La vida de las líneas

115 17 4
                                    

Carmen solo veía la vida en blanco y negro. Unas simples líneas andantes con un egoísta marcado.

Su furia siempre era visible ante cualquiera, después de todo, ella no se ocupaba en ocultarlo.

Cada vez que caminaba sus compañeros se apartaban para evitar problemas. Los vecinos la juzgaban diciendo que solo lo hacía para llamar la atención.

Cuando llegó a su casa cerró la puerta de su cuarto con rabia y quiso golpear todo. Ella sabía que su padre llegaría pronto y la verdad no lo soportaba.

"Hoy me enfrentaré a él. A ese maldito bastardo que 'se preocupa' por mi bienestar".

Cuando escuchó la puerta de la entrada abrirse su pulso corrió como loco y supo que era el momento.

Cuando aquel hombre llegó a la habitación ella retrocedió, su valor no era tan grande como creía.

—Hola, linda.

Su padre se fue acercando hasta que sus labios suspiraron en el oído de Carmen, haciéndola temblar.

—¿Qué pasa? — preguntó él.

Cuando el trató de sujetar el cabello de la pelinegra entre sus dedos, ella agarró la rota botella de Coca Cola que había agarrado con anterioridad y se la quiso clavar, pero no pudo. Fue en vano.

Su padre la aventó hacia un extremo de la oscura habitación e hizo lo que cada noche hacía.

Ella, entre lágrimas y piel desnuda pudo ver las líneas rojas de sus brazos que se hacía después de ello. Su vida se había consumido a unas simples líneas de dolor y sufrimiento, un acto que hacía diario, su escudo.

El arte de las emocionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora