Michael no podía creer cómo, en menos de veinticuatro horas, había pasado de estar expectante a desesperado. Caminó de un lado a otro en la sala de urgencias. Sus sobrinos habían tenido un accidente mientras regresaban de la práctica de béisbol de los sábados en el bus del equipo infantil. Aunque Alan no jugaba, siempre acompañaba a su hermano. Eran inseparables, aún si no compartían aficiones.
Uno de los veinte niños que iban en el bus acababa de fallecer. El grito desgarrador de la madre le puso los pelos de punta a Michael. Su familia estaba en shock, y esperaba noticias del médico. Llevaban horas en el hospital.
Moses era el más golpeado pues iba en el lado de la ventana cuando el camión de refrescos patinó en la nieve e impactó de ese lado. Alan salió despedido contra uno de los asientos contiguos y recibió un fuerte remesón. Según decían el conductor del bus infantil, así como el del camión de refrescos, habían fallecido del impacto.
El hospital en el que se encontraban era al que Michael solía hacer donaciones periódicas para las diferentes investigaciones médicas. Cuando el equipo médico supo que su sobrino estaba internado, le dieron una sala privada para él y su familia.
Estaba nervioso. Aterrado. Esos dos niños ocupaban un lugar muy importante en su vida. Sentía una profunda pena por su hermano. Jamás había visto a Douglas tan abatido.
—Señor y señora Whitmore —dijo la doctora Anastasia Collins entrando en la sala.
El rostro de la mujer denotaba tranquilidad. No era preciso que le dijeran a Michael que llegaban malas noticias. Algo dentro suyo se lo gritaba. Sintió cómo Louisa se aferraba con firmeza a su brazo, y Jack intentaba controlar su angustia apretando la mandíbula. Lo peor para Michael fue observar a su hermano y su cuñada con rostros desolados, al ponerse de pie cuando la doctora los llamó.
—¿Qué noticias tiene? —preguntó Douglas, quien había suspendido su vuelo a Delaware por un caso con una multinacional al enterarse del accidente. Lara miraba suplicante a la doctora, como si de esa forma pudiese obtener las noticias que añoraba: que sus hijos estuvieran fuera de peligro—. No nos tenga en vilo —suplicó.
La pequeña Galia se aferró a la mano de su madre. Esta le apretó los deditos suaves con cariño y angustia al mismo tiempo.
—Moses va a recuperarse. Habrá que intervenirlo quirúrgicamente, pues tiene roto el bracito izquierdo a la altura de la muñeca. Necesitaremos su autorización por escrito. —Les tendió unos formularios que la pareja tomó entre manos con prontitud, empezaron a llenarlos y luego se los extendieron a la especialista—. Él es pequeño, sus extremidades son flexibles, y la recuperación no tardará. —Los padres asintieron.
—¿Y Alan? —preguntó Michael con un hilillo de voz.
Aunque estaba habituada a dar malas noticias, para la doctora Collins ver el rostro de desesperación y dolor en los padres continuaba siendo desolador. Trataba a sus pacientes como si fuesen de su propia familia. Era un error, solía decirle su esposo, pero Anastasia no podía evitarlo.
—Lo siento... el niño entró en coma. —Eso bastó para que Lara se desmoronara en brazos de Douglas con un quejido desgarrador—. Lo estamos monitoreando, y el pronóstico es reservado.
—¿Incluso para la familia? —quiso saber Michael, mientras atraía a Galia a su lado, como si la niña pudiese darle fuerzas.
—Por ahora es así. A medida que evolucione les iremos diciendo —repuso—. Debo ir al quirófano para organizar la operación de Moses. —Leyó rápidamente los formularios para comprobar que los Whitmore no se hubiesen olvidado de firmar ninguno de los papeles. Una vez satisfecha, asintió—. Les notificaré pormenores, pero no es una intervención riesgosa.
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La venganza equivocada ©KristelRalston - COMPLETADA -
RomanceRachel Galloway descubre que el único hombre que fue capaz de revolucionar sus emociones, no era otro que el verdugo que envió a su única hermana a la cárcel. Años después de ese encuentro, Michael Whitmore vuelve a cruzarse en su camino de la forma...