RECUERDOS

14 3 0
                                    

Las gotas caían sobre mi cara como si fueran cenizas que acaban unifocándose con mis lágrimas. Esas gotas dolían, como si me estuvieran rasgando para adentrarse en mí. Dolor y, a la vez, no sentía nada. Estaba perdida. Solo quería cerrar los ojos y desear estar muerta.

Iba de camino a la universidad en el autobús, leyendo uno de mis libros favoritos de fantasía; me encantaba imaginarme en un mundo surrealista, diferente de este y yo siendo la protagonista. Siendo una chica fuerte y que sabía como defenderse sola, sin esperar a su "príncipe azul", porque no lo necesitaba. En mi vida he dependido tanto de alguien como en mi abuela, aunque, hace unos días, mi abuela dejó este mundo por culpa de un cáncer terminal que tuvo durante casi dos años. Aún sabiendo que iba a desaparecer y que la vida, mi vida, seguiría sin ella; estuvo feliz y viviendo cada último momento, no entendía como no podía caer en depresión o, en el caso más extremo, suicidarse para no sufrir. Fue la mujer más fuerte que conocí en toda mi vida y nadie me hará cambiar mi parecer.

- Otra vez las lagrimillas...- me limpio una lágrima traicionera de mi mejilla.- No es hora de pensar en eso, debo darme prisa para llegar pronto a la clase.

.

.

.

Después de las clases más aburridas de mi vida, me tumbé en un banco que estaba bajo un árbol grandísimo: era como un cerezo solo que con las hojas verdes. Ese lugar, un poco apartado del recinto, me transmitía tranquilidad y podía leer mis libros sin interrupciones, aunque siempre pasaban personas caminando, pasaba desapercibida como aquel árbol; ese árbol y yo éramos como parte del sitio sin serlo, nadie se fijaba en nosotros porque no destacábamos.

Estando sumergida en las páginas de mi libro, no noté que alguien se había parado a mi lado. Cuando carraspeó para llamar mi atención, levanté mi vista y volví mi atención al libro.

- Perdone, pero necesito urgentemente saber si usted es la nieta de María Quivera, en su testamento pone que le deja una de sus propiedades.

Agarro el papel que me extiende, supongo que un abogado, y lo leo, sin entender ni una palabra, pero lo leo. Los ojos se me abren cuando entiendo que mi abuela me ha dejado su restaurante, para seguir su linaje o para venderlo.

- Solo venía a informarle para decirle que el local es todo suyo y si tiene alguna duda,- me entrega una tarjeta- puede venir a esta dirección o llamar al número que aparece. Le doy mi pésame.

Y con eso, se fue por donde había venido. Arranqué la tarjeta en pedazos y los tiré a la papelera.

Volví a mirar el papel y decidí saltarme el resto de clases para dirigirme al restaurante.

Cuando puse un pie en el suelo, donde la parada de autobús, me quedé embobada por un momento admirando el restaurante que me traía tantos recuerdos. En ese instante, el conductor casi me echa de una patada, pero conseguí salir corriendo antes de que pasara. Amargado, pensé.

Cuando crucé la calle, cogí la copia de las llaves de mi bolso, que me dio mi abuela antes de morir, y las introducí en el cerrojo. Nunca escuché a una puerta que chirriara tanto. Lo peor fue cuando entré y vi todo lleno de polvo y descuidado. Se notaba que nadie había ido por allí en años.

Pasaba mis dedos por cada mesa, cada silla, cada rincón que me transmitía una nostalgia inimaginable y una tristeza infinita. Parecía un alma en pena.
Cuando me coloqué detrás de la barra, que aunque no lo pareciera por la suciedad, era metálica, y me giré hacia la ventanita por donde se veía la cocina... Le vi, le veía ahí de un lado hacia el otro, tan trabajadora, tan sumamente hábil que nadie podría superar su nivel de destreza: mi abuela.
En ese momento choqué de nuevo con la realidad, ya no estaba conmigo, recibiéndome con su cálida sonrisa.

Mi niña, ¿como te ha ido?
Mi niña, ayúdame a preparar masa para pizza.
¡Mi niña!
Mi niña...
¿Mi niña?

- ¿Donde ha quedado tu niña, abuela?

Este lugar me hacía y me hizo más mal que bien. Para mí es una maldición familiar: no hizo más que traer dramas familiares. O más bien, el responsable de estos dramas fue mi abuelo; solo le importaba su negocio, no veía más allá del dinero y solo utilizó a mi abuela como un títere para su satisfacción. En cuanto mi abuela falleció, él desapareció del mapa. Y mejor, nunca me llevé bien con él.
Siempre pensé: ¿por qué no murió él? ¿Por qué ella, con lo buena persona que era? No se lo merecía, vivió bajo las órdenes de mi abuelo durante toda su vida y nunca reprochó nada, incluso se veía como disfrutaba cocinando y como se dirigía a los clientes habituales, que algunos eran sus amigos más íntimos, sin malas caras y con una sonrisa de oreja a oreja.

Antes de subir al autobús ya tenía decidido que iba a vender este local, que me transmitió tan malas vibras. Pero conforme iba recorriendo sus rincones, mi nostalgia aumentaba y mis ganas de venderlo se disipaban; aunque el lugar en sí sea un recuerdo maldito, para mi abuela no lo fue y sus recuerdos junto a ella tampoco los fueron.

- *Suspiro*, yo no sé como me deja con algo como esto, es una tortura tener que decidir. Además, no puedo dejar la carrera así, de repente.- entonces recordé las sabias palabras de mi abuela.

No me gusta darte la tabarra con discursos filosóficos, mi niña, pero si algún día estás indecisa sobre algo, no pienses, la primera decisión que se te venga a la cabeza; esa es la correcta para ti, no necesitas las opiniones ajenas ni los reproches de los demás para seguir adelante con tu vida. Yo siempre te apoyaré, hagas lo que hagas.

En ese momento no lo pude evitar: las lágrimas salían a borbotones de mis ojos como aquel día lluvioso y triste en el funeral de mi abuela, no podía reprimirme más; necesitaba, quería sacarlo todo fuera como fuera. Grité, sollocé y lloré como nunca antes lo había hecho, incluso mis piernas no pudieron aguantar mi propio cuerpo y me quedé arrodillada en el suelo. Fueron unos minutos intensos, pero liberadores y para cuando me había calmado y había despejado mi mente, lo vi todo más claro.

- Dios, no puedo dejar que una persona ajena pise y reforme esta lugar. No puedo, me niego.

Quería, quiero y querré infinitamente a mi abuela. María Quivera Velasco.

(JARDÍN DE) ESPINASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora