Terrores caóticos

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Desconozco el origen de esto.

Desconzco el como, al igual que el porqué.

Desconzco si tiene un objetivo, si tendrá final o si recién está comenzando, si empeorará o simplemente desaparecerá, convirtiéndose en el polvo de un recuerdo amargo.

Solo se que es real. Tan real como el dolor latente al golpearse el dedo chiquito del pie. Asfixiando, confundiendo, cazando.

Atormentando.

Verbos a los que debería agregar el sufijo me, pero esta es la evidencia de que aún me veo incapaz de aceptarlo. Tal vez nunca lo haga.

El daño deja secuelas. Hecho irrefutable. Interfiere de maneras inimaginables en tu vida, lo cual no necesariamente sea malo, aunque casi siempre lo es. Quizás el hecho de que te hayan denigrado por sobrepeso provoque en el futuro un terror a pisar la playa, o una adicción enfermiza por las pesas.

No me gusta pensar que el daño que me hicieron es la razón del que me inflinjo en el presente. No me gusta pensar que mi dolor tiene culpables, además de mi.

Creo que en algún punto del camino entendí que sufrir por alguien o algo es parte del camino, no sé si fueron las películas, los libros o las historias de mamá, pero todos tenían un punto en común: un momento de quiebre, una pérdida, una traición, un abandono, algo que no los deshumaniza, simplemente reafirma que son humanos y los obliga a superarse, a ser mejores que antes.

Y vuelvo a desconocer si se trató de mi desesperación por crecer, o la necesidad por sentirme igual de humana, que decidí provocarme ese sentimiento, ya que el que formaba parte de mi pasado no sepultado me era insuficiente. Nadie más iba a hacerlo, a nadie le desagradaba, nadie me odiaba, nadie quería jugar con mis sentimientos, nadie tenía intención de alejarse simplemente porque si. Entonces sin más lo hice, el primer hecho que lastimaría a mi persona. Y luego, otro, y otro otra vez, y de nuevo, y una vez más.

Y aunque leyendo esto tal vez no me creas, lo sentí.

Al menos, ahora lo siento, diario sin falta. Los recuerdos son un tormento que impiden la tranquilidad del alma. O, al menos, eso son los míos.

Lo más horrible, o triste, o decepcionante, es que sigo sin sentirme del todo humana. Que cuando la gente me dice que son hermosas, siento mis sonrisas falsas, que cuando piensan que me preocupo por los demás, siento que no lo hago lo suficiente, que no lloro cuando en ocasiones debería llorar, que ni siquiera me tiembla el pecho, que no me emocionan hechos que deberían hacerlo, que algunos abrazos no me resultan tan cálidos como son realmente, que cuando debería no me estremezco, que dudo de sentir el suficiente amor hacia aquellos que siempre han estado para mi.

Y eso es lo que más me aterra. Me aterra estar sufriendo por cosas que se no debería, me aterra no sentir lo que quiero.

Me aterra convertirme, o peor, ya ser los monstruos que siempre temí.

Hum, sin darme cuenta, al final si escribí me.

El huracán de una mente condenada al recuerdo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora