I Preámbulo

152 3 2
                                    

No sé que me llevo a salir a hurtadillas del viejo e intimidánte taller aquella noche fría que no albergaba perdón ninguno. Siempre había salido al tejado a observar las llamas que agonizaban en las farolas de mi corporación, pero esta vez era diferente, algún sentimiento me había empujado a saltar al tejado de en frente, y no me conformé con ello, salté de tejado en tejado hasta estar lo suficientemente cerca del suelo como para asegurarme de que la caída sería segura, y que no atraería al piquete de noche con el ruido. Una vez en el suelo eché a andar como si mis piernas no llevaran el peso de todo un cuerpo sobre ellas, como si no se hubieran dado cuenta aún de que esa sería la mejor o la peor decisión que habría tomado en mi vida, no estaba claro, pero estaba segura de que sería decisiva.

La noche, apenas alumbrada por cuatro estrellas y la luna que se asomaban desafiantes tras nubes que amenazaban con tormenta, era más tenue que nunca, parecía que se fuera a desvanecer dejándome sumida en la nada, aunque en realidad, en aquel momento lo hubiera preferído. Pero por mucho que me intentaba auto-convencer a mi misma de que lo mejor sería dejar aquella escapada nocturna como una travesura que nadie tendría porqué saber, volver antes de que nadie se diera cuenta antes de que no hubiera marcha atrás, por mucho que me gritaba para mis adentros que un paso más y estaría muerta, no vacilé, no hice ni el amago de volver, en realidad, cuantas más razones encontraba para volver, más rápidos iban mis pies, que al parecer ya no tenían nada que ver con mi cerebro.

No sabía el tiempo que estuve andando, ni si quiera sabía a que hora había empezado a deambular por aquellas ruinosas calles de la corporación de Cábala, aunque a pesar de la oscura noche y de mis divagaciones internas aquellos caminos grisáceos, que con aquella casi inexistente iluminación dejaba ver destellos perlados que se desvanecían bajo los escombros de una guerra, y del paso del tiempo, me ayudaban a distraerme y me hacia inventar los últimos minutos de vida de toda la gente que dió su vida por las corporaciones, y por todos los que la dieron por las alianzas - me imagine como una mujer despedía la vida dejando como legado un beso, un suspiro y las palabras "vita, cum fuerit intensa, esse certa ad volatum" (la vida es intensa, asegurate de volar)- y eso, a su vez, ayudo a que no pensara en el suicidio al que había puesto rumbo.

Las primeras luces naranjas se mezclaban con el azul dándole al cielo una paz inquebrantable que parecía abrirse paso entre las nubes que se retiraban. El sol me rozaba la piel con suavidad haciéndome entrar poco a poco en calor, después de haberme empapado durante la tormenta, aunque aquello no evitó que callerá rendida en el hueco de unas escaleras cerca de la corporación Prior.

VesperalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora