Parte II

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| H A R R Y |

Harry tenía un secreto. Y una ligera obsesión. Lamentablemente para él, hace tiempo que ambas cosas dejaron de estar separadas.

Él sabía que no podía considerarse un adolescente común, por más que tratara de tener la tranquila y prometedora vida que sus compañeros disfrutaban, había una espada colgando sobre su cabeza, lista para caer cuando Voldemort chasqueara los dedos, había sido así desde que tenía doce años. En algún punto aceptó que siendo un chico fuera del promedio inevitablemente le ocurrirán cosas poco ordinarias, como entrar a un torneo mortal y compartir pensamientos con el mayor genocida de la época.

Aun con eso, ser consciente de que estaba enamorado de Draco Malfoy casi le causa una crisis nerviosa en medio del gran comedor al comienzo de quinto año. Hubiera deseado que fuese una epifanía en medio de sus muchos encuentros con la muerte, un solo y certero golpe que no le dejara más opción que resignarse ante la verdad, pero la vida pocas veces lo complacía, así que tuvo que ser de la manera difícil. Años de ira hirviente que lo engañaban cínicamente, deseos disfrazados de riñas en los pasillos, descarada repugnancia ante ojos platinados que lo perseguían en sueños. Fue lento, frustrante y confuso. Era lava en sus venas que de pronto convertía su impulso de borrarle la sonrisa burlona de un golpe a considerar un método mucho más placentero. Pensamientos que se desviaban de venganzas humillantes a cuestiones ridículas como si habría sangre veela en el excepcional linaje del rubio. Súbita vergüenza imaginando en las noches que habría debajo esas oscuras camisas de seda.

A fuego lento Malfoy se adueñó de su corazón. Lo que complicaba bastante el caos que era su vida.

Harry reconocía que años de riñas no desaparecerían con solo buenos sentimientos, en especial cuando el rubio no tenía idea de que él quería terminar la enemistad para pasar a otro tipo de relación. Tampoco ayudaba haber contribuido a encarcelar a su padre, prueba de ello era la ligerísima desviación de su tabique que Hermione no pudo reparar. Draco era un problema en toda la extensión de la palabra, pues era su enemigo y el objeto de sus fantasías más patéticas; robaba su concentración con una facilidad que casi lo insultaba y volvía su carrera para descubrir su plan mortífago en una vergonzosa excusa para seguirlo a través del castillo admirando su rostro sin impedimentos. Era tan caótico su amor que Harry a veces simplemente debía esconderse tras las cortinas de su cama para frenar su corazón y acomodar sus ideas.

Ese era al gran secreto que Harry Potter guardaba a capa y espada, uno que ni las clases de oclumancia de Snape revelaron. Pero lo cierto es que ese año su secreto parecía querer llevarlo a la tumba antes que Voldemort.

Él era consciente del tipo de persona que era Draco, de que sus acciones, por el motivo que fuesen, no eran justificables y que sus creencias eran inaceptables, que estaba relacionado de forma innegable con la persona que buscaba su muerte, es por ello que su pesquisa por descubrir el plan que urdía ese año le apretaba el pecho hasta dejarlo helado. Su conflicto entre su moral y sus sentimientos lo estaban desquiciando. Harry debía gastar hasta su último aliento por derrotar a Voldemort, más esa noción no aliviaba el dolor de saber que se había enamorado de la persona incorrecta. Y era malditamente frustrante no poder dejar de quererlo, incluso cuando sus ojos lo acusaban de mortífago mientras salía del comedor, no podía frenar la preocupación que sentía ante su enfermizo aspecto.

—¿Hoy también seguirás al hurón como su sabueso? —soltó Ron pasando un bocado wafles rebosantes de sirope de chocolate.

Harry le envió una mirada envenenada antes de volver su atención a la espalda de Malfoy, quién se deslizaba entre la marea de alumnos que pululaban en las puertas del gran comedor. Contempló como ralentizó su paso a medio camino y le regresó el contacto, luciendo pálido y ojeroso. Su corazón dio un doloroso tirón, pero su instinto le hizo entrecerrar los ojos en muda sospecha, un reflejo de años de peleas y desconfianza.

El otro ciervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora