Sicilia, 1970
La música jazz vibraba en la pequeña pero confortable sala. Suave y cadenciosa. Las notas musicales conferían calma a la atmósfera, en la que se hallaba reunido un grupo de amigos. Volutas de humo se dispersaban en el aire, whisky descendía por las gargantas masculinas, provocando un leve ardor a su paso. Los hombres hablaban con elocuencia, pasando de un tema a otro con relativa facilidad.
Elena se sentía fuera de lugar, desplazada de la conversación. Los conocimientos que poseía eran limitados, lo que le dificultaba seguir el hilo de las charlas. Y aunque ellos respondían con amabilidad sus dudas, las miradas denotaban la condescendencia con que reparaban en darle una explicación. Al inicio, ella fue parte de ese círculo, pero este poco a poco se fue cerrando, celoso de los eruditos que lo integraban. Fue excluida, a observar desde la distancia. Nadie, excepto Elena, parecía haberlo notado, o decidieron ignorarlo sin más.
Contempló, sentada en una de las sillas del comedor, los rasgos masculinos de su amado, mientras revolvía con una cucharilla la taza de té, objeto inerte que le hacía compañía. Los labios se curvaron en una leve sonrisa al verlo debatir con soltura y garbo. Era un hombre educado y distinguido, todo lo opuesto a ella. Esa desigualdad fragmentó el quimérico futuro que una vez había imaginado con él. Desde hace días que se venía planteando su situación sentimental.
El momento de tomar una decisión eventualmente llegaría, mas guardaba la esperanza que una explosión emocional retornara las cosas a su lugar. Qué ilusa. Lo más probable es que ocurriera todo lo contrario.
La soledad empezó a ahogarla, a asfixiarla desde adentro. Apartó el té y agarró el bolso que reposaba en la silla de junto. Se levantó temerosa. Llegar a una resolución siempre era difícil.
Inspiró el aire contaminado de humo de cigarrillos. El acto ocasionó que carraspeara fuerte, llamando la atención de los hombres.
—Lena..., ¿estás bien? —preguntó Ricardo, apresurándose a verificar su estado.
—Sí, sí. Es solo el humo que me hizo toser.
—¡Oh, lo siento tanto! —Se disculpó uno de los invitados. Abrió las ventanas para que el aire del exterior refrescara el ambiente.
—No pasa nada —dijo Elena, apenada por las molestias que estaba causando. Ella no soportaba el olor del tabaco, la ponía mal. No obstante, lo toleraba por Ricardo y por los amigos que tenían en común.
—¿Te vas? —Ricardo bajó la mirada al bolso de Lena. Observó la presión que ejercía al sujetarlo, como si fuera alguna tabla de salvación. La imagen le generó un mal presentimiento—. Amigos, Elena y yo nos marchamos. —Se Alzaron voces desilusionadas—. Mañana nos reuniremos de nuevo.
Lena intentó negarse, pero Ricardo la tomó de la mano y la calidez masculina la sacudió entera, nublando cualquier intento de rebatir.
En la calle, una ligera llovizna cubría la ciudad. Ricardo llevó a Lena bajo la cubierta de un café, ubicado en un sector de la plaza Adrano.
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Relatos a la medianoche ©
General FictionRelatos a la medianoche narra vivencias de hombres y mujeres, con diferentes ópticas sobre la vida y las relaciones afectivas. Lector: lo invito a explorar este pequeño mundo de letras, el viaje será refrescante y divertido. Pero antes, deje al crí...