Entrada V

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Nada más irse el médico, comencé a sentir un fuerte dolor casi a la altura de la cintura que me corría hacia la ingle y de ahí irradiaba hacia la pierna hasta la rodilla. Era la misma clase de dolor que había sentido la noche antes sólo que esta vez era mucho más agudo. Lo que había achacado a una molestia propia de embarazadas varias horas antes de que Connor apareciera en casa de Paddy y Mara, ahora era un auténtico martirio a ratos tolerable y a ratos insoportable. Había estado toda la mañana sufriendo una fuerte tensión. Mi pulso se disparaba para luego volver a relajarse, no creo que este tipo de situaciones sea beneficioso para alguien en mi estado.
Entiendo la postura de mi padre. Para él ya habría sido un shock sólo con verme en esta situación. Enterarse de que el padre de mi hijo es un Fabri creo que le ha hundido en la miseria. No sé cómo voy a hacer para redimirme ante sus ojos, la verdad sea dicha. He visto hoy en ellos el mismo rechazo que veía cuando se enfrentaba a mi abuela Hüma cada verano. Es de esas miradas mitad decepción mitad rechazo regada con una buena cantidad de asco. Por un momento me he llegado a romper ante sus ojos. Le he dicho palabras que sé que le hacen daño, pero, también, el sentir su rechazo me ha hecho daño a mí. Berkant no es su padre. No lo es. Berkant es Berkant. Nadie más.
Le sentí levantarse de mi cama mientras yo estaba en el baño intentando controlar la respiración. El dolor que me atravesaba era inaguantable. Me llevé la mano al abdomen varias veces porque estaba preocupada por el bebé. No quería pensar en la remota posibilidad de que algo le pasase a mi niño. Eso me destrozaría a mí, pero a Berkant sé que lo mataría. Mataría esa parte de él que sueña con una familia y tengo el convencimiento de que se iría sin mirar atrás. Tengo miedo. Tengo mucho miedo de que se vaya como lo hizo mi padre y tengo más miedo aún de que se vaya para no regresar como sí que hizo él después de un año. Ni siquiera he sido consciente en ese momento que temía su marcha cuando la que salió huyendo como una cobarde... había sido precisamente yo. Estos pensamientos eran los que me angustiaban en esos momentos tanto o más que lo que le estaba pasando a mi cuerpo.
No pude evitar soltar un quejido y doblarme por la mitad cuando otro latigazo me atravesó. Berkant entró en el baño mientras yo intentaba acompasar mi respiración y sudaba doblanda sobre el lavabo; sabía que si daba un paso para sentarme en el inodoro me caería al suelo. No sentía la pierna derecha, había notado como una especie de chasquido un poco más abajo de donde tenemos el riñón y me había llevado una mano temblorosa a la zona cuando Berkant se asomó por la puerta que separa mi habitación del baño. Le vi acercarse a mí a través del espejo. Alto como un campanario, con ese magnetismo animal que tiene que siempre me ha atraído y llevando en su rostro y en su cuerpo las señales de la soberana paliza que le ha propinado mi padre. Sobre la ceja izquierda, el médico le ha tenido que poner tres puntos de sutura en uno de los cortes que le ha hecho porque no dejaba de sangrar, tiene un bonito hematoma que empieza a formarse sobre la zona del hígado que mi padre le ha castigado a base de bien y, por suerte, no tiene ninguna costilla rota aunque sí le ha desviado el tabique nasal. Está tan hecho polvo como ahora mismo me encuentro yo.
-¿Qué te pasa? -me preguntó con voz cargada de preocupación.
-No lo sé -le contesté mirándole a los ojos reflejados en el espejo-. No me puedo mover. Es un dolor insoportable.
-¿Es el bebé?
-No lo sé -le volví a contestar angustiada mientras trataba de aferrarme con la otra mano al sanitario.
Vi por el espejo cómo se movía a mis espaldas con más rapidez de la que debía. Vi como agarraba la toalla de bidet que suele haber en el toallero junto a la del lavabo y sentí más que ver como se acercaba a mí. Sentí el calor de su cuerpo junto al mío y observé cómo, con su mano vendada de nuevo, abrió el grifo y mojó el paño de rizado algodón morado. Estrujó con celeridad la pequeña pieza sin tener en cuenta que no tendría que mojar ese vendaje. Me retiró el pelo de la cara para poder enjugarme el sudor de la cara.
Justo en ese momento... volví a sentir otro calambrazo. Lo sentí al intentar echar la cabeza hacia atrás cuando vislumbré que su intención era humedecerme el cuello.
No pude evitar chillar de dolor.
No sé cómo, en las condiciones en las que estaba, tuvo la fuerza suficiente para elevarme en sus brazos y llevarme hasta la cama.
Cuando me sentí apoyada en el firme colchón intenté girarme sobre mi costado izquierdo. Al hacerlo, otro calambre me recorrió desde la ingle a la rodilla derecha. De nuevo me llevé la mano a la zona de donde partía la molestia.
Berkant ha agarrado el primer almohadón que ha pillado, me movió con delicadeza la pierna y lo puso entre mis rodillas. Agarró el primer teléfono que pilló y marcó con dedos temblorosos el número del mismo médico que hacía tan sólo veinte minutos había dejado la casa. El mismo médico que llevaba años atendiendo a los Divit y allegados.
-Ponte una camiseta antes de que aparezca por esa puerta mi padre -recuerdo que le dije entre jadeos.
-Me importa una mierda ahora mismo si tu padre ve o no el resultado de su obra de arte.
No se lo dije por eso, se lo dije porque sabía que él era muy celoso de su intimidad y que no quería que nadie supiese qué tipo de tatuaje tenía bajo la ropa. El día que yo lo descubrí fue casi por casualidad y mantuve mi silencio hasta que él, deliberadamente, se mostró ante mí a pecho descubierto.
Berkant rodeó la cama y se acuclilló frente a mí. Sus ojos del color del acero buscaron los míos, él encerró mi mano entre las suyas y besó mis nudillos.
-No permitiré que nada malo te pase -dijo volviéndomelos a besar.
¿Cómo podría realizar semejante hazaña? La vida de nadie está en las manos de otro, todos estamos en manos del destino.
Intenté sonreír para tranquilizarle pero un nuevo latigazo me recorrió. Apreté los labios y comencé a frotarme de nuevo la zona algo más abajo de mi riñón derecho. Más que respirar... lo que hacía era jadear.
-¿Qué te duele? -preguntó.
Noté cómo la mano que mantenía encerrada entre las suyas estaba humedeciéndose. Tenía el vendaje empapado. De nuevo tendrían que cambiárselo. Intenté moverme un tanto pero no lo logré. Chillé otra vez. Berkant me estaba apartando el pelo de la cara cuando oí cómo la puerta de mi dormitorio se abría y unos pasos acelerados recorrían la tarima de la habitación.
-Creía que algo me pasaba a mí y resulta que era a ti, ¿es el bebé?

El diario de DeryaWhere stories live. Discover now