Entrada IV

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Me he cruzado con mi madre en el pasillo cuando volvía de hablar con mi padre. Es importante para mí dejar esto por escrito. Mara hizo bien en recomendarme iniciar este diario.
Me ha parado en el pasillo. He notado que ha llorado o ha estado próxima a hacerlo pues tenía los ojos hinchados y brillantes de lágrimas contenidas.
Se ha acercado a mí, me ha acariciado el rostro y ha sonreído. Con esa sonrisa capaz de iluminar la más profunda oscuridad me ha transmitido su apoyo. Luego me ha besado en la mejilla, me ha estrechado entre sus brazos y ha puesto su mano sobre mi abultado vientre. La criatura que ahí está resguardada de toda alegría y dolor ha sentido la dulzura de mi madre y ha pateado con fuerza. Mi madre ha sonreído y me ha dicho que lo arreglará todo que sabía muy bien qué teclas tocarle a mi padre para amansar a la bestia. Ha sonreído y, en ese instante, he vuelto a escuchar una voz extraña en mi cabeza.
(«Si tu madre está en el ajo, no te preocupes. Maneja a Can a su antojo. Es capaz de hacerle morder el polvo. Can besa el suelo por donde pisa Sanem.»)
No he podido evitar dar un respingo de nuevo y mi madre, en ese momento, ha soltado una carcajada.
«Le he limpiado las heridas y le he aplicado árnica en los golpes. Te he dejado el bote en la mesilla de noche. Ya he llamado al médico, tranquila. Yo haré que todo se arregle.»
Me ha vuelto a besar tras decir esas palabras y se ha ido tarareando una canción tan antigua como poco escuchada en estos días.
Mi madre es un ser muy especial. Muy pero que muy especial. Si me miro al espejo puedo ver en mí rasgos de ella como el color de mi pelo, el color y forma de mis ojos, mis labios tienen la misma forma de los de ella. Mi padre siempre ha dicho que tengo su sonrisa. No obstante, y lo sé muy bien, no tengo su don de perdonar aunque, quizás, sí que tengo su capacidad de ver más allá. Pese a que disfruto más bien una mente analítica... en eso me parezco mucho a tía Leyla, he heredado la capacidad de mi madre para crear cosas de la nada. Paddy me ha dicho que mi sitio en este mundo no son las campañas de publicidad, que ese mundo me queda pequeño, que poseo sobrada capacidad para poner negro sobre blanco y contar preciosas historias. Creo que Paddy ya chochea, la verdad. A sus setenta y nueve años ya no es objetivo.
He de añadir que tengo el carácter de mi padre, soy bastante volátil para según qué cosas y pienso que todo ha de hacerse a mi modo; no admito, en ningún caso, las imposiciones, otro rasgo heredado de mi madre al parecer.
Vuelve a gemir.
Espero que no le haya roto ninguna costilla aunque por su aspecto... no sería de extrañar. Se encoge hacia el lado derecho y se lleva la mano a esa zona, ¿le habrá dañado el hígado? Los puños de mi padre son como morteros, auténticas mazas de demolición. Le he visto entrenar muchas veces. El único que es capaz de aguantarle varios asaltos es tío Bulut, aun así... mi padre siempre le hace morder el polvo. Lo de hoy, desde luego, no ha sido un combate al uso. Se ha empleado a fondo con alguien que no ha movido un dedo.
Mi madre le ha limpiado las heridas, tendría que haberlo hecho yo. Mi madre le ha aplicado árnica en los golpes, tendría que haberlo hecho yo. Mi madre, estoy segura de ello, lo ha tratado como a un hijo. Berkant está muy necesitado de ese tipo de cariño. No lo ha tenido en mucho tiempo y mi madre tiene el don de obrar magia con sus manos y sus cremas. Si tuviera que definir a mi madre con una palabra no sabría cuál escoger pero una que la define de manera bastante acertada es amor. Mi madre es puro amor. El único capaz de verdad de quebrarla es mi padre pero eso es así porque mi padre es su sostén en muchos sentidos. Durante el año en el que mi padre se marchó y la abandonó, mi madre se volvió loca. Loca de verdad. ¿Se puede enfermar de amor? La respuesta es sí. Se puede enfermar de ello. Un día de éstos contaré todo lo que sé.
Otro gemido.
Con cada uno mi corazón se destroza un poco más.
¿Cómo fui capaz de huír en plena tempestad dejándole solo? ¿Cómo? No habrá tiempo suficiente en esta vida para mis remordimientos. Sé lo que significa para él la familia, una familia que, realmente, nunca tuvo y que yo le he negado por cobardía. Las cartas me vinieron mal dadas y, en lugar de pensar que con la siguiente podría marcarme un tanto, pensé que ni un farol me libraría así que salí por patas a la menor oportunidad.
Llegué a Irlanda con la esperanza de olvidar pero... ¿se puede una olvidar del hombre que ama? Mi madre ya me demostró que no y yo, ilusa de mí, verdaderamente pensaba que mi madre podría estar equivocada. Cuando se ama de veras, pero muy de veras... el sí se puede es una quimera. La lejanía sólo sirve para desgarrarte por dentro y convertirte en un león herido o en un puzzle incompleto en el que necesitas encajar la pieza que falta.
Siento cómo se intenta acomodar a mi espalda, cada movimiento es una agonía física para él y espiritual para mí. Si pudiera introducir mi mano por su pecho y alcanzar su corazón lo sotendría en la palma de mi mano y lo resguardaría. Nadie sabe mejor que yo por todo lo que ha pasado y soy la culpable del penúltimo golpe encajado. Le he hecho mucho daño. Su pregunta aún me quema. ¿Cómo es posible que me preguntara si alguna vez le había querido? ¿No se da cuenta de que sin él tan sólo sobrevivo? Yo era un océano en calma y él llegó para agitar mis aguas y convertirme en olas enormes cargadas de espuma. Furia embravecida que provoca siempre una tormenta perfecta.
¿Queréis saber qué fue lo que sentí la primera vez que me crucé con él? ¿Lo que siento cada vez que roza mi brazo, acaricia mi rostro o mantenemos relaciones sexuales? Lo que siento es plenitud. Con él hago gala de mi nombre, me convierto en un tsunami capaz de arrasar todo a mi paso. Soy espuma marina provocada por fiero oleaje, soy la fuerza que puede arrasar con los edificios más altos. Él es misterio, secretos encerrados en botellas como los que lanzaba mi madre al mar, faro en mitad de la noche pero sobre todo es el hombre capaz de mantenerme en tierra. Y eso es lo que más miedo me da de él. Porque yo era alguien que, al igual que mi padre, necesitaba libertad y él es mi prisión sin barrotes. No me siento prisionera pero a la vez no me siento libre. Él es el puerto al que siempre necesito volver, sus brazos... el refugio del que nunca quieres escapar y sus ojos el hogar del que no necesitas huír.
¿Entiendo ahora el por qué mi padre no necesitaba nuevas aventuras después de conocer a mi madre pese a que era un albatros en libertad?
La respuesta es sí. La libertad de poco sirve si ya eres esclavo de tus sentimientos, si ya has sido esclavizado por el amor.
¿Por qué huí entonces?
Porque necesitaba averiguar si era capaz de sobrevivr a una muerte en vida. Porque necesitaba probarme a mí misma si era capaz de vivir sin él.
¿La respuesta a eso?
No. No se puede seguir viviendo cuando te has dejado atrás el corazón. Al igual que mi padre decía en su «Cuaderno de Bitácora»... tan sólo se sobrevive.

El diario de DeryaWhere stories live. Discover now