Eran vísperas de mi cumpleaños, Reneé y James se encontraban en sus respectivos países, mi familia acababa de pasar por una crisis y el estado en el que se encontraban no era el mejor, ninguno quería dejarme sola, pero no podían ir a cuidarme, así que accedí a pasarla en La Principia, que después de Costa Da Morte era el mejor lugar del mundo para mi.
Esa tarde R y J volverían, pasariamos unos días, antes de volver a clases, disfrutando del lago; o al menos eso pensábamos. Apenas había salido el sol cuando recibí una llamada de Reneé, habían cancelado su viaje por dificultades climáticas, y James se encontraba en la misma situación; claro que me decepcionaba no poder estar con ellos, pero me dispuse a no tomarlo a mal, sabía que nunca me dejarían sola a propósito.
Dado que estaría sola decidí prepararme un mini festín de cumpleaños, unos cuantos paninis de jamón horneado, algo de pasta, jugo de manzana espumoso y una torta estilo Ópera acompañada de uvas cubiertas con chocolate, el mejor menú que pude haber elegido para festejar.
Me disponía a comer cuando escuché la puerta abrirse, inicialmente me asusté y tomé un cuchillo de cocina, me acerqué precavida hasta que lo vi en la entrada. Era alto, su cabello teñido de plateado estaba mojado por la lluvia en el exterior, se quitó la chaqueta y me miró con aquellos ojos verdeazuli llenos de brillo al igual que su preciosa sonrisa.
—Hola, princesa, ¿Me extrañaste?
Por supuesto, le recibí del único modo que podía, dejé el cuchillo a un lado y salté a sus brazos, llenando sus mejillas de besos.
—¡James! Mi James... ¿Qué haces aquí? Creí que habían cancelado tu viaje—le comenté algo confundida.
—No, no, me quedé varado en Milán, pero de ahí fue claramente sencillo llegar hasta aquí. No podía dejarte sola en tu cumpleaños.
Una sonrisa se pintó en mi rostro de inmediato, cada palabra entre su cálido abrazo me había llenado de emoción, incluso pensé en no apartarme ni por un instante, pero tarde o temprano tendría que hacerlo y así fue.
—Bueno, acabo de llegar y reconocería ese olor hasta España, estuviste cocinando, ¿Cierto?
—Claramente— Respondí con un gesto de orgullo —Pensé que al menos podría darme un banquete, ¿Tienes hambre?— Le pregunté tomando su mano y llevándolo a la cocina muy entusiasmada.
—¡Vaya!—Exclamó sorprendido —Realmente te preparaste un festín— Aseguró mientras lavaba sus manos y trataba de robar algo de comida.
—Lo hice, así que siéntate y come conmigo, ¿Sí?
El asintió de inmediato, dejó un beso en mi frente y fue a sentarse, solo la presencia de Reneé habría hecho la cena de cumpleaños perfecta, pero ella realmente estaba estancada por las lluvias.
Pasamos una cena tranquila, conversamos y bromeamos como hacíamos a diario; él me contaba alguna de sus aventuras mientras yo reía o me emocionaba con cada detalle de la historia, cuando llegó el momento del postre se puso en pie y rebuscó en los cajones y sus bolsillos, regresando con una pequeña vela, una cajita de terciopelo y su encendedor.
—Es hora de que pidas un deseo, neuronas azules— Me dijo mientras colocaba la vela sobre el pastel.
—Eres adorable— Le dije mirándolo sobre mi hombro con un deje de sarcasmo ante el apodo que siempre me decía.
—Es porque lo hago con cariño— Confesó con una mirada fija en mi y su sonrisa tan dulce como siempre —Ahora, antes de que apagar la vela y pedir un deseo— Agregó girando mi silla para que lo mirara —Feliz cumpleaños, Virya— Dijo tenuemente abriendo la caja.
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ATDT: El color de las mareas.
Teen FictionEsta historia forma parte de A Través del Telescopio, contado desde la perspectiva de Virya Drakò.