Prólogo

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«Inevitable».

1

Las lágrimas afloraron como cascadas de sus ojos, para caer como lluvia.
Su respiración había pasado de frenética a forzada, casi cortada. Las piernas temblaban; no la podrían sostener por mucho más tiempo, a menos que se alejara de allí.

Pero era lo último que pensaba hacer.

Contempló con horror la masacre, y al protagonista de esta. Parecía tan tranquilo e imperturbable estando allí, parado sobre esa pila de cadáveres que, en vida, fueron civiles inocentes que no merecían el destino que los acogió.

El olor a sangre llenaba sus fosas nasales y sus pulmones. En sus ojos cristalinos se veía reflejado al protagonista de la masacre, la más grande jamás vista, quizá.

Lamento que tengas que ver esto —se disculpó con el tono afligido.
Su mano emanó una cantidad de llamas oscuras, que se hicieron cargo de reducir a cenizas el cuerpo que tenía atrapado en su mano por el cuello—. Pero te lo advertí. Mierda, de verdad que lo hice.

Tuvo un sobresalto al verlo girar sobre sus talones en dirección suya. No se apresuró en llegar a donde ella estaba, pues sabía que no se iría de allí.

Cuando estuvieron frente a frente, la mujer recién llegada sufrió un vuelco en el corazón, producto del miedo que pensó que jamás volvería a sentir estando a su lado.

Que dulce la ironía en la ingenuidad de una estratega militar.

—¿Tú...? —quería hablar; quería preguntar por toda esa gente, entre ellos civiles inocentes y mandos del ejército. Todos y cada uno asesinados bajo su mano. Más sin embargo, las palabras huían cobardemente para no salir de su garganta y ser escuchadas.

Si —contestó, luego de deducir aquello que quería decirle—. Ambos sabíamos que esto pasaría. Te advertí que nada bueno saldría de esto, y ahora esta gente a muerto en mis garras. ¿Estas satisfecha con la cantidad de sangre en mis manos o necesitas más?

Tuvo un espasmo.
La sangre brotó de su boca con abundancia pocos segundos después. Lentamente agachó la cabeza para verlo: La mano del demonio al que protegió con uñas y dientes por tanto tiempo, clavada en el centro de su tórax. Era un dolor más allá de mi descriptible.

El demonio acercó su rostro al oído de la mujer que lo había salvado hace tanto. Con un tono despectivo y muy bajo, susurrante, le dijo las últimas palabras que escucharía:

De cierta forma, te estoy haciendo un favor. Créeme... Es mejor que ese ser en tu vientre no nazca. De un humano y un demonio no puede salir nada bueno —fueron las últimas palabras que le dedicó a esa mujer, su salvadora, su amante, su... No. Solo su salvadora y su amante. No era nada más.

Retiró su garra. El hueco vomitó cantidades de sangre como cascadas. El demonio tuvo la cortesía de atrapar el cuerpo sin vida y colocarlo suavemente sobre el piso, junto a todos los otros cadáveres de humanos que perecieron bajo sus llamas.

Ahora... —se puso de pie nuevamente, y volteó en dirección al cielo, con el ceño fruncido—. Acabemos con esto.

2

Como todas las noches, despertó sudado, temblando y con los ojos inyectados en lágrimas.

Inflaba y desinflaba el pecho forzadamente, buscando tranquilidad, tanto física como mental.

—¿Por qué...? —dijo, empezando a llorar—. ¿Por qué se parece tanto a... Mi?

Una pregunta sin repuesta que viene de una pesadilla frecuente, bañada en muerte.




























































































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Quiero aclarar que esta historia tendrá un gran ámbito psicológico.

¡Gracias por el tiempo de tu vida. Sintoniza para más pendejez en el próximo capítulo!

Destino: ¿Elegir u Obedecer? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora