CAPÍTULO 1

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Maine, Estados Unidos.

Había oscurecido en Ogunquit, una preciosa localidad playera del estado de Maine. Era un sitio bastante turístico con una comunidad relativamente pequeña. Las luces de las casas frente al mar estaban encendidas, y el aire del verano impregnado de aroma salobre corría de un lado a otro. Esa noche de julio, aprovechando las buenas condiciones climáticas, los amigos de Rachel Galloway la convencieron para ir a la playa.

Las autoridades locales habían emitido una prohibición que impedía hacer fogatas en las playas de la zona. Quizá fue eso precisamente lo que motivó a que Mitch, Roger, Lynda y Tamera estuviesen más entusiasmados con la idea de llevar a cabo el plan. Por primera vez en mucho tiempo, Rachel accedió a dejar de lado su parte cauta. Después de todo, solo se tenía diecinueve años de edad una ocasión en la vida.

Con la grácil agilidad que la caracterizaba, Rachel se calzó zapatos cómodos para protegerse de las rocas, y se vistió con la ropa de verano que solía utilizar: short y blusa de algodón ligeramente ajustada. Acostumbrada a vivir, desde hacía tres años, en un sitio soleado y con playa, Rachel cuidaba mucho su piel blanca. Con sus cabellos rojos y ojos azules tenía un aspecto exótico y no le faltaban pretendientes, pero a ella no le interesaba ninguno. Los tontos besos que había compartido con chicos de la localidad, le fueron indiferentes. Además, en su mente tenía otra prioridad.

Rachel no quería quedarse a vivir en esa pequeña comunidad. Ogunquit era el sitio que la había adoptado desde hacía tres años cuando luego de un nefasto episodio que la había separado de su hermana mayor, Piper, se trasladó a vivir con la única familia que le quedaba: su tía Ariel. Le dolía recordar y la llenaba de odio cómo de un momento a otro todo lo que conocía se trastocó por una injusticia que había enviado a Piper a la cárcel.

Rachel echaba en falta Chicago, sus grandes tiendas, bibliotecas, restaurantes, a su amiga Delaney, pero sobre todo deseaba verse libre de los cotilleos típicos de un sitio con poca población. A ella no le interesaba saber lo que otros hacían con su vida en Ogunquit. Había puesto todas sus expectativas profesionales para cuando regresara a Chicago.

Quería una vida anónima en una ciudad en la que solo pudiese sobresalir su talento profesional. Anhelaba conquistar los mercados financieros. Y había aplicado, varias semanas atrás, en la Universidad de Chicago para estudiar negocios. Cada día sin respuesta era una agonía. Intentaba mantenerse optimista, pero prefería no hacerse demasiadas ilusiones por si el resultado no era el esperado. La vida le había arrebatado tanto que Rachel prefería ser pragmática. Y ese pragmatismo era el que le impedía volverse loca esperando la contestación desde Chicago.

El viento nocturno le revolvió el cabello. Se acomodó la coleta y respiró profundamente. El aire del mar era revitalizante.

No podía quejarse de la naturaleza que la rodeaba, porque le gustaba muchísimo. Y lo más probable es que fuera, además de su tía Ariel, lo que más echaría en falta si lograba regresar pronto a Chicago.

—¿No será algo riesgoso? —preguntó ella en el momento en que sus amigos empezaron a adentrarse en una zona en donde había pocas casas. Rachel miraba a un lado y a otro procurando no tropezar. Ya llevaban caminando un buen tramo.

—Claro que no, Rachel. Haremos la fogata allá —dijo Roger Moorehouse apuntando con el índice hacia una suerte de claro. El muchacho era un pecoso de pocas pulgas—. Antes tenemos que pasar por la zona en donde están esas cinco casas más alejadas.

—Eso sería invadir propiedad privada —replicó Rachel cruzándose de brazos.

Lynda, la chica más popular del grupo, la miró frunciendo el ceño.

La venganza equivocada ©KristelRalston - COMPLETADA -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora