite saber para seguir con mi existencia en este plane...

-208 veces, Annie -responde el chico de forma automática-, y 1/2 si contamos que la última fue solo segunda base. Es que estábamos por salir a escena, así que fue algo rápido tras bambalinas.

Empuja la lengua contra el interior de su mejilla y levanta el puño cerca de su boca para ejemplificar.

-¡Hyland! -espeta ella abriendo los ojos tal búho rabioso, al tiempo que lo empuja. Él desaparece de la pantalla por un momento-. No puedo creer que las hayas contado. Por amor a las donas, estoy saliendo con un perdedor. Oblígame a romper con él, Billy.

Mientras ellos están sentados en uno de los escenarios de la facultad tras un ensayo, estoy en un taxi camino a casa del abuelo, oficialmente de vacaciones en el trabajo.

-A ti no se te puedo obligar a nada, y es de las cosas que más me gustan de ti -responde él rodeando los hombros de la pelirroja y depositando un beso en su frente-. Además, soy un caballo del cual es difícil bajarse. Ganaría la medalla de oro en un concurso de equitación contigo cabalgándome.

-¿Podemos dejar las referencias sexuales de lado? El taxista los está escuchando, chicos. No es educado. -Me avergüenzo cuando los ojos del hombre se encuentran con los míos en el espejo retrovisor.

Intercambian una mirada en cuyo silencio se dibujan palabras en el aire. Me doy cuenta lo que están por hacer un segundo más tarde de lo usual, cuando ya empezaron a fingir exagerados gemidos. El taxista sube con disimulo el volumen de la radio para acallar lo que cree que es una película para adultos.

Siempre están peleando, pero cuando hay oportunidad para hacer sentir incómoda a la jodida Billy Anne en público, se olvidan de sus problemas y unen fuerzas como cuando eran niños.

-Ya saben lo que les espera a sus traseros cuando los vea en unos días -digo antes de finalizar la llamada.

Desde pequeña supe que Tyra y Ciro tenían algo especial. Nunca me sentí dejada de lado por ello, y creo que uno de los motivos por los que no empezaron a salir antes fue porque temían romper el equilibrio de nuestro balanceado triángulo. En realidad, cada ocasión a lo largo de los años en que los atrapé mirándose con ojos que prometían más que amistad, reprimí una sonrisa.

No estaba celosa. Me encontraba como si estuviera leyendo un libro de romance a escondidas y de a ratos. Uno cuyo desenlace sabía sin siquiera haber llegado a la última página.

Tenían una química cuyos componentes ni una tabla periódica podría terminar de enumerar. Cuando él le contaba las pecas, ella hacía lo mismo con sus lunares. Si él hacía un chiste, ella lo continuaba hasta que no sabían por qué habían empezado a reír. Los días más tristes él la escuchaba desahogarse y ella lo abrazaba cuando la angustia le cerraba la garganta e impedía a las palabras transitar.

Una década después, nada cambió. Siguen haciendo lo mismo.

Pero...

Ya no viven juntos.

Tyra decidió unirse a una fraternidad y disfrutar la experiencia universitaria completa, siendo abierta a hacer más amistades. Después de empezar a salir con Ciro, teniendo en cuenta que ya estaban demasiado pegados el uno al otro, eligió distanciarse de él en otro aspecto, por el bien de ambos.

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