Ausencia

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Está no fue una noche cualquiera,
está la recordaré toda la vida,
porque fue de agonía.

Sin querer, mi sollozo trajo al tuyo, trajo tu sensible y cálido corazón, llegaste de la esquina y sin inmutarme, tu ya estabas a mi lado, aún más trágica, aún más débil, aún más golpeada.

Sin conocerme, hablaste de lo mierda que es la vida y me invitaste a continuar con los insultos,
pero más que insultos, eran verdades, esas verdades que al gritarlas al viento, te limpia la sangre.

El rencor y el dolor se diluía por el cansancio del acto, no se oía más tu llanto, ni el mio; sin mirarnos, conversamos, cada palabra caía de nuestros labios, como caen las hojas en otoño. Todo fue tan natural.

Las olas crujían, rompían y palpitaban en su intento de acariciar el aire. Nos detuvimos a observarlo, tan hipnotizados como si fuera ello el mejor de las actos.

Soltaste una lágrima por última vez y se escucho una débil sonrisa de tu rostro. Seguíamos con la mirada fija en el mar, y yo por primera vez, me atreví a observarte.

En aquel instante, mi ultima lágrima cayó,

mi agonía era tan fuerte, que le había dado forma a la ausencia,
mi agonía era tan fuerte, que le había dado forma al dolor,
mi agonía, después de todo, ya no me hizo creer en el amor.

Estaba solo,
nunca estuvo ella,
y aveces creo que tampoco yo,
porque desde ese momento,
borroso es el recuerdo,
de aquél que sollozo.

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